José Agustín, Luis y ahora José María
Mi encuentro con los hermanos Luis y José María Carandell llega del brazo de su hermana Ton y de su marido, José Agustín Goytisolo, empeñados Ton y José Agustín en alegrar los fines de semana y días de verano del matrimonio de muy jóvenes ex presidiarios que componíamos mi mujer y yo. El lugar de los primeros encuentros era la finca que la familia Carandell tenía en Reus, una casona de estilo doricojónico catalana, según la humorada de Goytisolo, con jardín y frutales y, sobre todo, con un clima humano complejo y estimulante. Porque allí estaba el patriarca de la familia, Juan Carandell, conocido literariamente como Llorenç de Sant Marc, ex anarquista, ex lerrouxista, ex director general de comercio de uno de los gobiernos de Franco, ex banquero mejor o peor arruinado y ahora hombre de negocios jubilado que escribía de pie en una máquina adosada a la pared. Los cuentos de Llorenç de Sant Marc son muy buenos y retratan la sociedad barcelonesa donde los niños iban pidiendo cinc centimets per a la dinamita en las fiestas populares de la Barcelona rosa de fuego.
Todos los sedimentos del viejo Carandell hacían posible que se entendiera con la horda roja que le rodeaba; hijos y yerno, amigos de hijos y yerno, formábamos un aquelarre anarcomarxistaleninistaexistencialista e inevitablemente algo doricojónico, en el que Luis ejercía de periodista y artista pobre y José María exhibía una cultura reforzada en Alemania por sus relaciones con la vanguardia intelectual que provocaría todos los mayos europeos de fines de la década. Durante el primer encuentro, entre Reus y Cambrils, José María vino acompañado de un amigo guitarrista que se puso a cantar, aproximadamente en el verano de 1964, canciones de Chavela Vargas, y entre ellas Ponme la mano aquí, Macorina, una de las canciones eróticas más hermosas y transgresoras que jamás se han escrito.
Recorríamos pueblos de la Tarragona entonces abandonada, en busca de restos que Luis utilizaba para sus composiciones pobres o nos entregábamos a debates culturales y políticos a los que José María aportaba variedad de intereses, posteriormente reflejados en su obra, desde el estudio de nuevas normas de vida de grupo que llevarían al movimiento comunal, al conocimiento de todas las ciudades secretas queBarcelona ocultaba. Si Luis fue un gran viajero rural con boina, zamarra de pana, al volante de un cuatro latas, José María era un urbanita excelentemente armado para conocer todas las arqueologías de ciudades plurales, como la misma Barcelona.
Si Luis sabía japonés, alemán, inglés, francés y ruso, aunque no era demasiado hablador y se sentía atraído sobre todo por la España centrípeta, José María era un periférico en casi todos los sentidos del conocimiento, conectado con los estallidos de modernidad de aquella década prodigiosa capaz de hacer brotar claveles en los fusiles, minifaldas y píldoras anticonceptivas. Su obra recoge todas las curiosidades y códigos de una etapa en la que el crecimiento parecía continuo, tanto el material como el del espíritu, en plena postrimería del vanguardismo, a la espera de la regresión que significaron los años ochenta, el sida, el papa polaco y todas las guerras de las galaxias.
Fundamentalmente conectado con la nueva cultura catalana emergente y crítica, José María fue un agitador cultural en tiempos de transición y no dejó de serlo nunca, en lucha con su no demasiada buena salud, coincidente con la tampoco buena salud de la esperanza considerada como virtud laica. Misteriosas, delicadamente cercanas, las muertes de José Agustín, Luis, José María deshabitan gravemente el skyline de mi memoria y abren tres pasillos de ese frío que siempre nos sorprende entre la nada y el infinito.
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