Apoteósico 'Sansón y Dalila' con Domingo y Borodina
Las óperas en versión de concierto se viven siempre bajo el síndrome de lo que podrían haber sido con escena. De ahí la tendencia a la semiescenificación, que no es otra cosa que un sucedáneo de teatro sin escenografías conflictivas. Se justifican las óperas en concierto si los títulos seleccionados van a tener escasa circulación, o si hay unos intérpretes de primerísima, con agendas sobrecargadas. Sansón y Dalila, que anteayer se escuchó en el Festival de Salzburgo, contaba con Plácido Domingo y Olga Borodina. Lo vienen cantando juntos desde hace más de diez años, siendo Dalila el rol de la consagración internacional de Borodina en Londres y de su debú en el Metropolitan de Nueva York. En ambas ocasiones, claro, con Domingo.
El momento más intenso emocionalmente de la noche vino con Borodina cantando el aria Mon coeur s'ouvre à ta voix. Lo hizo tan bien que redimió toda la languidez de la ópera, creando un clima de ensimismamiento que contagió a Gergiev y la orquesta, con un suave acompañamiento en claroscuro de ventanas abiertas para que la belleza de la música flotase en el aire con parsimonia y hechizo. Plácido Domingo estuvo especialmente inspirado en el comienzo del tercer acto, aunque toda su actuación desprendió hondura, apoyándose en ese registro medio de fábula que posee. Impecable Sergej Leiferkus en el personaje del Sumo Sacerdote, y asimismo estupendo Chester Patton como Primer Judío.
Rutinaria y sin excesivos matices resultó, en esta ocasión, la actuación del coro de la Ópera de Viena, dirigido por Rupert Huber. Y extraordinaria, absolutamente extraordinaria, la orquesta del Mariinsky-Kirov de San Petersburgo, con un Valery Gergiev en estado de gracia para crear atmósferas poéticas y subrayar los detalles más insignificantes.
El público respondió con un entusiasmo delirante, sobre todo a cada salida de Plácido Domingo, Olga Borodina y Valery Gergiev. Fueron 10 minutos de bravos y aclamaciones.
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