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Columna
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¿Qué tregua se ha roto?

El equívoco que a nadie le interesaba disipar, a palestinos e israelíes, o a los padrinos occidentales de la Hoja de Ruta (Itinerario, en castellano), es que había una tregua en Oriente Próximo. Pero una tregua suele implicar un acuerdo, unas condiciones, hasta unos mecanismos de sanción por su incumplimiento y una fuerza para atender a ello. Ninguno de esos requisitos se daba, sin embargo, en el caso de la tregua, que acaban de sacudir sendos atentados del terrorismo palestino.

Por parte árabe, la declaración unilateral de un alto el fuego era una forma de reconocer algo y de preparar otra cosa. El reconocimiento era el de que la Intifada de las Mezquitas no está saliendo ni medio bien. No solamente es la mejor cobertura para la represión israelí que apunta, mucho más que a la liquidación del terror, a la destrucción material de la Autoridad Palestina, sino que gran parte del capital de simpatía que le había procurado a ésta en el mundo entero la Intifada de 1987 se está disipando a golpe de crimen suicida. Y la preparación, un tiempo de reagrupamiento en la lucha contra el ocupante. La tregua era, por tanto, una muestra de debilidad más que un pago a crédito para ver cómo marchaba el Itinerario de la paz.

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Del lado israelí, aunque había alivio por el cese o la drástica disminución de los atentados, ni siquiera se reconocía que hubiera tregua, porque nunca cesaron las operaciones de liquidación, escasamente selectiva, de los cuadros de Hamás, así como tampoco cabe duda alguna de que la única tregua en la que el primer ministro Ariel Sharon está interesado es la del desmantelamiento -léase apartamiento irreversible de la circulación- de las estructuras de la resistencia palestina.

La famosa Hoja respondía a los mismos criterios que habían fracasado ya con los acuerdos de Oslo, que se firmaron en septiembre de 1993. Y, a su vez, este plan reproducía lo esencial del paso-a-paso de Henry Kissinger de los años setenta, que había permitido la retirada israelí del Sinaí egipcio en 1982, pero que no le había movido una letra de sitio al contencioso palestino-israelí. La táctica, en definitiva, de resolver lo inmediato y dejar ad calendas los auténticos problemas de fondo.

En el caso de la Hoja-Itinerario, ello equivalía a exigir el fin inmediato de la violencia palestina a cambio de una futura congelación de los asentamientos israelíes. Y si las organizaciones del terror palestino no se negaban formalmente a ello, su declaración de tregua implicaba, sin embargo, condiciones que Israel ni quería discutir, como la liberación de más de 6.000 presos palestinos y el fin de las operaciones contraterroristas. Sharon ni siquiera había aceptado el documento del cuarteto norteamericano y europeo, porque jamás se había comprometido a paralizar la colonización de los territorios ocupados. Todo ello en nombre de una tregua que todos querían hacer ver que existía.

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Contrariamente a todo lo experimentado hasta ahora, si es que el conflicto aún tiene solución, ésta no pasa por acordar menudencias, que los palestinos rechazan en la práctica y los israelíes en la práctica y en la teoría, sino por forzar a las partes a aceptar unas realidades mínimas de negociación, que, nada casualmente, coinciden bastante con lo que la ONU ha establecido en numerosas resoluciones sobre el caso. A saber: retirada total israelí, o aquella que libremente consientan los palestinos de los territorios ocupados desde la guerra de 1967; que esa retirada se haga extensiva a toda la Jerusalén árabe, o a la parte que los palestinos estén libremente dispuestos a aceptar; lo anterior implicaría también el desmantelamiento de todas las colonias israelíes en los territorios, o el número de ellas que los palestinos exigieran; y, por último, una solución, sin imposiciones a ninguna de las partes, de carácter básicamente económico, al problema de los cuatro millones de refugiados que reivindican su derecho al retorno a sus hogares en lo que hoy es el Estado de Israel.

Todo ello significa que sólo un diktat estadounidense, sostenido por Europa, que establezca el marco en cuyo interior cabe, según las líneas anteriores, la única negociación de igual a igual, tiene probabilidad de prosperar. O puede que ya sea demasiado tarde hasta para eso.

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