Extremadura llora
Ha ocurrido de nuevo, rabia e impotencia se suman en mi ánimo cuando observo las imágenes de los incendios que cada verano asolan nuestro, ya escaso, bello patrimonio natural. Este sentimiento se eleva, si cabe, cuando conoces y amas profundamente una de esas zonas que ya sólo existe en el recuerdo de tanta gente que lo ha admirado y disfrutado. Me refiero al devastador fuego que han sufrido Valencia de Alcántara y alrededores, una zona de por sí deprimida cuya única esperanza era el auge del turismo rural. La descoordinación y la desidia la han hundido de manera irremediable.
Estábamos a merced de la suerte y los vientos, el fuego estaba arrasando miles de hectáreas en Portugal y acercándose día a día a la frontera, pero aquí sólo se cuenta con un par de camiones, a todas luces insuficientes, para afrontar pequeños incendios fortuitos que normalmente se apagan gracias a los propios ciudadanos, cuanto menos para batallar con el devastador frente que se acercaba. Como siempre, no se reacciona hasta que es tarde para evitar la catástrofe.
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