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Reportaje:A LA ESPERA DEL FÒRUM

La Mina, a la espera del Fòrum

Las obras del encuentro de 2004 rodean el barrio de La Mina, donde se proyectan también profundos cambios urbanísticos

La sombra del Fòrum ya llega barrio de La Mina. Las siluetas de los edificios son perfectamente visibles desde los bloques del complejo. Sobre todo, cuando uno se asoma a los restos de la zona industrial, donde aún quedan algunas naves y tres casitas que un día fueron unifamiliares y que hoy muestran las grietas del derribo que las amenaza. Están rodeadas de polvo y cascotes procedentes de otras construcciones desaparecidas. En su patio trasero, entre esos restos de cemento y ladrillo roto, crecen aún plantas, tomateras, que muestran la potencia de la vida, capaz de superar las condiciones más adversas. Eso es La Mina: la vida imponiéndose a la adversidad, el deseo de alegría venciendo los inconvenientes. La esperanza, pero sin calendario.

En La Mina la calle es un lugar de vida. En la calle se hace de todo y a cualquier hora
La primera de las obras consiste en dotar de ascensores a los bloques de La Mina Vieja
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Los vecinos miran hacia las grúas que trabajan junto al mar y saben que el próximo año no formarán parte del paisaje, porque el Fòrum sí tiene fecha y los dirigentes de Barcelona han empeñado su prestigio en que se cumpla. No ocurre así con los planes de reforma de La Mina, pese a que los trabajos que se deben realizar tienen mucha menos envergadura. Son proyectos a ocho años vista. Con mucha suerte, estarán casi listos en 2010, pero en la mente de los vecinos no hay día, mes ni año para el inicio y el final de las obras. No desesperan, al contrario: no pocos de ellos tienen una notable cantidad de esperanza acumulada. Pero es esperanza sin fecha, para que no se agote. Porque La Mina tiene un plan, pero los residentes tienen memoria y muchos de ellos recuerdan perfectamente que éste es el séptimo de los planes que nunca se cumplieron. "Esta vez es diferente", afirma con buen ánimo Joan Batlle, gerente del Consorcio de La Mina. La diferencia es que hay dinero.El dinero para la reforma de La Mina procede del Gobierno catalán, de los ayuntamientos de Barcelona y Sant Adrià de Besòs, y de la Diputación de Barcelona, y suma unos 72 millones de euros (12.000 millones de pesetas). El Gobierno central no aporta nada y entiende que ya ha cumplido mediando para que haya fondos europeos. Es un plan ambicioso. Consiste en derribar algunos de los bloques de 10 plantas y partir otros de modo que por en medio pasen calles abiertas a la luz y al sol. Paralelamente, se prevé derruir una zona industrial colindante y edificar pisos. Mientras, se ha iniciado la demolición de algunos edificios para abrir una gran rambla que irá desde la calle de Cristóbal de Moura hasta el futuro puerto deportivo, una de las piezas emblemáticas del Fòrum.

La primera de las obras que se acometerá es menos aparente, aunque cambiará mucho la vida de un número considerable de vecinos: se trata de instalar ascensores en los bloques de la zona denominada La Mina Vieja. Son edificios de cinco pisos de altura, los más cercanos al mar y los primeros que se construyeron, a principios de los años setenta. Todos carecen de ascensor y sus ocupantes han envejecido con ellos. El espacio para los elevadores es más bien escaso, de modo que se ha pensado en adosarlos por fuera, explica el concejal del distrito Eduardo Fernández-Silva, bonaerense de nacimiento y residente, desde hace tres años, en Sant Adrià. Fernández-Silva ha sustituido a una de las personas que mejor conocen La Mina: Mari Carmen Manchado. Y la conoce bien porque nació allí, vive allí y trabaja allí. Y no tiene la menor intención de marcharse. Como tantos otros vecinos, respira un notable patriotismo de barrio, como si se les hubiera fijado en su alma material el espacio donde han crecido, jugado, amado y odiado.

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Y es que el amor y el odio al barrio se dan la mano en las explicaciones y en los gestos. La vida allí no es fácil, aunque para muchos resulte impensable la idea de marcharse. Un vecino señala los contenedores de residuos. Están abiertos. "Siempre", añade. "Si se cierran, nadie echa la basura dentro. La dejan fuera". Hay, incluso, quien tiene un sistema más expeditivo: abre la ventana y, sin importarle si da a la calle o al patio de vecinos, tira por ella la bolsa. Llena, por supuesto.

La recogida de enseres se hace dos veces por semana: los martes y los jueves. Pero una parte del vecindario abandona lo que le sobra (tresillos, cocinas, neveras desahuciadas...) al margen del calendario. El resultado es una constante acumulación de porquería en las aceras. El asunto es grave, porque en La Mina la calle es un lugar de vida. En la calle se hace de todo y a cualquier hora. Estos días de agosto, soleados, abrasadores, las calles están llenas de hombres y mujeres, de chiquillos cuya piel oscura relata el tiempo pasado bajo el sol: jugando, charlando, cantando, bebiendo, mirando. Un mural pretende reflejar el barrio y retrata a Camarón de la Isla. Pero hay quien sostiene que la verdadera imagen de La Mina es la de una mujer con el carrito que sirve para la compra (y la venta) y la de un hombre tomando una cañita.

Hasta hace poco, en las calles incluso se traficaba con droga, una práctica que se ha trasladado a los pisos desde que se abrió la comisaría de los Mossos d'Esquadra. Gente que se gana el sueldo. Es difícil pasear un par de horas por La Mina sin ver media docena de cacheos: la patrulla se para ante el sospechoso. Éste se apoya en el coche, con las piernas abiertas, casi sin rechistar. Los guardias, con guantes, le registran minuciosamente.

La presencia de la policía autonómica ha cambiado mucho el barrio, explica Joaquim Miquel, concejal un poco de todo, según él mismo dice. Desde que abrió la comisaría la calle es más libre. En los bloques se sigue con trapicheos y los agentes rara vez entran porque los traficantes están alerta y tendrían tiempo para deshacerse de lo que fuera, pero las instituciones han recuperado la autoridad en el exterior. Recuperarla dentro es parte del plan urbanístico, que no puede ir, insiste Joan Batlle, separado de actuaciones sociales.

La situación de las mujeres es uno de los asuntos más espinosos de La Mina. Las autoridades batallan para que las niñas no abandonen el colegio al cumplir los 12 años. De una población de 13.000 habitantes, en 1981 había 3.744 analfabetos. Una labor a fondo logró reducir la cifra a 2.614 en sólo cinco años. En la mayoría de los casos, las personas alfabetizadas fueron mujeres. Ahora mismo, explica Batlle, se ofrecen cursos de formación. El último, para trabajar como dependientas y cajeras en grandes superficies. Batlle afirma con satisfacción que el resultado ha sido espléndido: el 60% han encontrado trabajo y muchas de ellas son gitanas. En los programas de inserción sociolaboral han participado 1.300 personas, de las que 400 han encontrado trabajo y están colocadas.

Pero la formación deficiente no es un problema exclusivamente femenino. En el barrio hay 1.700 niños en edad escolar. Uno de los principales objetivos de los educadores es evitar el absentismo. Afecta a unos 150 chavales, pertenecientes a unas 70 familias. "La actuación en estos casos es compleja, porque con frecuencia hay problemas específicos en las unidades familiares, desde la chica que es obligada a cuidar de sus hermanos pequeños hasta quien tiene enfermos en casa u otro tipo de dificultades", señala Batlle, que insiste en que la reforma urbanística no prosperará sin una actuación constante en materia de justicia social.

Este año, 55 alumnos han terminado la primaria y pasarán a secundaria. Se proyecta un seguimiento detallado para apoyarles, pero no se puede perder de vista que las condiciones sociales ayudan poco. En los últimos años, La Mina ha proporcionado apenas 15 universitarios. El dato es tan duro que invita al optimismo: es casi imposible empeorar. Pero ese optimismo no es gratuito ni esporádico. Parte del convencimiento de que es la acción de los hombres lo que decide el futuro. Y en el barrio hay hombres y mujeres dispuestos a que el porvenir no sea el cemento en que intentaron sepultarles allá por los años setenta.

Un día allí hubo una fuente

La Mina recibe su nombre de una fuente que había en el lugar. El barrio nació en 1970. El alcalde de Barcelona, José María de Porcioles, quería eliminar las barracas de la ciudad y proyectó los primeros bloques, que hoy forman La Mina Vieja. La intervención de los tecnócratas del Opus Dei, dominantes al final de la dictadura, hizo que cambiara el proyecto para que cupieran más realojados y que los bloques pasaran de las 5 a las 10 plantas. Para ocupar una vivienda había que acreditar ser barraquista, pagar 30.000 pesetas y asumir los gastos de comunidad. Con ello, al cabo de los años se accedía al derecho a escriturarla como propia. Los pisos tienen 63 metros cuadrados, salvo los destinados a familias numerosas, que tienen 68.

El poso del tiempo ha dejado innumerables historias de cambios de viviendas, de compras y ventas inexplicables: alguien adquiría el derecho a ocupar un piso, cedido por otro que no era propietario. Era el mercado negro. Era negro todo: el dinero, el comprador y el vendedor, porque formalmente no había ni compra ni venta. Hoy el 80% de viviendas están regularizadas y escrituradas. Su cotización ronda los 90.000 euros. Las otras están en proceso. El municipio ha adquirido 40 pisos que tiempo atrás habitaron familias de guardias civiles. No tienen una gestión fácil. Ni siquiera resulta sencillo evitar que sean ocupados por algún vecino.

Forma parte de la tradición, explica Mari Carmen Manchado. Dicen: "Mi hijo vive conmigo y se ha casado y tiene un hijo", de modo que queda claro que necesita un piso y que hay que dárselo, explica.

Una de las casas semiderrruidas, junto a la zona industrial, está ocupada. Una mujer de edad indefinida conectada a una bombona de oxígeno y con dificultades de movimiento cuenta que espera que le den otra casa. "No quiero dinero, porque no me van a dar para comprar un piso. Quiero un sitio donde vivir". Aunque de hecho, precisa, aquélla no es realmente su casa. Su casa era otra que se inundó y decidió trasladarse a ésta, cuenta, sin aportar más detalles.

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