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Reportaje:

Domingueros de ciudad

El parque de la Ciutadella atrae los domingos a miles de jóvenes que buscan acabar tranquilamente el fin de semana

Clara Blanchar

"¿Quién organiza este festival?", pregunta un turista emocionado. No lo organiza nadie y no es ningún festival. Es el parque de la Ciutadella de Barcelona cualquier domingo por la tarde. El turista mira a su alrededor con los ojos como platos. Innumerables grupos de jóvenes que descansan o charlan sobre el césped, enormes corros escuchando la percusión que sale de decenas de djembés (tambores africanos), chicas y chicos haciendo ejercicios malabares o bailando ritmos africanos, parejas en actitud amorosa, familias enteras... Desde hace unos años, el parque de la Ciutadella se ha convertido para muchos barceloneses, sobre todo jóvenes, en el lugar donde acabar tranquilamente el fin de semana, ya sea en invierno o en verano.

Los percusionistas de ritmos africanos forman parte del paisaje del parque

El Ayuntamiento de Barcelona no ha contabilizado la afluencia de público al parque, pero la densidad de visitantes por metro cuadrado es alucinante. Sobre todo en los largos días de canícula. Este verano, la pacífica y festiva invasión dominguera de los parterres se ha extendido hasta una de las calles principales del parque, donde de forma espontánea ha proliferado un mercadillo en el que se puede comprar desde un pareo o ropa de segunda mano hasta artilugios para hacer masajes, sandalias, pasando por refrescos y comida casera de todo el mundo, ya sea fría o cocinada allí mismo con barbacoas u hornillos de gas.

Es la muestra irrefutable de que las tardes de domingo en la Ciutadella están plenamente consolidadas. "Por la mañana la Guardia Urbana no nos deja, pero por la tarde tolera el mercadillo", explica Giancarlo, un italiano que cada semana vende riquísimas pizzas y empanadas con toda su familia.

Los motivos para acudir al parque son muchos. "Se está muy bien, mucho mejor que achicharrándote en la playa o tirado en el sofá de casa", asegura Luis, de 38 años, asiduo visitante del recinto. "Podemos tocar sin molestar a nadie", razona Marta, de 23, mientras desenfunda su instrumento de percusión. "Para los niños es fantástico, pueden corretear mientras nosotros leemos tranquilamente", afirman los padres de dos crías que no llegan a los cinco años. Otro de los alicientes que todos ellos comparten es "el ambiente". La gran mayoría de los visitantes son jóvenes, pero también hay muchas parejas de media edad y familias enteras paseando, además de decenas de turistas echados en el césped.

Son estos turistas el principal objetivo de los carteristas. Como en cualquier aglomeración, acuden al parque en proporción a los visitantes. Verles trabajar es fácil, ya sea llevándose bolsas del césped o metiendo la mano en los bolsillos de los que visitan el mercadillo distraídos. Operan en pequeños grupos: desde un punto relativamente alejado, uno de ellos se encarga de repartir la tarea, mientras otros cuatro o cinco se emplean en ella.

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En un escenario como éste tampoco podían faltar los inmigrantes de origen paquistaní vendiendo latas de refrescos y cervezas. "A un euro, a un euro", es su eslogan. Pasean sin descanso entre los corrillos en busca de clientes. "Me gustaría saber cuánto me gastaría y cómo saldría del parque si me bebiera todas las latas que me ofrecen en una hora", bromea Luis.

Nadie entre los preguntados acierta a explicar por qué los domingos por la tarde el recinto de la Ciutadella se llena mientras que otros parques de Barcelona permanecen desiertos. Parte de la culpa, en el buen sentido, la tienen los djemberos, los jóvenes que acuden a tocar percusión. Lo que los más veteranos tienen claro es que los pioneros fueron la pareja formada por Salva, canario, y Nuria, gallega. Hasta se acuerdan de la fecha exacta: febrero de 1998.

"Vivimos al lado, somos muy aficionados a la percusión africana y estuvimos dos años viniendo porque nos apetecía tocar con gente, pero no cuajaba", explica Nuria. Hasta que cuajó en el invierno de hace cinco años. Actualmente, con el experto en percusión Abdul, originario de Guinea Conakry, organizan una exitosa y concurrida jam cada semana. "Tocar aquí es lo más parecido a hacerlo en la naturaleza, como en África", señala Salva. Los tres aseguran que los ritmos africanos son rápidos de aprender y "sacan la parte musical que todos llevamos dentro".

Sus argumentos parecen ciertos, a juzgar por la cantidad de grupos que tocan en el parque. Unos mejor que otros, pero son muchos. En este sentido, el verano pasado los percusionistas tuvieron problemas con los vecinos. "Nosotros siempre hemos intentado que la gente deje de tocar a una hora prudente", dice Nuria tras la jam. Pero unos metros más allá, los tambores siguen retumbando.

En teoría, el parque de la Ciutadella cierra a las nueve de la noche, pero en verano el horario se alarga hasta las diez o las once. Y aun así muchos se quedan dentro. Pero no hay problema. Se conocen perfectamente los agujeros de las verjas por donde se puede salir cuando las puertas están cerradas.

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Sobre la firma

Clara Blanchar
Centrada en la información sobre Barcelona, la política municipal, la ciudad y sus conflictos son su materia prima. Especializada en temas de urbanismo, movilidad, movimientos sociales y vivienda, ha trabajado en las secciones de economía, política y deportes. Es licenciada por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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