Sin alto en el camino
¿Quién dijo que el verano no es tiempo de noticias? Llevo una semana al lado de una piscina de plástico (donde los niños chapotean incansablemente, salpicándome el periódico) y el ruedo informativo no deja de girar. De nada vale resignarse a este sol de justicia si los demás no hacen lo mismo. Es como si uno se propusiera convalecer de todo un año de fatigas y el año se resistiera a terminar. Antes, este país cerraba en agosto, pero durante los últimos tiempos la política no se toma vacaciones. Pones la tele, por ejemplo, y en cualquier programa rosa no se habla ya de embarazos imaginarios o de esas fraudulentas anulaciones con que salda la Iglesia Católica los matrimonios de los ricos; antes al contrario, salen Julián Muñoz y Jesús Gil debatiendo sobre Marbella. Claro que en este caso "lo rosa" está en considerar que la política local de Marbella sí merece debates en prime time y no conflictos crónicos como el que atenaza al paisito. Perdón, aquí no hay ningún conflicto. Lo dice el presidente. Qué cabeza la mía.
La mayor responsabilidad de que la política no descanse en agosto nos corresponde, como siempre, a los naturales del paisito, empezando por los etarras, mal rayo les parta, y sus campañas de verano, llenas de explosiones intimidatorias. El plan Ibarretxe, por su parte, sigue haciendo millas explicativas, mientras que Michavila y Rajoy amenazan con suspender todo lo suspendible si el lehendakari mueve una pestaña. Sí, ha llegado el mes de agosto, pero nadie hace un alto en el camino. Odón Elorza se descuelga con notables artículos de fondo y Savater contesta, aunque en su caso el artículo fondón ya no sea noticia. Incluso es de temer que, durante las próximas semanas, los partidos mantengan portavoz de guardia. Todos, de una u otra manera, están dispuestos a que la rueda no deje de girar. La tensión es tal que no parece posible un alto en el camino, un alto meramente agosteño, hortera, de salitre o cereal. No, no hacen falta serpientes de verano, ni reportajes sobre la célebre serpiente. ¿Qué serpiente, por otra parte, asomaría la cabeza entre tanto chapapote?
A mediados de esta semana, se confirmaba la prolongación del trabajo político: el PSE se moviliza para lanzar una alternativa al plan de Ibarretxe. La movilización no afecta sólo a la dirección del partido, sino también a especialistas en Derecho e incluso, se dice, a personas cercanas al nacionalismo. No se descarta la preparación de una conferencia en otoño.
El Partido Popular, en boca de su presidente, ya ha descalificado la iniciativa. Porque, desde luego, si el socialismo se mueve ello representaría el fracaso más clamoroso de su política actual con relación a las provincias rebeldes. El PSE, por su parte, tendría una espléndida razón para dedicar menos tiempo a estar en contra del plan Ibarretxe y más tiempo a defender su propia iniciativa. Y uno, que todavía no ha perdido la ingenuidad democrática, piensa que habría incluso una oportunidad para, en virtud de distintos proyectos, llegar a una nueva síntesis, una síntesis que rebaje las pretensiones soberanistas, pero avance hacia algún modelo de federalismo asimétrico, que es lo que piden a gritos la historia, el presente y la voluntad electoral periférica de este país.
Es lógico que todo esto ponga nervioso al Partido Popular, que opina que Santiago cerró España en 1978. Lo que ocurre es que, en política, la existencia o inexistencia de ciertos problemas no se resuelve con un mero ejercicio de voluntad. Los populares niegan la existencia del conflicto, pero no dejan de hablar de él. Algo habrá, salvo idiocia del argumentista. El verdadero temple democrático del PP (que lleva a algunos de sus publicistas a llamar "prehumanos" a los nacionalistas vascos) puede quedar en evidencia si el plan Ibarretxe tiene enfrente un plan de avance estatutario y si ambos se ven en la obligación de confrontarse, matizarse y alcanzar una síntesis. Sí, quizás se trate sólo de una ingenuidad más del columnista, apuntalada, en este caso, por la cercanía de una piscina de plástico donde unos niños chapotean alegremente, bajo un sol de justicia, poniendo el periódico perdido.
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