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Columna
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Serpiente festiva: Artium

A la espera de que asome la Serpiente Emplumada de México, de que nos queme el ardor del tequila y el volcánico mezcal, o la suave margarita, de tener noticia de su excéntrica creatividad -desde Frida a los murales de Diego Rivera o Rufino Tamayo, y ¡que la Virgen nos guarde de los mariachis!-, de sus picantes, de la cochinita pibil, tacos, quesadillas y tamales que llegarán a finales de agosto, el Artium organiza sus actividades especiales para niños en fiesta. Arte con pistas. Y éstos, como siempre, se lo pasan pipa.

La "casa Catón", sobria, elegante, funcional, limpia, se debate entre la oferta más puramente museística y la animación cultural. No le va muy bien, autoridades culturales mediante (y cierta gestión privatizadora del dinero público). Guiris, los justos. Algún nativo y cuatro modernos. Y, sin embargo, merece la pena. Si llegan a tener esto en Pisa o Siena, le sacan chispas. Ruta interurbana: Donostia (alojamiento y playa). Bilbao, Guggy y Bellas Artes, y a cenar a Bermeo o a Getaria. Vitoria medieval, Catedral, Artium y la Rioja gastronómica y enóloga. Pamplona carlista, Estella y la Rioja alavesa, fronteriza y fortificada. Mil y un rutas turísticas, que son mil y un formas de ingreso dinerario y de vidilla, que de eso se trata.

Si usted entiende que la fiesta debe tener su parte de espectáculo y se le queda corta La Blanca, recorra la Catedral y el Artium

Ruta urbana. Falta un buen parking. Lo demás, está. Artium y almendra medieval con la Catedral destripada y mancillada como elemento central (tan atractiva y hermosa por eso mismo; ¡que no termine nunca la restauración!) Nada de mercados medievales: chorro de dinero en subvenciones para todo comercio (de la ropa al queso y al patxaran), cafetería o tienda que se suba a la colina. Palacio Escoriaza-Esquíbel, Portalón y su rincón, Casa del Cordón, y callejas medievalizantes harán el resto.

Un cuarto a espadas por el turismo. Y menos ligereza con "libres-asociados" y otras lindezas, que estamos de fiesta.

En cuanto a lo que hay, es de sobra conocida la exposición permanente (mirós, tàpies,...). Pero las temporales superan en mucho al Reina Sofía o al IVAM. Y, ahora mismo, al Guggenheim. (Al primero, no es difícil, con su mostrenco convento y hospicio.)

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Javier Pérez, de quien siempre aborrecí su bóveda de cristal, soberbio. Aires nocturnos y urbanos en sus vídeos; juegos irónicos sobre el tiempo y la perspectiva en sus instalaciones; movimiento, vida, sonido y fisicidad. Excelente. Un universo a medida, a medida de las incertidumbres del hombre de hoy. Vicente Ameztoy cumple, y Perejaume, extraordinario miniaturista y hombre lleno de ideas y sensibilidad innovadora, debe dar el salto hacia la obra plena que se perfila en su trabajo más allá del museo, en contacto con el entorno natural.

Finalmente, Joan Fontcuberta, un personaje con el que los niños, ávidos de aventura, mar y libertad, se sienten a sus anchas. Pero su obra no es nada infantil. Es de una ironía apabullante con las maneras engañosas de nuestra memoria museológica. Una broma monumental. La Isla de los Vascos-Euskaldunen Uhartea, allá por Terranova. En su entrada, una pequeña muestra "zoológica" de su exposición-fiesta anterior (bichos disparatados cazando, fotos pseudodocumentales, incluidos fósiles) dan la clave para la ironía. La explican. El 27% de visitantes universitarios de aquélla creyó en la existencia real de aquellos bichos... en alguno de nuestros tiempos.

Desilusión del sentido que recorre este tiempo, ironía polémica recorre las exposiciones temporales del Artium. Si usted entiende que la fiesta debe tener su parte de espectáculo y se le queda corta La Blanca, recorra la Catedral y el Artium, y recibirá una parte de lo que estas fiestas, tan volcadas en San Celedón y la fiesta libertaria, no le dan.

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