El cine como se hacía antes
El cineasta Tomàs Mallol cumplió 80 años y lo celebró con un pase de sus mejores cortometrajes
Un viejo proyector Bau de 16 milímetros, un gran altavoz de madera ajetreado por el paso del tiempo, una tela blanca y un maletín con películas. Con estas herramientas a cuestas, el cineasta Tomàs Mallol recorría las plazas de ciudades grandes y pequeñas de España hace 40 años mostrando su cine a quienes lo quisieran ver. Un total de 40 años después, el cineasta de Torroella de Fluvià (Alt Empordà), celebra su 80 cumpleaños con un salto hacia atrás en el tiempo y proyectando de nuevo, como hacía entonces, cuatro de sus mejores cortometrajes a un público formado por cineastas, amigos y vecinos. Es el particular homenaje de reconocimiento a su trayectoria que le organizaron la noche del viernes el Festival de Cine de Girona y el movimiento artístico Côclea en la Nau Côclea de Camallera.
Las obsesiones del cineasta son el tiempo, la distancia y la belleza
Todo cambia para que nada cambie: Mallol coloca dos libros debajo del proyector para centrar la imagen en la pantalla, abre la maleta, saca una cinta y la engrana minuciosamente en los dientes el proyector. Todo como entonces, aunque ahora con 31 películas dirigidas entre los años 1956 y 1977 en su haber y una de las colecciones de objetos relacionados con el cine más importantes del mundo. La colección de Mallol, que contabiliza casi 35.000 objetos entre proyectores, filmadoras, películas, juegos, carteles, libros y dibujos, entre otros, es el alma del Museu del Cinema de Girona. Con motivo del homenaje, se programaron cuatro de las exhibiciones más representativas del cine amateur que realizó Mallol detrás de la cámara: Instante (1967), Poca cosa sabem (1972), Negre i Vermell (1973) y Homenatge (1975). Son películas de las que Mallol se siente orgulloso y que muestran las tres obsesiones del cineasta: el tiempo, la distancia y la belleza. Encuadres milimétricos en los que ningún detalle queda al azar, planos largos y un ritmo lento consiguen transportar al espectador dentro de la pantalla.
"Quiero explicar el valor del tiempo y cómo lo aplicamos a la vida". Con estas palabras, Tomàs Mallos empieza a presentar su primer cortometraje: Instante, una película que representó a España en el festival de Salermo (Italia) y que fue declarada por la UNESCO de interés para la humanidad. Como sucede con otras muchas películas de Mallol, de Instante sólo se conserva el maltrecho original en 16 milímetros. No hay más copias, con el consecuente peligro de desaparición de este legado que ello implica. Sólo hace unas semanas, y tras vencer las reticencias del propio cineasta, que el Museu del Cinema se ha planteado copiar la obra cinematográfica de Mallol en formato digital.
Tomàs Mallol cuenta a los presentes cómo utilizó hasta ocho escarabajos y tuvo que pegar a uno de ellos con cola a la vía del tren para conseguir un plano, o cómo en una ocasión tuvo que acudir hasta nueve veces a la plaza de toros Monumental, valiéndose de un carné del Centre Excursionista de Catalunya que le acreditaba como cineasta amateur, para conseguir filmar Negre i Vermell.
Entre anécdotas sobre el proceso de producción de sus películas y reflexiones sobre sus temáticas, Mallol convierte la charla en una clase magistral sobre cine en la que desnuda ante los presentes sus deseos más escondidos: "Para mí, el cine es hacer sentir, llegar a los sentimientos del espectador. No quiero que el cine cuente historias, para ello ya están otras artes como la literatura o el teatro", explica. Y sigue: "La muerte de un escarabajo en el mundo de los hombres no es importante, pero tendríamos que ver si la muerte de un hombre es importante en el mundo de los escarabajos".
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