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Compromisos para abordar la pobreza en Barcelona

La Barcelona dinámica y próspera de 2003 también tiene su lado de sufrimiento personal y colectivo. La pobreza y las diferentes formas de exclusión social anidan en los pliegues de nuestra ciudad. Se trata de realidades muy poco visibles, de procesos que afectan a personas y colectivos vulnerables, con una baja capacidad de movilización y expresión de demandas. Nos hallamos además en una etapa de cambios intensos y acelerados. En un par de décadas hemos transitado de una sociedad simple y estructurada a una sociedad mucho más compleja, poblada de incertidumbres, riesgos y nuevas desigualdades. En toda la Unión Europea las ciudades posindustriales redescubren la pobreza, y afrontan procesos emergentes de exclusión social de raíz laboral, educativa, sociosanitaria, familiar, étnico-cultural o de género. Cada ciudad presenta su peculiar geografía urbana de la exclusión. Las variables ideológicas no quedan al margen. Al contrario, las voluntades, los valores y los compromisos políticos, traducidos en programas sociales de inclusión, en apoyo a experiencias de transformación comunitaria, o en la dinamización de redes ciudadanas, se convierten en variables explicativas clave de los niveles e intensidades que muestra la exclusión y la pobreza en cada ciudad.

En Barcelona se trabaja desde hace años y desde múltiples flancos contra la pobreza y la exclusión social. Entidades vecinales han puesto en marcha planes comunitarios para hacer realidad barrios inclusivos, desde protagonismos amplios y compartidos. Equipos de magníficos técnicos y profesionales de base del Ayuntamiento han dado contenido, forma y sensibilidad a muchas políticas municipales de atención a las personas y promoción social. Un rico tejido asociativo trabaja de forma callada, día a día, para hacer posible que muchas personas puedan desarrollar sus proyectos vitales sin verse sometidas a discriminaciones injustas y excluyentes. Pero todo ello no es aún suficiente. Puede y debe hacerse mucho más. En Barcelona, la pobreza y las exclusiones sociales presentan perfiles que vamos conociendo bastante bien, y ello nos debe convocar a redoblar esfuerzos en una acción política y cívica cuyo objetivo estratégico no puede ser otro que el de pobreza cero en un marco de ciudad inclusiva.

Un reciente estudio de la Fundación Un Sol Mon nos ofrece algunos datos especialmente significativos. Alrededor de 180.000 personas, el 15,8% de los hogares de Barcelona, viven en situación de pobreza. Una pobreza cuya distribución social responde a algunos factores precisos: la edad, el contexto afectivo-relacional, el origen cultural, los niveles de formación, la inactividad laboral y el género. En efecto, el 43% de todos los hogares cuyo sustentador principal es mayor de 75 años viven por debajo de la línea de pobreza, cifra que alcanza el 58% cuando se trata de una mujer. La pobreza afecta en Barcelona al 37% de los hogares monoparentales encabezados por una mujer, cifra indicativa también de situaciones duras de pobreza infantil. La soledad es también para muchas personas sinónimo de pobreza: para el 34% de las mujeres solas y para el 11% de los hombres. La pobreza alcanza al 37% de las mujeres sin estudios primarios, y al 42% de los hogares con todos sus miembros inactivos. Más allá de la pobreza en sentido estricto, hoy en Barcelona la precarización laboral, el mercado de la vivienda o la ley de extranjería siguen operando como factores de exclusión personal y colectiva. Y todo ello en un marco de apreciables desigualdades: mientras el 20% más rico acumula el 40% de la renta, el 20% más pobre sólo obtiene el 8%; la media de renta de los tres distritos más ricos (Sarrià, Les Corts y el Eixample) casi dobla la de los tres más pobres (Ciutat Vella, Sants-Montjuïc y Sant Martí).

Nada de lo anterior es irreversible. La pobreza y las exclusiones sociales no se hallan inscritas fatalmente en el destino de la Barcelona del siglo XXI. Durante los próximos años, las políticas municipales de inclusión y lucha contra la pobreza deberán potenciarse de forma sustancial. Ése es nuestro compromiso político y moral con la ciudadanía: los servicios de atención domiciliaria, los programas sociosanitarios, los proyectos comunitarios, las viviendas de promoción pública, las políticas de accesibilidad, los equipos de mediación intercultural o los pactos por una nueva organización de los tiempos deberán convertirse en palancas potentes y resortes clave de inclusión en el horizonte de una Barcelona mucho más justa. Pero ello sólo se irá haciendo posible si somos capaces también de ir construyendo una nueva cultura en la práctica de la política social municipal: más relacional y de proximidad, modesta y abierta al aprendizaje, sensible, generadora de complicidades, y que sepa ver en los conflictos oportunidades de participación y creatividad social.

Ricard Gomà es concejal de Bienestar Social del Ayuntamiento de Barcelona por ICV-EUiA.

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