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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Gaitas que añoran el sur

PODRÍA DECIRSE QUE el viajero, no el turista, es una suerte de fugitivo; y que en esa huida que todo viaje sugiere encuentra un destino de vida errante.

Sentado a la mesa de mármol de un antiguo patio andaluz, recuerdo ahora con cierta nostalgia algunos días en Escocia, algunas calles y el frío. Recuerdo con especial cariño, por ejemplo, el encanto de la lluvia al abrigo de un coffe shop en Grassmarket, el barrio bohemio de Edimburgo, siempre provisto de té caliente con leche y un buen libro.

Conocer Edimburgo fue reconocer la niebla como espuma de cerveza que a propósito de Londres había descrito para siempre Charles Dickens, o las casas elegantes de Charlotte Square, por cuyas escaleras iluminadas uno esperaría aún que descendiese alguna distinguida lady de vestido largo, guantes y sombrero, al estilo de los que lucen todavía las pálidas muñecas de porcelana de sus escaparates.

Conservo una imagen hermosa de la ciudad encendida desde la segunda planta del autobús al paso por North Bridge, cuando volvía a casa después del duro trabajo, o de los sombríos callejones de piedra húmeda de Old Town, por cuyas esquinas silbaban los viejos fantasmas de las leyendas escocesas, y por donde yo regresaba a veces a pie, ya de madrugada, haciendo resonar mis pasos al ritmo de Duke Ellington y Johnny Hodger, que iban conmigo a todas partes, fieles como los torreones lánguidos de la ciudad, para tocar incansables Going up o You need to rock, y yo olvidase, al menos hasta el día siguiente, el peso de una difícil jornada o el olor a hamburguesa.

Otras veces me recuerdo paseando también a solas por los jardines de la calle principal, Princess Street, cuando caía la tarde alrededor de la colina rocosa sobre la que se alza el castillo de Edimburgo. Todo sucede en torno al castillo. Entre el gemido eterno de las gaitas y las gaviotas, yo sentía crecer dentro de mí una dolencia repetida: la necesidad, acaso primaria, como el instinto en el ave que emigra, de partir de nuevo hacia el Sur.

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