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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Veraneo criminal

ETA puso ayer en marcha su habitual ofensiva veraniega contra el turismo colocando dos artefactos explosivos en sendos hoteles de Alicante y Benidorm. Según señaló el ministro Acebes, se trataba de dos bombas trampa, cuyo objetivo era causar el mayor daño posible, haciéndolas estallar mientras las fuerzas de seguridad trataban de localizarlas. La banda avisó de la colocación de los artefactos, pero dio una indicación falsa sobre la hora fijada para su explosión. Las bombas estallaron unos veinte minutos antes de la hora señalada, causando una docena de heridos de diversa consideración, entre ellos cuatro policías. La rapidez con que las fuerzas de seguridad pusieron en marcha el operativo de desalojo de los hoteles evitó consecuencias más trágicas.

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La organización terrorista ya anticipó en enero pasado que la industria turística seguía siendo uno de sus objetivos y asumió en un comunicado el envío de cartas a las embajadas de EE UU, Australia y los países de la UE en Madrid, advirtiendo de los riesgos de hacer turismo en nuestro país. Ayer cumplió esa amenaza, intentando introducir, según señaló Aznar, "la cuota anual de miedo", aprovechando el descanso veraniego de miles de turistas, españoles y extranjeros, que disfrutan de sus vacaciones en el mar.

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No hacía falta que ETA insistiera sobre su fijación contra los intereses turísticos, que le viene de su época fundacional y que han heredado sus actuales dirigentes, veinteañeros forjados en la violencia callejera, como un ritual a pesar del estrepitoso fracaso de esa estrategia. Las repetidas campañas de sabotajes puestas en marcha a partir de los años ochenta contra los intereses turísticos y, en especial, la ofensiva de atentados desencadenada en los veranos de 2001 y 2002 no han afectado al sector: ni han impedido que los turistas extranjeros vengan a España ni que los nacionales acudan masivamente a las playas. Y mucho menos han conseguido doblegar al Estado y obtener de él algún tipo de concesión política, si ése era el fin último de los terroristas.

La repetición del veraneo criminal de ETA, a pesar de tales evidencias, sólo se explica por la rutina de la actividad terrorista, cada vez más desnuda de objetivos políticos y reducida casi a recordar que la organización todavía existe mediante la exhibición de su capacidad de muerte. Pero hace ya tiempo que el Estado y la sociedad han descontado esos efectos, por más trágicos que resulten a veces. Frente a esa ETA, o lo que queda de ella, como ha dicho el consejero vasco de Interior, Javier Balza, sólo cabe la persecución judicial y policial, adelantándose a sus criminales pretensiones con la detención de sus miembros y su entrega a la justicia.

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