Urgencias de La Paz
El miércoles 16 de julio de 2003, a las seis de la tarde, mi padre entró en urgencias del hospital La Paz bajo sospecha de un tromboembolismo pulmonar. Mientras le realizaban las pruebas pertinentes, permaneció toda esa tarde y noche incluida en un sillón, sin desvestir y con oxígeno puesto (el paciente tiene 80 años y un solo pulmón). A las ocho de la mañana del jueves 17 le instalaron en una cama en el pasillo de urgencias, recomendándole reposo absoluto, hasta el viernes 18 a las once de la noche, que le subieron a planta.
Debido a la cantidad de pacientes y la falta de personal, estuvo prácticamente en ayunas durante su estancia en urgencias, señalando que se le sirvió un filete, y no le dieron cubierto hasta pasada la media hora. Si quería comer, se tenía que incorporar, a pesar de que le habían indicado que tenía que estar en reposo absoluto, puesto que en urgencias no dejan estar a ningún familiar acompañando fuera de las horas estipuladas.
Todas estas penurias que estaba padeciendo el paciente -cada vez que pasaba una cama por el pasillo con otro enfermo para realizarle sus pruebas golpeaban la cama de mi padre- le iban produciendo cada vez más ansiedad y nervios, lo que estaba agravando su enfermedad, teniendo en cuenta que para hacer sus necesidades en un pasillo transitado de gente no tenía ninguna intimidad. Quiero hacer constar que no tengo ningún motivo de reclamación contra el personal, que estuvo desbordado de trabajo, sino contra el sistema.
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