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Columna
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Simbad

En Rota, Cádiz, pitaron el martes a Trillo-Figueroa, ministro de Defensa: lo abucheraron las familias de los soldados que volvían de la guerra de Irak. Había allí mucha gente contra la guerra, y lo veo lógico: los soldados son los que más peligros corren en la guerra, los que se van de casa. Incluso resultó raro que la policía naval eliminara una pancarta que decía no a la guerra perra: ¿no se declaraba contra la guerra el Gobierno popular, como cualquier ser razonable, aunque actuara siempre y rotundamente a favor de la guerra iraquí?

Creo que las manifestaciones antibélicas de Rota el otro día, entre soldados, resumen la disposición de ánimo de la mayoría en política internacional: casi todos estamos contra la guerra, es decir, a favor en el fondo, por obligación o por sentido común. (Yo, casi al margen, semiperdido e irreal en un pueblo de la frontera entre Málaga y Granada, imagino la verdadera razón de Aznar para ir a la guerra: entiende que la vida sería más difícil lejos del aprecio de Estados Unidos, y calcula que Bush o alguien tan Bush como Bush, dirigirá durante largos años el destino de Estados Unidos y el universo. El PSOE protesta, pero sin política.)

No fue una novedad la protesta de Rota. Tiene su tradición: los amotinamientos contra el embarque de tropas en el puerto de Málaga, hacia la guerra colonial en Marruecos, de otro siglo. Pero los pitidos a Trillo-Figueroa no los motivó la guerra, sino la sospecha de que el ministro, sin tiempo disponible para recibir a los 800 soldados, había hecho esperar a los barcos tres días en alta mar. Hacer pasillo o antesala en el océano debe de ser una experiencia interesante, aunque el ministerio atribuye la peripecia a un fallo en los motores tras un mes de navegación desde Um Qasr... Luego los pitidos fueron olvidados. Se transformaron en aplausos en cuanto el ministro agradeció el sacrificio de los soldados y sus familias, les concedió un sobresaliente como un maestro a fin de curso y habló de futuras condecoraciones.

Habló entonces el ministro Trillo-Figueroa en nombre del pueblo iraquí: durante mucho tiempo tendrá el pueblo iraquí en su memoria a los soldados españoles. Supongo que tendrá en su memoria a los americanos y a los soldados de la Legión Extranjera que Bush ha ido reclutando, 19 naciones, Polonia, Ucrania, Bulgaria, Hungría, Rumanía, los países bálticos, Filipinas, Tailandia, Mongolia, Fiji, Honduras, República Dominicana, El Salvador, Nicaragua, España. Aquí sólo esperamos y deseamos olvido para Irak y su guerra, que se convierta pronto en noticia rutinaria y realidad invisible. El cine, entretanto, nos ayuda a olvidar. Si ahora mismo me fuera a los cines del Ingenio, en Vélez-Málaga, o a los Alhambra, en Granada, y me metiera a ver Simbad, la leyenda de los siete mares, producción de Steven Spielberg en dibujos animados, me encontraría con que el mercader aventurero Simbad, el marino de las Mil y una Noches de Sheherezade, Simbad el de Bagdad, ya no es de Bagdad. Bagdad se ha ido metamorfoseando en una palabra monstruosa, muy desagradable, y un héroe no puede ser iraquí ni en los dibujos animados.

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