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Crónica:FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Dave Holland roza la perfección

Pasado ya su ecuador, la 27ª edición del Festival de Jazz de Vitoria puso el listón en lo más alto con uno de esos conciertos capaces de devolverle al más escéptico su perdida fe en el futuro del jazz. Difícil será que alguna de las actuaciones que quedan en cartel supere en intensidad y belleza a los noventa minutos de magia en estado puro creados por la big band de Dave Holland.

No fue una sorpresa, ya que la banda del contrabajista británico había ofrecido antes en diferentes puntos de la Península otros conciertos de similar atractivo. Fue una bocanada de aire fresco, la confirmación de que Holland es uno de los grandes del panorama actual y su big band una de las máquinas más sofisticadas y al mismo tiempo vitalistas de crear placer musical.

En la historia del jazz no ha sido habitual ver a un contrabajista al frente de un grupo, y mucho menos de una orquesta. Eso sí, los escasos ejemplos (Charles Mingus en la mente de todos) rozaron la perfección. Holland no es la excepción: su trabajo como compositor, arreglista y director roza también esa perfección, casi tanto como su rotunda sonoridad con el contrabajo, de las que acarician y aturden.

La de Holland es una big band corta, 13 miembros, pero suena con el poderío de las históricas formaciones de la especialidad y añade toques de originalidad a tener muy en cuenta. El primero, la ausencia de piano que compensa un vibráfono-marimba con un color muy personal. El segundo, unos arreglos en los que tanto se potencia el solista como el sonido conjunto consiguiendo equilibrio y precisión. Añadamos además que la banda gozó de una sonorización exquisita que mantenía ese equilibrio y realzaba los matices.

Dave Holland se mostró contundente con su contrabajo y algunos solistas volaron muy alto aguijoneados por su dirección y con las espaldas bien cubiertas por la seguridad rítmica de la banda. Los saxofonistas Chris Potter y Antonio Hart o el trombonista Robin Eubanks tuvieron intervenciones de lo más dulce.

Sensaciones cambiantes

Fueron 90 minutos sumergidos en un mundo de sensaciones cambiantes, pero todo lo bueno tiene su fin. Tras un corto descanso, el estruendo sonoro con el que comenzó Marcus Miller fue como darse de bruces contra una realidad olvidada, una patada donde duele. Bajista y también director de banda, Miller se mostró como la antítesis de Holland. En su grupo las sutilezas y los detalles de desvanecen buscando una contundencia rítmica que acaba siendo molesta.

Ya de entrada, Miller sonoriza su banda -el técnico viaja con ellos- bastante por encima del umbral de dolor del oído, imposible permanecer en las cercanías del escenario. Superada esa barrera sónica simplemente quedan unos ritmos danzantes demasiado repetitivos y algunos excesos virtuosísticos del líder. Poca cosa para un envoltorio tan aparatoso. Por suerte el buen sabor dejado por la orquesta de Dave Holland no pudo ni siquiera ser borrado por la nadería protagonizada por Marcus Miller.

Dave Holland, durante su actuación.
Dave Holland, durante su actuación.PRADIP J. PHANSE
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