Dolor y fábula

Siempre me ha llamado la atención que Ernst Jünger, oficial al servicio de la Wehrmacht, el mismo ejército que allanaba el camino en el Este para que las fuerzas de las SS exterminaran judíos, siempre me ha llamado la atención, decía, que el adjetivo más ofensivo que le dedicara a Himmler fuera el de "el gran charlatán". Himmler fue coautor ideológico de la muerte de seis millones de judíos, además de gitanos, comunistas, inválidos, disminuidos y desafectos al régimen. Esa espantosa responsabilidad sólo le inspira al autor de Tempestades de acero (libro que Hitler tenía en gran consideración) un epíteto poco ocurrente aunque pretendidamente gracioso. En los cuatro años registrados en sus diarios de París, no hay ninguna referencia al genocidio que el ejército al que orgullosamente pertenecía colaboraba a perpetrar. Ningún interrogante. Pero Primo Levi sí escribió sobre el Holocausto. Lo vivió en carne propia, en los mismos días en que Jünger tomaba el té con Picasso y leía a Paul Morand. En La tregua, el escritor italiano describe la lenta agonía de un niño de tres años, a poco de entrar los rusos en Auschwitz. Al niño se le puso el nombre de Hurbinek, el que no tiene nombre.

A partir de esta situación, Adolfo García Ortega escribe El comprador de aniversarios

, un libro terrible sobre el Holocausto. Fabula una posible existencia de Hurbinek, todas las que nunca pudo vivir. Y alrededor de esas existencias conjeturales, el autor castellano, a través de un narrador que quiere visitar, pero no puede, Auschwitz, nos conduce por uno de los más, sino el más, indescriptibles tormentos que una ideología, un líder y prácticamente un pueblo infligieron a otro pueblo. Entre la crónica, la ficción y la bibliografía especializada, Adolfo García Ortega escribió un texto sobrecogedor. Lo recomiendo, junto a Crónica del gueto de Varsovia (Alba), de Emanuel Ringelblum. No hace muchos meses, José Saramago afirmaba que el ejército israelí estaba haciendo con los palestinos lo mismo que los nazis hicieron con los judíos. Tal injusto desacierto estaba guiado, no cabe duda, por su afán de solidaridad con el pueblo palestino. Pero ningún intelectual español escribió nada para rebatir tan amargo incumplimiento a la verdad histórica. Nadie, excepto ahora García Ortega desde este imprescindible y doloroso libro.