Años de radio
Josep Cuní deja Ona Catalana, ellos sabrán lo que hacen. Pero Cuní seguirá durante toda su vida profesional vinculado a la radio de Cataluña porque no es un simple periodista, sino un punto de referencia, un elemento estructural de nuestro paisaje informativo diario. Cuando uno llega a este nivel, difícilmente puede escapar al destino que inconscientemente ha escogido.
En la España de la década de 1940 y 1950, la radio ocupó, para bien y para mal, un importante lugar en nuestra historia cultural y sentimental. Durante la década de 1960, la televisión irrumpió con una irresistible fuerza mediática. Eran años de censura: recordemos -o informemos a los más jóvenes- que sólo Radio Nacional de España podía emitir boletines de noticias, lo que comúnmente se llamaba todavía, por recuerdo de la guerra, el parte; las demás radios, o reproducían estas informaciones, perfectamente controladas por las autoridades políticas, o se dedicaban a emitir programas de otro género. En cuanto a la televisión única, el control era igualmente estricto, aunque algunos programas eran excelentes -por ejemplo, la sesión semanal de teatro o las obras escritas, interpretadas y dirigidas por Adolfo Marsillach o Narciso Ibáñez Serrador, todo ello en horario prime time de noche-, más todavía si los comparamos con la bazofia artística e intelectual de la mayoría de programas nocturnos actuales.
A mediados de los años setenta, la radio parecía haber iniciado un declive ineluctable y fatal. La imagen, las poderosas imágenes que nos llegaban desde todo el mundo a través de la televisión, ejercía sobre nosotros tal fascinación que la radio sólo servía para oír música en el coche o para poner a prueba nuestro estoicismo soportando la tortura de transistores vecinos en las playas cuando no había otro remedio. La televisión: ése parecía ser el único futuro.
Pero con la transición política la radio recuperó su protagonismo gracias a que la democracia, en el fondo, fue sobre todo una recuperación de la palabra o, mejor dicho, una recuperación de la fuerza y la pasión por las ideas que, en la mayoría de los casos, sólo pueden expresarse de forma completa a través de palabras. Es una frase hecha, y muy conocida, que una imagen vale más que cien palabras. Quizá ello sea cierto en términos de propaganda, de la constante manipulación que se pretende ejercer sobre nosotros todos los días, a todas horas. Pero el mundo de la información es el mundo de las ideas; y como las ideas siempre son complejas, la palabra -escrita o hablada- sigue siendo imprescindible. Mientras que la imagen simplifica, la idea -las ideas en plural, naturalmente- plantea problemas, interrogantes, te incita a pensar, a reflexionar. De nuevo fue el momento de la radio, de la palabra, y surgieron monstruos de la radio como Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo y Josep Cuní.
En el sistema de la radio en catalán, pronto Cuní ocupó el papel estelar con su programa de la mañana en Cataluña Ràdio. Cuní estableció un modelo básico de periodismo radiofónico que ha tenido una profunda influencia en Cataluña, un modelo que todavía perdura. La noticia, el personaje, las ideas, el ingenio, la ironía, el entretenimiento, las informaciones, combinado todo ello en dosis soportables, han sido sus componentes básicos.
¿Cuántos de nosotros, más de una vez, tras aparcar el coche, no hemos bajado del mismo hasta esperar a escuchar cómo se acababa una entrevista, un debate o una llamada telefónica, de un programa de Cuní? Tal era el interés y la intensidad de lo que estábamos escuchando. Y todo ello sin grandes concesiones al populismo fácil, sino con un nivel cultural alto: por los temas tratados, por los personajes entrevistados, por la profundidad con la que eran analizadas las noticias que suministraba la actualidad diaria.
¿Han sido los programas de Cuní expresión de la realidad, de todas las realidades, de este país? En este punto, yo no diría que ha sabido reflejar exactamente, y con las debidas proporciones, la diversidad ideológica, cultural y social de Cataluña. En su primera etapa en Cataluña Ràdio, hasta principios de los años noventa, el sesgo hacia opciones oficialistas era más que notable. Poco a poco, quizá al mismo ritmo que la opinión mayoritaria catalana, fue introduciendo elementos en una línea más abierta y plural. En su etapa en COM Ràdio este pluralismo se acentuó.
Sin embargo, en los tres años que ha presentado el programa matinal de Ona Catalana, la apertura ha retrocedido: obsesionado con algunos temas, con una agudizada tendencia a monopolizar en exceso el uso de la palabra, determinadas voces apenas han tenido una presencia significativa en su programa y, sobre todo, no han podido defender sus propias posiciones de forma proporcionada a los legítimos ataques de que eran objeto diariamente. Cuní nunca ha sido persona de partido ni ha aceptado recibir consignas de nadie. Pero en su propia concepción de Cataluña y de España, algunos quizá no han tenido suficiente cabida. Ningún periodista es plenamente objetivo, ni seguramente puede -ni, incluso, debe- serlo. Un exceso de neutralidad puede anular la pasión que todo comunicador necesita para lograr sus objetivos. Pero si ello deja de lado a un sector -es decir, se es sectario con algunos-, la credibilidad -y, por tanto, la calidad- se pierde.
En cambio, en los últimos años, los programas de Cuní han sido crecientemente accesibles al exterior, a las opiniones o noticias de quienes comunicaban con la emisora por medio de llamadas telefónicas o por correo electrónico. En muchas ocasiones, por este sistema se creaban noticias que, mediante un proceso de feedback, eran comprobadas cuidadosamente y, en su caso, confirmadas o desmentidas. Cuní ha sido, desde este punto de vista, un innovador modélico en la mejor línea del periodismo de investigación.
Por tanto, Josep Cuní ha hecho en estos años de radio un periodismo culto, moderadamente plural y muy participativo. Ha terminado una etapa -no es la primera que cubre en su vida- y se dispone a reflexionar, antes de seguir con su vela, en esta procesión que es la opinión pública catalana. Sabe que tiene un público fiel que le espera y unos colaboradores que, además, son sus amigos.
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.
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