Espacio progresista
La Cumbre y la Conferencia sobre Política Progresista auspiciada por Tony Blair es un intento de la izquierda reformista de renovar sus propuestas en un momento de especial desorientación. Se trata de la "segunda fase de esa tercera vía", según su mentor intelectual, Anthony Giddens, diez años después del lanzamiento del proyecto. En ella, se ha ampliado el espacio de diálogo entre dirigentes progresistas tan distintos como Lula, Kichner, Lagos, el surafricano Mbeki o el alemán Schröder, aunque aparezca como lejano todavía el objetivo de una "socialdemocracia global" que propugnó la conferencia. Pero esta familia política, si quiere avanzar de verdad, debe analizar en profundidad las razones de su declive electoral cuando hace sólo cuatro años, como les recordó Javier Solana, estaban en 13 de los 15 Gobiernos de la UE y con Clinton en la Casa Blanca.
Tras la era de las privatizaciones vuelve un cierto énfasis en lo público entre quienes habían sido sus apóstoles antes de convertirse al mercado. Casi nadie en la Conferencia de Londres,
salvo los socialdemócratas alemanes, habla ya de reducir impuestos, sino de reforzar los servicios públicos en un Estado de bienestar reformado que garantice los recursos y la calidad de las prestaciones sociales. Estos progresistas quieren romper "la herencia social", las razones que condenan desde su nacimiento a algunas personas a la marginación. Y a escala internacional, conseguir una mayor equidad con la apertura de los mercados del Norte a los productos del Sur que impulse el desarrollo de estos últimos.
Todo esto no es ajeno al socialismo español. Por ello se echó en falta la presencia y la voz de Rodríguez Zapatero en la conferencia, cuando el líder del PSOE debe competir con Aznar también en proyección internacional. Las posiciones de Zapatero sobre la guerra de Irak tenían un lugar en la conferencia. Entre otras cosas, porque esta izquierda global debe superar las diferencias sobre Irak, que tanto la han dividido, aunque persigan como una pesadilla a Blair en su propio electorado y en su propio partido.
En todo caso, un antiamericanismo primario no es una opción para estos progresistas, en cuyas filas Blair ha integrado a varios de los nuevos dirigentes de izquierda del Este europeo. Tampoco lo es para Lula, ni para Mbeki. Mirando hacia el futuro, no puede serlo para esta izquierda, que ha de implicar a EE UU en un "multilateralismo progresista". Esta red, en la que Clinton sigue siendo un referente esencial pese a estar fuera del poder, es una contribución decisiva a las relaciones transatlánticas y a un mundo más vivible.
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