Luna llena
La luna llena marcaba una línea muy nítida en las sombras que proyectaban los árboles y las casas en la plazoleta. Los niños jugaban a saltar esa línea divisoria en las noches de verano, encorriéndose unos a otros entre la parte clara y la parte oscura. Los niños se encendían y se apagaban según en que lado de la luna estuvieran. Formaban dos bandos. El juego consistía en imaginarse invisibles en la parte oscura de la plazoleta, como si se encontraran en la cara oculta de la luna, y en sentirse muy vulnerables mientras la luna los iluminara directamente fuera de las sombras. Cerca de aquella plazoleta donde los niños jugaban había un cine al aire libre. Estaba en la cara oculta de la luna. De la pantalla emergían voces y gemidos, sonidos de galopes, de tiroteos y canciones que se solapaban con los gritos de los niños. También de ese lado de las sombras estaba tendido el mar cuyo latido se oía durante la noche después de una tormenta. Siempre he creído que aquella plazoleta dividida en dos por la luz de la luna en verano era la imagen del subconsciente o tal vez una representación de nuestro cerebro, que posee un alvéolo oscuro e imaginativo y otro racional y metódico. La vida se desarrolla según el bando que cada uno eligió en esa plazoleta bajo la luna llena. Había una niña de trenzas rubias que, al iniciarse el juego, siempre se decidía por el lado de la oscuridad. Apenas sus compañeros comenzaban a saltar la raya de la luna, ella huía hacia lo más profundo de las sombras y se perdía. Después de hacerse invisible algunas horas, volvía contando las historias que había vivido al oír las voces misteriosas que salían de aquel cine al aire libre, mientras tenía los pies dentro del mar; en cambio, había un niño que siempre optaba por jugar en la cara visible de la luna y nunca lograba entrar en su parte oscura porque trataba de saltar primero su propia sombra y nunca lo conseguía. Cualquiera puede imaginar que aquel niño todavía estará luchando inútilmente contra sus sueños. Aquella niña de las trenzas rubias, que siempre se perdía en la cara oculta de la luna, una noche no volvió. De hecho desapareció durante mucho tiempo y la familia, los vecinos, sus compañeros de juego, realizaron batidas para encontrarla, viva o muerta. La niña rubia no apareció hasta la luna llena de otro verano. En medio de la noche se presentó de nuevo en la plazoleta. La traía de la mano James Dean y ella arrastraba con un anzuelo un pez de oro de gran tamaño, con una esmeralda en cada ojo.
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