Dávila Miura debió matar los seis
Si los seis toros los hubiera matado Dávila Miura, es posible que Pamplona fuera hoy la capital del mundo, como lo fue París en los años veinte. En los dos toros que le tocó en suerte, dio toda una lección de cómo debe ser el toreo a esta clase de toros. En su primera faena citó de lejos al toro tanto en las series con la derecha como con la izquierda. Toreó con cadencia. En un momento dado, toro y torero parecían dos hilos juntos en la misma cuerda. Exhibió una muleta poderosa, con pases largos y mandando. Fue una faena maciza, porque los pases fluían fáciles. En su segundo toro también se mostró en lidiador, ponía al descubierto el buen oficio que atesora. En algunos momentos su muleta brillaba como papel de estaño. Y en sus muletazos se daban cita una mezcla de furia de hortensia y ternura de tigre.
Aguirre / Dávila, Romero, Cortés Toros de Dolores Aguirre:
bien presentados, corrida de sumo interés, variada de comportamiento. Eduardo Dávila Miura: oreja y petición y vuelta. Alfonso Romero: silencio y protestas. Antón Cortés: silencio en los dos. Plaza de toros de Pamplona. 12 de julio. 8º de Feria. Lleno.
En la escena del coso pamplonés corrieron unos toros poderosos, a los que había que lidiar y exponer, y él lo hizo. Hace las faenas de ayer de Dávila Miura aquel que los críticos áureos han coronado como máxima figura del toreo y estarían hablando todo el verano. Pues bien, no las realizó ninguno de los que figuran como ases del toreo. Las llevó a cabo un joven que viene de una dinastía de ganaderos como por ejemplo Miura, y lo que acaparó en sus muñecas, diría en el azúcar de sus muñecas, fue auténtico oro.
La ganadera bilbaína Dolores Aguirre exhibió los toros que los buenos aficionados esperan de ella y les dejó felices. El espectáculo estuvo garantizado. Incluso con la facultad de mostrar la mayoría de ellos retazos de gran mansedumbre. No importa, pese a todo, cómo por arte de birlibirloque se venían arriba en el último tercio. Y en la hora dura de la muerte los toros aportaban una belleza de toros encastados muy especial. Ya se sabe aquello que decía Keats: "Un poco de belleza es gozo para siempre".
No importa que Alfonso Romero brindara su primer toro a cuanto rojo y blanco se agitaba en los tendidos. Demostró que esta clase de toros le vienen muy ancho. No sabe lidiarlos. Lo mejor de todo fue que cobró y se fue a casa.
Algo parecido había que apuntar en su primer toro a Antón Cortés. Su faena estuvo nimbada por mantazos y dudas. En su segundo quiso trazar algún derechazo, pero al final lo que mostró valía muy poco.
En el cuarto de la tarde el banderillero Joselito Rus fue cogido al banderillear. Pasó a la enfermería por su pie, donde le asistieron de un puntazo leve.
Babelia
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