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Reportaje:REPORTAJE

Los nietos de Stalin copan el 'Forbes'

Pilar Bonet

En 2002, un total de 17 rusos (todos ellos hombres) con una fortuna conjunta estimada de 35.100 millones de dólares se colocaron en la lista de los principales multimillonarios (en dólares) del mundo elaborada por la revista Forbes. El año anterior, sólo siete rusos se habían situado en ella. Con algunos años de experiencia ya a sus espaldas, los multimillonarios rusos hacen esfuerzos por legitimar y multiplicar su patrimonio y adquirir respetabilidad. Rusia sigue siendo un país de grandes desigualdades, donde 37,2 millones de personas viven con menos del mínimo vital (2.047 rublos o algo más de 60 euros mensuales).

Diez de las grandes fortunas rusas están vinculadas con el petróleo, comenzando por la de Mijaíl Jodorkovski, el presidente del consorcio Yukos, de 40 años, y cinco de los altos dirigentes de esta compañía. Jodorkovski, un antiguo líder de las Juventudes Comunistas, es, por su patrimonio personal (8.000 millones de dólares), el primero en la lista de Forbes, donde se situó en el puesto 26º. Le sigue, en el 49º, Román Abramóvich (véase recuadro).

Un antiguo líder de las Juventudes Comunistas, Jodorkovski, es, por su patrimonio personal (8.000 millones de dólares), el primer ruso en la lista de 'Forbes'

La tercera fortuna de Rusia está en el grupo de empresas Alfa. Su poseedor es Mijaíl Fridman, que fue vicepresidente del Congreso Judío Ruso en los noventa. Alfa es el consorcio que fletó el petrolero Prestige, naufragado frente a las costas gallegas, y uno de los grupos de influencia más importantes en la Administración presidencial.

Otra gran fortuna es la del azerbaiyano Vagit Alekpérov, el presidente de la compañía Lukoil, la primera petrolera del país, cuyo patrimonio se calcula en 1.300 millones de dólares. Alekpérov se diferencia de otros multimillonarios del crudo por ser un profesional del sector, en el que trabaja desde mediados de los setenta, y por ser, con 52 años, el de más edad entre ellos. Otro de los oligarcas de la Rusia de hoy es Vladímir Potanin, que dirige el consorcio Interros y que controla el gigantesco combinado productor de níquel de Norilsk. Potanin, un ex funcionario del Ministerio de Comercio Exterior soviético que llegó a ser viceprimer ministro de Rusia entre 1996 y 1997, dedica una parte de su dinero a actividades culturales de relumbrón. Ha obtenido un puesto en el patronato del Museo Guggenheim de Nueva York a cambio de una donación mínima de un millón de dólares al año y actualmente subvenciona una exposición en los Inválidos de París en la que se exhiben objetos de la época napoleónica de las colecciones del Ermitage y de los museos del Kremlin.

Mecenazgos

A la hora de patrocinar cultura o beneficencia, cada multimillonario tiene sus preferencias, aunque hay factores comunes. La debilidad de Jodorkovski es la de coleccionar cuadros, pero la de Fridman parece ser la música. El magnate subvenciona giras de intérpretes clásicos, como el violinista Yuri Bashmet, por provincias y ha patrocinado el reciente concierto del Beatle Paul McCartney en la plaza Roja de Moscú.

Los ricos rusos quieren ampliar sus negocios, cotizar en las bolsas internacionales, atraer capital e invertir ellos mismos internacionalmente. Vincular su destino con socios extranjeros es también una forma de protegerse contra las arbitrariedades del Estado y los caprichosos cambios de legislación en Rusia, pero, en contrapartida, exigen transparencia. Yukos sentó un precedente al hacer pública su estructura de propiedad el año pasado, y otras compañías, como Lukoil o Interros, han seguido el ejemplo.

Jodorkovski se ha mostrado partidario de que las reglas de un entorno civilizado se apliquen a todos los empresarios en Rusia con independencia de cómo hicieron su fortuna. Sin embargo, Putin no parece dispuesto a dejarse dar consejos en este sentido. En febrero, en una reunión con el presidente a la que asistían 10 de los 17 multimillonarios de Rusia, Jodorkovski criticó una turbia operación, en la cual la empresa estatal Rosneft ha pagado una considerable suma a cuenta del erario público por recuperar otra compañía, privatizada antes a precio de saldo. "La corrupción se propaga en el país y ustedes pueden decir que todo comenzó con nosotros (...), pero en un momento comenzó y en otro debe acabarse", afirmó. En lugar de darle la razón, Putin inquirió al magnate sobre el origen de sus propios negocios.

Una tienda de objetos de gran lujo en Moscú.
Una tienda de objetos de gran lujo en Moscú.AP

Del Lejano Oriente al Chelsea

EL MULTIMILLONARIO RUSO Román Abramóvich (5.700 millones de euros), que ha sorprendido al Reino Unido comprando el paquete de control del club de fútbol Chelsea, era prácticamente desconocido hasta la segunda mitad de los noventa. Nacido en Sarátov, en el Volga, en 1966, este hombre de pocas palabras que huye de la prensa quedó huérfano de madre y padre siendo muy niño y comenzó a trabajar en una cooperativa a finales de los ochenta. En 1992 fue encarcelado como sospechoso de haber robado 55 vagones de combustible (y liberado sin cargos), según una biografía difundida por la Agencia de Situaciones Conflictivas.

Borís Berezovski, el primer ruso que figuró en la lista de Forbes en 1997 y hoy autoexiliado en Londres, fue su descubridor. Ambos crearon una empresa off-shore registrada en Gibraltar con filiales en varios países de Europa. En 1996, Abramóvich entró en el Consejo de Dirección de la petrolera Sibneft, en la que ha controlado la mayoría de las acciones. Esta empresa se encuentra ahora en proceso de fusión con Yukos para formar la cuarta petrolera mundial, pero el acuerdo entre estos dos gigantes que controlan el 29% de la extracción del crudo ruso, no ha recibido aún luz verde definitiva de las autoridades antimonopolio rusas.

Abramóvich fue elegido diputado de la Duma Estatal (Cámara baja del Parlamento) en diciembre de 1999, pero los periodistas parlamentarios sólo le vieron el pelo una vez, en la sesión inaugural. Al ser elegido gobernador de Chukotka (Lejano Oriente) a finales de 2000, Abramóvich puso tierra por medio con Vladímir Putin, que había prometido mantener a los oligarcas a distancia del poder y obligado a exiliarse a Berezovski y Vladímir Gusinski, los dos magnates de mayor influencia política en la época de Yeltsin.

A Chukotka, una tierra rica en minerales con una superficie equivalente a casi una vez y media España y una población de casi 74.000 personas, Abramóvich llegó con un grupo de ejecutivos empresariales como equipo político. El gobernador-magnate ha puesto en práctica un peculiar estilo de gestión, que combina el paternalismo, la concepción patrimonial del territorio y los métodos empresariales al estilo ruso. El contraste entre los yuppies que trabajan en Chukotka por turnos y las preocupaciones de las gentes de la región no puede ser más chocante, señalan quienes han sido testigos de los empeños del gobernador por acabar con problemas como el alcoholismo. Abramóvich mantiene su influencia sobre el Gobierno, a juzgar por los resultados de la privatización del 75% de las acciones de la petrolera Slavneft, que a finales de 2002 fue adjudicada a una empresa formada por Sibneft y la Compañía Petrolera de Tiumén (TNK), perteneciente de forma mayoritaria a Alfa. Para el presidente de la Cámara de Cuentas del Estado, la compra del Chelsea es un "desafío" a los rusos, en quienes provoca "una terrible irritación" contra los ricos.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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