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La gran bailarina acuática

Santiago Segurola

La catalana Gemma Mengual, de 26 años, es la gran baza del equipo español para la natación sincronizada. Sus elegantes y expresivos movimientos de bailarina acuática son el fruto de un duro entrenamiento de seis a diez horas diarias, seis días a la semana.

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El sol y el cloro, las interminables horas en el agua, han dejado una huella de leves quemaduras en el rostro de Gemma Mengual, una de las mejores solistas en el mundo de la natación sincronizada. Gemma tiene 26 años y ha dedicado la mayor parte de su vida a un deporte que no logra escaparse a la consideración de ballet acuático, con el referente inevitable a Esther Williams y las películas de Busby Berkeley. No hay manera de eludir el tópico cuando se ve a las nadadoras ceñidas en un bañador de lentejuelas, la cara abundantemente maquillada, el pelo recogido en un moño y la sonrisa siempre dispuesta para las cámaras. Pero lo mismo se podría decir de otros deportes que han adquirido rango y popularidad, como el patinaje sobre hielo o la gimnasia rítmica. A Gemma no le importa demasiado lo que se diga sobre la natación sincronizada. Sabe de su inmenso esfuerzo para concentrar en tres minutos el trabajo de varios años. También sabe que en los mundiales de Barcelona jugará en casa y que toda su vida ha esperado este momento. Es lo único que le importa ahora mismo.

Gemma es alta, esbelta y guapa, pero lo que destaca en ella es de naturaleza más sutil: algo en su manera de moverse, en su elegante naturalidad, en su capacidad para atraer la atención. Enseguida se la distingue fuera del agua, y no digamos dentro, donde produce una sensación fascinante. Se ríe cuando confiesa que es un poco patosa en las pistas de baile. -Se me da mejor el agua-, admite con la seguridad de quien tiene pruebas de lo que dice. Al fin y al cabo, Gemma ha sido la bandera de la sincro española en los últimos años. Su éxito reside en una rara conjunción de posibilidades físicas, disciplina mental y la química del aura. En el plano físico, se favorece de unas cualidades evidentes. Sus brazos y piernas son insospechadamente largos, de una finura todavía más apreciable en el agua; piernas y brazos trabajados sin excesos en el gimnasio, donde Gemma levanta pesas tres días a la semana, con más profesionalidad que entusiasmo, porque su aproximación al deporte es minuciosa y sacrificada. Su régimen de entrenamientos es disuasorio para cualquiera que pretenda ver a las nadadoras como un simple coro de bellezas acuáticas.

Hay algo de minimalismo obsesivo en los entrenamientos que conduce Anna Tarrés en las piscinas del Centro de Alto Rendimiento en Sant Cugat (Barcelona). Pequeños ejercicios de apenas tres o cuatro segundos se repiten sin cesar por las nadadoras, atentas a una música que ellas escuchan en el agua a través de una pantalla acústica. Fuera, la música, esta vez de Salvador Niebla, se reproduce fragmentada una y otra vez, hasta producir el desasosiego. Gemma asume este fatigoso trabajo seis días a la semana, seis horas al días (diez en las semanas previas a los mundiales). Gemma acude al gimnasio, acumula volumen de resistencia en los 3.000 metros que nada por entrenamiento, se entrega en las tres sesiones semanales de aeróbic, afina su elasticidad en la barra de ballet. Gemma ha dedicado los últimos doce años de su vida a los rigores de su profesión.

Su desafío está localizado en los mundiales de Barcelona. Competirá en su ciudad y ante su gente. Nacida en el barrio de Les Corts, comenzó a practicar la sincro con ocho años. En el club Kallipolis conoció a su entrenadora, Anna Tarrés, antigua nadadora y actual responsable del equipo nacional. Dice de Gemma Mengual que "tiene una elegancia extrema", y todavía se sorprende por la fascinante transformación que sufre en el agua: "Es una actriz maravillosa". Probablemente ninguna nadadora dispone de su capacidad expresiva, de una facilidad para interpretar los movimientos que sólo tiene el déficit de una resistencia física poco excepcional. En las pruebas que determinan el nivel de lactatos "el ácido que inunda la sangre cuando el esfuerzo se acerca a los umbrales máximos", Gemma es casi siempre la última del equipo. Por esa razón se le diseñan coreografías que no la debiliten en el último trecho del ejercicio. De lo demás se encarga ella, la nadadora que siente el agua como el mejor aliado. En ese universo acuático pierde el miedo que le provocan los instantes previos a la gran competición "siempre me envía un SOS", dice su entrenadora y se transforma en un pez presumido y perfecto que reclama todas las miradas para seducirlas.

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