Violonchelos
Las últimas visitas de Rostropóvich aparecen enmarcadas en (o condicionadas por) el proyecto del centro de alto perfeccionamiento musical que dirigirá él mismo y se edificará en los terrenos de la antigua siderurgia saguntina. Un proyecto que se anunció en el 2001, se recordó en 2002 y se promete, de nuevo ahora, para el 2005, aunque esta vez, al menos, se han presentado los planos. El coste, de 14 millones de euros, parece que aún deberá incluirse en los presupuestos del 2004.
Mientras tanto, a Rostropóvich (un músico cuya agenda, calendario y caché no admiten demasiadas dilaciones ni huecos) se le va entreteniendo con sesiones como la del jueves, presentada dentro de los encuentros que la Joven Orquesta de la Comunidad Valenciana celebra anualmente y que incluyen trabajos y actuaciones con intérpretes famosos, aunque el número de ensayos con las grandes figuras se reduce en ocasiones a dos o tres. Debería hablarse también del coste que la dilación en la creación del centro tiene para los jóvenes talentos que habrían de asistir a él. Un centro que, por otro lado, tiene en Valencia bastantes detractores mientras no se solventen las necesidades más primarias del Conservatorio Superior de Música, denunciadas en repetidas ocasiones por alumnos y profesores del mismo.
Jove Orquestra de la Generalitat Valenciana Director: Manuel Galduf. Solistas: Mstislav Rostropovich (violonchelo), Isabel Monar (soprano) y Bernat Tortosa (violonchelo). Obras de Villa-Lobos, Haydn y Stravinski. Antigua nave de los Talleres Generales de Puerto de Sagunto. Jueves, 10 de julio de 2003.
A Rostropóvich se le va entreteniendo con sesiones como la del jueves
En cualquier caso, Rostropóvich interpretó con la Joven Orquesta una obra (el Concierto en Do Mayor de Haydn) que no sólo es bien difícil para el solista, sino también para la agrupación. A las exigencias de transparencia que todo el repertorio clásico demanda, deben añadirse aquí fuertes dosis de virtuosismo, especialmente en el último movimiento. Los muy escasos problemas de ajuste que pudieron percibirse, hubieran podido solucionarse con algún ensayo más. Los jóvenes acolcharon y dejaron cantar al maestro (¡y cómo canta todavía!) en el hermosísimo Adagio central. Los pasajes de agilidad vertiginosa que tiene el solista y que, como es natural, resultan más dificultosos con el paso de los años (Rostropóvich tiene ahora setenta y seis) se hicieron a un volumen muy bajo, quedando así más "cubiertos" por la orquesta. De cualquier forma, el violonchelista interpretó después, como regalo, una Sarabanda de Bach (de la Suite en Re menor) desde una posición de serenidad y madurez tan absoluta que se hizo perdonar cualquier pecadillo previo.
Antes, la Bachiana brasileira núm. 5, con Isabel Monar y Bernat Tortosa como estupendos solistas y un ensemble, también estupendo, de catorce violonchelos, planteó la extrañeza ante el hecho de que Rostropóvich no dirigiera a los jóvenes en una obra donde su instrumento tiene un papel tan decisivo. Después, se escuchó La Consagración de la primavera, con una solución relativamente buena de los problemas técnicos -que son muchos y difíciles-, pero sin unidad de concepto ni calor interpretativo. Y eso, en esta partitura, más aún que en otras, cuesta bastante de aceptar.
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