¡Vivan los traidores!
En el fondo es una cuestión de nivel y de calidad. Los lectores de este diario con toda probabilidad no aceptarían tomar parte en una discusión en la que uno de los opinantes le llamara al otro hijo de Goebbels y el otro tuviera la simpática ocurrencia de modificar el apellido de un adversario de Tejada en "tajada". Ambos casos se han producido en el debate acerca de lo sucedido en las elecciones de la Comunidad de Madrid. Y ha habido más: se han proferido,por uno y otro lado, acusaciones desmesuradas e improbables que ni los que las hacen llegan a creerlas, ni creen que puedan convencer a la opinión pública, ni creen, tampoco, que afecten a un adversario que responderá de modo inevitable con una barbaridad parecida. Viendo este espectáculo se llega a la conclusión de que ésta no es siquiera una política de confrontación llevada hasta el límite; más bien parece el espectáculo de una democracia de baja calidad. Con la mayor parte de los protagonistas ni por curiosidad, incluso malsana, apetece tomarse un aperitivo.
La baja calidad produce, incluso en el ápice de la exasperación, aburrimiento, en especial cuando lo visto parece la reproducción de lo ya acontecido. Los intentos de retrasar la búsqueda de responsables en el PSOE o los del PP por no darse por aludido ante la catarata de coincidencias recuerdan a aquellas rotundas negativas a aceptar la realidad cuando Filesa. Lo que hoy sucede con el fiscal general del Estado nos remite a aquel momento en que otros gobernantes esperaron hasta el ultimísimo momento para cesar a otro fiscal nombrado en manifiesta contradicción con la legislación vigente. La Historia no se repite pero es ejemplar porque narra lo hecho por seres humanos que siempre son los mismos. ¿De qué sirvió todo aquello? A medio plazo de nada en absoluto. Rememorarlo induce a la melancolía ante la fugacidad de tantos inútiles esfuerzos humanos.
Porque a medida que pase el tiempo se irán conociendo más y más detalles objetivos, aunque la mayoría de los políticos prosigan en la deleznable confrontación partidista. Hay que aferrar la esperanza propia en quienes rompen los alineamientos. En un extravagante folleto que escribieron a Juan Guerra cuando empezaron a menudear las acusaciones sobre su persona se abominaba contra "recién llegados" e "intelectuales de pacotilla" que hacían daño al partido propio en beneficio del adversario. Hoy necesitamos personas capaces de actuar así. Lo escrito por algunos socialistas (como Peces Barba) o lo hecho por Ruiz-Gallardón (ausentarse durante el discurso de Tamayo; destituir a un confeso mentiroso) constituye un oasis de decencia y de inteligencia en un desierto donde parece sólo existir la ira.
Pero no basta sólo con confiar en estos supuestos "traidores". Como en otras ocasiones en que la democracia española ha pasado por un mal trago será preciso un nivel de autoexigencia para superarlo. Lo sencillo es decidir no votar o considerar ladrones e ineptos a unos u otros (o a ambos). Pero la democracia no es, como escribió Havel, sólo un sistema político basado en ciertas formalidades sino una especie de largo túnel al final del cual se percibe una luz. Supone por parte de los ciudadanos un grado de participación y esfuerzo compartido sin los que no puede funcionar. Tocqueville decía que se trataba sólo de "pequeños actos de sacrificio", pero estamos tan desacostumbrados a ellos que nos pueden parecer desmesurados. Hoy consisten en no dejarse llevar por las proclamaciones desmesuradas y absurdamente partidistas e intentar, ante esta crisis, un esfuerzo común, concertado, honesto y libre de apegos ideológicos hacia la verdad. En un celebrado libro traducido hace unos meses un sociólogo norteamericano, Putnam, aludió a cómo en su país con el paso del tiempo el sentido de comunidad se había esfumado hasta el punto de que diversiones en pandilla, como jugar a los bolos, se habían convertido en distracciones meramente individuales. Hoy, en España, para superar un momento grave, hace falta ese sentimiento de tarea colectiva que sobreponga los intereses de los ciudadanos a las maniobras estériles de la clase política.
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