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Columna
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Trago a trago

Es una referencia la tertulia del mediodía, en la que confluimos algunos viejos amigos o conocidos. No quisiera dar la impresión de un alegre cónclave alcohólico presidido por Baco. Con frecuencia aparecen los vasos altos que contienen bebida refrescante y, si es el vino, último refugio, los lingotazos se espacian para llegar a la frontera de la segunda copa, rara vez la tercera. Predominan los que alcanzaron la edad de la jubilación, aunque algunos mantengan actividades eméritas, chapuzas liberales para llegar con cierta holgura a fin de mes. Se produce una especie de rechazo hacia los temas de mayor actualidad, especialmente la política, y nos inclinamos, por regla general, hacia temas generales, de los que no está excluido el comentario sobre los partidos de fútbol celebrados la víspera dominical. Por selección natural, los taurinos hacen breve rancho aparte, barajándose los mazos del abono y definiéndose los partidarios de las figuras en auge. De las señoras -que hace unos años acaparaban gran parte de la atención-, apenas referencias respetuosas y nostálgicas, como del paraíso que alguna vez se visitó. Siempre hay alguien que parece haber meditado sobre los temas del día siguiente. Ante el resultado de las autonómicas y municipales, se trata con cautela el asunto, al que se alude de manera tangencial. El improvisado orador se expresó parsimoniosamente:

-Siempre falta algo para que las acciones que emprenden los hombres sean acertadas o, al menos, teñidas de equidad. Siempre queda algo por rematar, falta algún elemento fundamental y la mayoría ha de aceptar decisiones que la afectan sin haber ejercido la opción que le pudiera corresponder. La tendencia va en a polarizar las cuestiones, cuando todas o la mayoría de las cosas de la vida están compuestas por un número indefinido de contingencias.

-No te entiendo, chico -repuso un veterano, reflejando así el sentir general ante el embarullado exordio.

-Calma, intentaré explicarlo de forma que os entre en la mollera. Tomemos las relaciones laborales, uno de los más recurrentes caballos de batalla en fechas preelectorales. Los mandos sindicales, que aseguran representar a los trabajadores, discuten con unos señores que amparan los intereses de los empresarios. El Gobierno procura, por todos los medios, no tomar parte activa en el contencioso, con la esperanza de convertirse en un simple sancionador de los acuerdos.

-Parece claro -interrumpió el mismo- ¿Dónde está la dificultad?

-En que la consecuencia no es contentar a una u otra de las partes, sino llegar al resultado que afecta a terceros, al pueblo, a todos nosotros. Caso de la producción de automóviles, por ejemplo, el corolario reflejará el precio final de los vehículos. Otro tanto en cualesquiera actividades o productos, sean hortalizas, pescados, atención sanitaria o transporte. Colocad el empeño en el rendimiento, la atención de los funcionarios y empleados públicos o privados, la seguridad en el trabajo, en las calles, en las carreteras. Se habla de todo y desde los distintos puntos de vista.

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-Insisto, ¿dónde está la pega?

-No es una pega, mastuerzo. Lo que se mueve para que funcione la sociedad viene discutido, mangoneado si queréis, sin participación directa del destinatario final. Incluso dando por buena la fe y la limpieza en los trámites, será el resultado de una coincidencia de criterios entre dos partes cuyos efectos se derramarán sobre la totalidad. Late la impresión de que los representantes son elegidos en ámbitos sectoriales y la antigua patronal escoge a sus adalides con criterios poco conocidos o divulgados. Nos abruman con los beneficios que produce la bajada de tipos de interés en las hipotecas, lo cual es muy importante, sin duda, para los que contratan hipotecas. Pero ¿cuántos ciudadanos tienen hipotecas o acuden a los bancos y cajas en demanda de préstamos? Aunque sean muchos, no son todos, ni siquiera la mayoría que resulta englobada en la obligatoriedad de domiciliar los pagos más imperiosos en esas entidades aunque no quisieran hacerlo.

-Pues mira, eso lo entiendo. ¿Qué se puede hacer entonces?

Hubo un espeso silencio entre los que habíamos escuchado la pedante disertación. Bebió un nuevo trago de blanco del Duero, pareció meditar y, como a regañadientes, repuso:

-¿Qué hacer? Me parece que nada.

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