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La opinión establecida como petición de principio

En una anotación de sus Conversaciones con Goethe, Eckerman recoge unas reflexiones de éste relativas al escaso interés de la gente en conocer la verdad de algo, prefiriendo siempre acogerse a las explicaciones generalmente admitidas. Y compara esa gente a los patinadores que en invierno se concentran sobre la superficie de un lago helado sin acordarse siquiera de la profundidad del agua bajo la capa de hielo, de la vida que esas aguas propician. De vivir en la actualidad, Goethe encontraría sin duda mayores motivos de queja, ya que en ninguna otra época la opinión establecida -y previamente creada y encauzada- se ha impuesto con un arraigo tal que en la conciencia de cada individuo termina por confundirse con una opinión personal. Con el agravante de que en muchos casos la opinión establecida se asienta sobre una interpretación equivocada de su propio enunciado.

Así sucede, por ejemplo, cuando se afirma que todas las culturas son igualmente valiosas, afirmación en la que el equívoco reside no tanto en el sentido del enunciado cuanto en su alcance, en el hecho de que el valor de una cultura determinada se considere bien desde un punto de vista intrínseco bien comparándolo con el de otras culturas. Pues si bien es cierto que todas las culturas -como todas las lenguas- son igualmente adecuadas a las formas de vida de quienes nacen en su seno -un niño alemán se abre al mundo con igual facilidad que uno bosquimano-, también lo es que la marcha del mundo favorece la expansión de unas culturas a costa de otras, que la nueva situación hace inoperantes. La historia del mundo es en realidad la historia de este tipo de choques, sin que eso suponga -ni mucho menos- que el sentido de esa marcha favorezca forzosamente a las mejores, ya que sobran ejemplos del caso contrario. Lo que sí resulta valioso aunque sólo sea para comprender el pasado es el conocimiento de esas culturas, mientras que alentar el cultivo de determinados rasgos culturales en un ámbito que no es el propio supone un mero ejercicio -particularmente masoquista- de lo políticamente correcto.

Con frecuencia, la opinión establecida sobre algo es fruto de la constante repetición de un enunciado, que termina por convertirse en dogma de fe a la vez que en rasgo definitorio de las personas directamente afectadas. Éste es el caso, por ejemplo, de lo que suele entenderse por el problema palestino. El hecho de que no haya solución no ya para el Oriente Próximo sino para todo el mundo islámico sin una previa solución del problema palestino ha llegado a convertirse en indiscutible; solución que para unos consistirá en la restitución para el pueblo palestino de sus legítimos derechos y para otros en echar a los judíos al mar. Para mí, sin embargo, y con todos mis respetos para quienes piensen lo contrario, se trata de un planteamiento erróneo. Lo que no tiene solución sin un acuerdo de paz definitivo entre israelíes y palestinos es el estado de guerra que bajo diversas modalidades enfrenta a uno y otro pueblo desde mediados del pasado siglo. Como estamos viendo en Oriente Próximo, por ya ni hablar del mundo islámico, convergen una serie de fuerzas de muy diversa índole entre las que el problema palestino es tan sólo una cuestión más. De hecho, los restantes pueblos de Oriente Próximo -árabes o no- en realidad detestan a los palestinos y en más de una ocasión les han hecho objeto de represalias que poco tienen que envidiar a las cometidas por los israelíes. Sucede, eso sí, que a fuerza de repetir un enunciado ("no hay solución para Oriente Próximo sin una previa solución del problema palestino") se crea una mentalidad similar a la que rige las leyes de la vendetta, que terminan por obligar a vengarse a quien en el fondo, de no ser por la presión ambiental circundante, tal vez habría preferido desentenderse del asunto. Sería importante, por otra parte, establecer la diferencia entre ser vencido y ser humillado. El pueblo palestino debiera aceptar la realidad de que ha sido vencido en el mismo sentido en el que resultaron vencidos Alemania o Japón al término de la Segunda Guerra Mundial. Lo importante ahora sería evitar que además fueran humillados como en su día lo fueron esos dos países.

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Pero sin duda el caso más llamativo de afirmación que se convierte en axioma a fuerza de ser repetida es la de que "en Internet está todo", lo que hace del ordenador un instrumento imprescindible en la formación cultural del individuo. Y lo cierto es que, si no imprescindible, el ordenador es un instrumento de gran utilidad incluso en el terreno cultural, siempre que el que lo maneja posea una formación cultural previa que hoy por hoy no puede haber sido adquirida sin más ayuda que la del ordenador. De no ser ése el caso de la persona sentada ante la pantalla -boba la sonrisa, en blanco la mente-, el ordenador se convierte en uno de los instrumentos de desculturización más prodigiosos que existen. Con lo que la opinión establecida se convierte, además de en una petición de principio, en la negación misma del raciocinio y del pensamiento libre.

Los escolares son hoy por hoy las principales víctimas de ese estado de cosas. Una víctima a la que además se le hace creer que, de mayor, con sus conocimientos, podrá ganarse la vida en lo que desee, cuando afortunada será si consigue ganársela no haciendo lo que no desea hacer.

Luis Goytisolo es escritor.

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