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Crítica:LECTURAS DE VERANO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una galería de genios turbios

Sin confundir valor literario y valor humano. Así quiere expresarse Claire Goll y su declaración es absolutamente pertinente por cuanto a través de estas páginas vamos a ver desfilar una galería de monstruos que representan a la vanguardia artística europea del siglo XX. Conviene adelantar que si bien se resaltan los aspectos humanos negativos -cuando no repulsivos- de los personajes que componen esa vanguardia que condicionó todo el arte del siglo y volvió del revés la creación artística, no hay falsedad aunque pueda sospecharse resentimiento o interpretación interesada. Lo que se nos cuenta tiene todo el aire de ser verdadero, detalle más, detalle menos, porque es el clima de esta narración autobiográfica lo que rezuma convicción y no es necesario acudir, a modo de disculpa interesada, al dicho de que si non é vero, é ben trovato.

A LA CAZA DEL VIENTO

Claire Goll

Traducción de Jorge Bergua

Pre-Textos. Valencia, 2003

312 páginas. 25 euros

Claire e Yvan Goll (a quienes desconocía hasta hoy) estuvieron metidos de hoz y coz en la olla donde bullía el mundo cultural del primer medio siglo XX. Su testimonio es de primera mano y la mano es la de una mujer desprejuiciada, valerosa, atrevida, de fuerte carácter y fuertes sentimientos. Su atrevimiento proviene sin duda de una infancia dura y carente de afecto regida por su madre y sus tías -las Furias- y acompañada de lejos por un padre débil. "Desde entonces", confiesa, "cada vez que soy feliz tengo miedo de ser castigada". Su salida al mundo -o sometimiento o independencia, sin matices- está marcada por la necesidad de liberarse de una cárcel; sus aciertos y desatinos seguirán afectados por semejante actitud. Sin duda es a ello a lo que debemos su descarnado y desprejuiciado testimonio. La impronta de las Furias asoma a través de su desdén por la igualdad entre hombres y mujeres y su fuerte antifeminismo.

Aun cuando quiere hablar

de sí misma, poco a poco el libro va centrando su interés en la mirada que dirige a ese lado humano de los artistas, un lado humano que nos habla del infierno del ego, de la esclavitud de la vanidad, del desprecio a la ajenidad. La vida corriente del artista suele ser un tormento para quienes la comparten, bien sea por la vía escandalosa, bien por la reprimida y silenciosa. La lista de retratos en vivo es impresionante. Destacan su visión de Rilke -de quien llega a quedar embarazada-; su odio a Joyce, del que su marido Yvan Goll fue secretario antes que Beckett y a quien, sin embargo, compadece antes que maltrata; es demoledor el ajuste de cuentas con un Chagall que ejerce de puro hasta que se vuelve un triunfador tacaño y miserable... Describe con precisión inmisericorde y sugerente: "Su taller (de Kokoshka), amueblado con la pobreza y la desesperación expresionista...

". Hay bellos, compasivos y penetrantes esbozos, como el de Mayakovski, o crueles y vengativos, como el de Alma Mahler. Convierte en odiosos a tipos como Lacan o Henry Miller y denosta a Dalí, pero no oculta del todo una oscura admiración de su lado mercantil que no comparte. El retrato de Breton apropiándose de la marca "surrealismo" o el de las mujeres guardianas y promotoras de sus amos (Elsa Triolet, Gala Dalí y otras) no tiene desperdicio como muestra de rapacidad. Y así, decenas de nombres gloriosos de la cultura europea del pasado siglo.

Lo verdaderamente atractivo del libro es esa manera de contar, sin pelos en la lengua, que le otorga una capacidad de convicción infrecuente. Claire Goll cuenta desde ese punto vital en que la suma de trato desinhibido con el club de los genios y falta de vergüenza propia del que no tiene silencio que pactar porque no tiene bienes (raíces o de la bolsa intelectual), le permite levantar la sábana que cubre la sordidez de un mundo cuya entrega al cultivo del talento parece elevarlo sobre todo mal, sobre toda contaminación. Sin duda, en su relato influye el ninguneo que su marido sufre, en especial a la vuelta del exilio americano al final de la Segunda Guerra Mundial; y además es éste, el exilio, un asunto que trata con dramatismo, pues su vuelta a París (un París donde no han sufrido especialmente los popes de la cultura de posguerra, como Sartre o Beauvoir y tantos otros que publicaban o estrenaban sus obras bajo la ocupación) es la constatación de que su tiempo ha pasado mientras sufrían la extraterritorialidad. Pero éste es un libro apasionado, lleno de nervio y temperamento, de alguien que decide mostrar lo que es, lo que vive y lo que queda de ella tras su paso por un mundo en el que fue protagonista por su solo carácter y su sola presencia y por su notable actividad cultural. Es más: afortunadamente es un libro temperamental porque ahí reside su encanto y la fuerza de su testimonio. Un libro fascinante sobre esa figura tan turbia como atrayente que hemos dado en llamar genio. Aquí están los que constituyen el gran movimiento (las vanguardias del primer tercio del siglo XX) que cambió los lenguajes del arte sorprendidos en la intimidad por una mirada y una memoria implacables.

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