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Reportaje:

Cuando el cielo es el límite

Una escuela de pilotos con bases en Málaga y Sevilla celebra su décimo aniversario con una exhibición aérea

La rutina es el mayor enemigo, cada vuelo debe ser como el primero, aseguran Jaime y Luis en el aeropuerto de San Pablo de Sevilla, dos alumnos de la escuela de pilotos Aerotec que acaba de cumplir 10 años.

Mucha gente ha soñado como ellos en gobernar un avión y tener como límite el cielo. La academia instruye a 300 alumnos en toda España, y en Andalucía tiene bases en Sevilla, desde 1995, y Málaga, desde 2000. "Ves las cosas de otra manera", afirma Jaime mientras explica que es una profesión vocacional cargada de sacrificios. También económicos. O al menos en el inicio, porque, según un instructor, los dos cursos para obtener una licencia de piloto comercial cuestan 48.000 euros.

Y aunque volar es un sueño, no es una profesión para despistados. Hay que estar alerta. "Nunca puedes confiarte", dice Luis. En una de las pistas del aeropuerto de San Pablo espera una hilera de avionetas con las que la escuela ofrece un vuelo de demostración. En una Cessna 172 espera Gorka Imizcoz, el instructor. Pamplonés de 24 años, gafas de sol caladas, explica que va a volar a 1.000 pies, unos 300 metros de altura y hará una ruta por diversos pueblos de la comarca: Dos Hermanas, La Puebla, Brenes...

Gorka lleva montado en un avión desde los 18 años, cuando superó la selectividad, que es el nivel para cursar los estudios. Ya desde pequeño lo tenía claro: convenció a sus padres, al principio temerosos, para dedicarse a esto. "Los fui mentalizando", dice. Y parece que no le ha ido mal. "Mi padre me llamó, tengo una carta de Iberia y puede que me vaya a trabajar con ellos". Tiene una experiencia de 1.000 horas de vuelo, y como instructor sus prédicas tienen éxito entre los alumnos, porque son muy parecidas a las de Jaime y Luis. Siempre hay que ponerse en el peor caso: empezar a volar con la filosofía de que se puede parar el motor, así lo revisan y se preparan para imprevistos.

Desde el cielo, en un día claro como ayer, se podía apreciar la geometría variable del cultivo. Hileras de olivos, caminos que parecen surcos a la distancia, fincas, campos de labranza en verde y toda la gama cromática del marrón al rojizo.

"Agarraos que voy a romper por la derecha", dice Gorka, mientras el plano del avión se inclina para volver a tomar altitud con fuerza. El corazón salta a la boca. "Es para dar un poco de emoción". Todos los alumnos, asegura el instructor, pueden aprender a volar, aunque hay quien las primeras veces, al aterrizar en las clases, sufre un arrebato de pánico y "suelta los mandos". Cógelos tú, le dicen. Nervios templados y no agarrotarse en situaciones así son grandes virtudes.

Susana Sánchez es alumna de la academia y relaciones externas de la compañía. Hay muy pocas mujeres que se animen a dar el salto para ser piloto y ella lo explica aduciendo ciertas tendencias inculcadas: las mujeres piensan más en ser azafatas que en dirigir una nave. El trato con ella es exquisito, y afirma que sus compañeros la miman mucho. La enseñanza de los alumnos, que en Sevilla es en La Cartuja, se centra en habituar a los aprendices a los mandos de un avión, clases cortas y viajes largos, como a Santiago de Compostela, que pueden durar cinco horas. También tienen, entre otros, un simulador de un Airbus 320 que imita la realidad en casos extremos: fallos de sistema o bombas a bordo. Mantener la cabeza fría también es un aprendizaje.

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