_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tirando

He visto llegar al aeropuerto de Madrid a un inmigrante británico que cobra millones de euros pero viste pantalones rotos, y al que se ha examinado, pesado y medido pública y minuciosamente, como a una res contenta de serlo. Días antes me hablaron sin palabras los ojos abiertos, sorprendidos, de un camerunés no fallecido de muerte natural por patera, sino de arrechucho en pleno campo de fútbol: de ahí su sorpresa, seguramente. Te libras del destino de miles de africanos y cascas en Lyón, como si fueras un espectador blanco.

Voy tirando.

Entre medias, miré televisión y vi debates, y como consecuencia corrí a mi Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, y leí lo que Gibbons escribió para nosotros hace dos siglos y pico, aunque se refería a una sociedad muy anterior a la nuestra y la suya. Reproduzco, si no les importa: "De todas nuestras pasiones y apetitos, el deseo de poder es el más imperioso y asocial, ya que el orgullo de un solo hombre exige la sumisión de la multitud. En el tumulto de la discordia civil, las leyes de la sociedad pierden fuerza y pocas veces ocupan su lugar las de la humanidad".

De repente, un lloriqueo en el foro reclamó mi atención. No estoy muy segura, pero parece que un socialista mató al padre de Goebbels, o viceversa. Me refugio en Macbeth, porque "lo que vos sois no pueden cambiarlo mis pensamientos".

Voy tirando.

Asisto, con cautela, al nuevo deporte que, además del fútbol, prospera en nuestro país. Se trata de una extraña competición entre jueces: ver quién desoye más veces a las mujeres maltratadas que acuden a ellos para denunciar a sus verdugos. El juego sólo vale si las mujeres perecen posteriormente, asesinadas por el hombre que las maltrataba. De momento parece que un juez de Barcelona va ganando a otro de Pamplona por 11-9.

Se impone la reposición urgente e ineludible del Rinoceronte, de Ionesco, su mensaje eterno. ¿Tendrá el último ser humano la fuerza moral de resistir para mantener una sociedad libre y civilizada? ¿Se convertirá el hombre en bestia? Representada ahora, nos parecería un documental del National Geographic. Si Ionesco supiera que, en esta sociedad, los rinocerontes son los buenos.

Tirando, y poco más.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_