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Columna
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Insoslayable severidad

Como era previsible, el PSPV ha consumado la expulsión de los cuatro diputados provinciales socialistas de la comarca de L'Alacantí, así como la de sus dos sustitutas, las alcaldesas de El Campello y Mutxamel. De una tacada, seis, que bien pueden ser siete en los próximos días si el alcalde de Benijófar, en la Vega Baja, se empecina en su actitud levantisca frente a la ejecutiva del partido. Y que pare ahí la sangría. En tanto que correctivo y aviso a navegantes, se ha procedido, a nuestro entender, con la debida coherencia, a la que fatalmente abocaba la terquedad de los expulsados, confiados quizá en que no habría redaños para llegar a esta extremosidad en un colectivo que no está, ni mucho menos, para sufrir esta suerte de mutilaciones traumáticas.

Pero la alternativa era peor. Suponía la transacción en términos de cambalache cuando lo que estaba en juego era algo más que unas actas de diputado, pues ceder ante el desafío equivalía a malversar la respetabilidad del partido, convertido en el hazmerreír del universo político. Y eso por no hablar del papelón que hubiera hecho el máximo dirigente del socialismo valenciano, Joan Ignasi Pla, cautivo para siempre de tal genuflexión. La fronda rebelde no valoró correctamente en este trance la ineluctabilidad del fallo. Es probable que se sintiese pertrechada -decimos de la fronda- por algunas de sus razonables reivindicaciones y protestas, algo que al mismo tiempo delata un déficit en la percepción y sensibilidad del estado mayor del socialismo autonómico.

Hemos de suponer que una vez ejecutada la sentencia, la dirección del PSPV habrá sacado sus conclusiones y, entre éstas, la más apremiante se nos antoja la de que nadie se considere aforado para explotar el éxito a su conveniencia y manera. Nos referimos al secretario de la comarca de L'Alacantí, Ángel Franco, en quien se condensa el rechazo de los soliviantados y de los críticos que no le votaron por más que fuese el candidato oficial. No nos sorprendería que se sintiese tentado a liquidar políticamente a sus adversarios, cuando lo pertinente sería pensar que esta victoria, de la que prevale, es una muesca en su ya inevitable caída, como revela la contestación partidaria que padece. Tanto más se aferre a los cargos, tanto más tardará en apaciguarse aquella comarca que tiene por propia y vitalicia.

En cuanto al destino de los expulsados, la verdad es que se les presenta crudo. No parece que serán admitidos en el grupo socialista de la corporación. Irán probablemente al mixto, como beneficiarios de unas actas que, en puridad, son del partido. Incluso cabe la posibilidad de que se vean con resuello para constituirse en agrupación socialista más o menos independiente y con capacidad de convocatoria electoral. Un trámite con numerosos antecedentes, demostrativos, a la postre, de que estas iniciativas sólo son una traba para el socialismo organizado, cuando no acaban siendo deglutidas por la derecha mediante el reparto de unas pequeñas prebendas. Triste final para unos militantes airados cuyo principal error, que no delito, ha consistido en la obstinación y el desafío más que en la improcedencia de su causa, que no era injusta, pero sí antiestatutaria. Un día u otro había que acabar con las condescendencias y restablecer la jerarquía, aunque ciertos diputados ganadores del envite no lo merezcan.

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