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Tribuna:LA CREDIBILIDAD DE LOS POLÍTICOS
Tribuna
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Votar indeseables

Durante los años en que perdí algún tiempo en actividades políticas me presenté varias veces a distintas elecciones. Formé parte de listas, fui candidato en elecciones generales, autonómicas, municipales y en elecciones internas a puestos de dirección en la formación en que militaba. También participé en votaciones sobre decisiones políticas a seguir dentro del PCPV o UPV, mis únicos partidos, a cuya dirección fui más o menos cooptado. No digo que las perdiera todas, todas, pero casi. Las importantes y oficiales todas. Los fracasos fueron persistentes y estrepitosos. Solamente me podría comparar con Valerià Miralles cuando afirmaba que "a mi no em vota ni ma mare". Comprendo que con estos antecedentes, que expongo a modo de advertencia, no estoy muy capacitado para hablar de elecciones, pero con estas líneas solamente pretendo opinar desde un cierto distanciamiento de la política. Digamos, como ciudadano perplejo ante las preferencias de los electores, sin implicación de mis viejas aventuras personales.

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El elector pasmado

En Italia se vota mayoritariamente a un señor lleno de denuncias y procesos; en Argentina, el más votado en primera vuelta es un individuo considerado un delincuente; en Francia se apoya a un ex-alcalde con problemas judiciales; por no hablar de Sharon, veterano terrorista, acusado de crímenes de guerra. Todos eran conocidos por sus tropelías antes de las elecciones. En general, todos ellos han ganado votaciones cuando ya se tenía noticia de sus abusos, atropellos y corrupciones. Entre los dirigentes que gozan del apoyo de sus electores a pesar de sus conocidas actuaciones contra los derechos fundamentales o de sus injustificadas y crueles matanzas, cabe señalar a Putin y a Bush. Las consecuencias de burlar la justicia por parte de los mandatarios, gracias a sus propias disposiciones respecto a las leyes locales e internacionales, afectan a todas las instituciones, cargos no electivos, nombramientos y acuerdos. La constitución europea, por ejemplo, se confía a un personaje aficionado a tener líos no aclarados con diamantes. Otros dirigentes europeos, mayoritariamente votados, como Aznar, Blair y algunos más, procedentes del Este, se empeñan en seguir la estela imperial de EEUU dando apoyo a sus invasiones y masacres. La política europea, a juzgar por su rápida reconciliación atlántica, parece aceptar este criterio. Por lo visto, sueña convertirse en el segundo gendarme internacional y se apresura a acentuar sus actuales planes militares y sus obsesiones de gran potencia.

Una idea muy elemental se impone ante un panorama tan desolador: El proyecto de la Europa laica, de los ciudadanos, de los pueblos, de las libertades, de la democracia, de los servicios sociales, se convertirá, en manos de nuestros electos líderes, en un conjunto anacrónico de estados beatos y reaccionarios. Eso sí, con la misma moneda, el mismo ejército o la misma justicia, pero también con las mismas tácticas antiterroristas, más bien estimulantes de lo contrario, sin una mínima idea de apaciguamiento y solución. Con el mismo autoritarismo. Con la misma limitación de derechos. Y, más o menos, con los mismos desvergonzados dirigentes, ampliamente votados, encubriéndose unos a otros, respetándose cortésmente la mutua falta de ética e impidiendo con diplomacia que a alguien se le ocurra discrepar o mostrarse crítico e independiente. Ante semejante tropa cualquiera puede lamentar no ser suizo, por ejemplo, y estar fuera de la UE.

A la gente le suelen gustar los golfos, pero los electores nos están llenando los países y las instituciones de mandatarios deshonestos, cínicos o chorizos, cuando no de criminales de todos conocidos. Votar la peor opción posible parece haberse instalado en la costumbre de quienes se interesan por las elecciones pero no por la política. El criterio de los electores votando a quienes la opinión pública considera indeseables y en algunos casos delincuentes, supone una contradicción difícil de entender. Los resultados electorales no son recíprocos, la mayoría de ciudadanos sale perjudicada por la mayoría de electores. La cosa se puede explicar por los medios utilizados para convencer, siempre favorables a la propuesta con mayor poder sobre esos medios y a la mitificada alternancia. Partido triunfante y segundo más votado, han conseguido uniformar la mayoría electoral en torno a los ganadores y a una única opción levemente opuesta. Las ventajas obtenidas por esa situación son evidentes. Favorece la arbitrariedad del poder ejecutivo, su impunidad y el manejo de los restantes poderes del estado, además del consenso entre el gobierno y una privilegiada y leal oposición, cada día más leal, consciente de que le llegará su turno, con las mismas ventajas. Por mecanismos destinados a liquidar minorías políticas, reducir la pluralidad y los controles democráticos, se obtienen mayorías inamovibles y criterios unilaterales durante largos períodos, bien aprovechados para conseguir privilegios personales vitalicios. Incluso las ideas críticas o distintas a la corrección oficial más votada quedan oscurecidas, o simplemente inactivadas, en una especie de censura o prohibición tácita. Es cierto que no se puede generalizar (aunque casi, casi), ni se trata de suprimir las elecciones en el menos malo de los sistemas políticos, pero quizá habría que variar unas condiciones y unos procedimientos que, posiblemente, contribuyen a que cada día sea peor.

Doro Balaguer es escritor

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