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COPAS Y BASTOS
Columna
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Servicio Estación

La última vez que recuerdo haber visitado el Servicio Estación, la tradicional gran superficie de la calle de Aragó fundada en 1924, fue por razones sexuales. De eso hace muchos años. Yo estaba viviendo una historia de amor con una mujer que me limitaré a describir con la onomatopeya que se merece: uau. Pasaban las semanas y la relación iba viento en popa hasta que, un día, ella me sugirió que, para combatir la amenaza de la rutina, quizá sería bueno incorporar algunos elementos extraanatómicos al atrezzo de nuestros encuentros. "Cap problema", dije con la predisposición de quien considera que la amante, como el cliente, siempre tiene razón. A continuación, me confesó que, de vez en cuando, le gustaba atarse las muñecas, pero no con un pañuelo de seda, ni con una trenza de lianas tropicales, ni con las clásicas esposas policiales (tan habituales en tantas parejas), sino con una cadena de considerable calibre culminada con su correspondiente candado. No se trataba, que conste, de un recurso violento en plan Dragones y mazmorras, sino de un inofensivo detalle escenográfico. "Pues, ahora que lo dices, no llevo ninguna cadena encima", respondí a ver si colaba. "Cap problema", dijo ella, y, cogiditos de la mano cual tortolitos de postal de San Valentín, nos fuimos a comprar un par de metros de cadena y un candado a la altura de las circunstancias.

Los encontramos, por supuesto, porque, a diferencia de otros monumentos de esta ciudad, en el Servicio Estación tienen respuesta a todas tus preguntas, incluso a aquellas que todavía no te has formulado. Les ahorraré los detalles escabrosos. Sólo les diré que, gracias a la poca pericia que demostré en el manejo de las cadenas, quedaron rápidamente aparcadas y, a estas alturas, estarán oxidándose en algún cementerio de automóviles. Pues bien: el otro día regresé al Servicio Estación para comprar un metro de tubo plástico (que no cunda el pánico: no era mi intención utilizarlo para ninguna actividad sexual). En el sótano, y tras coger número de un dispensador su turno, fui atendido con gran cordialidad por un joven que iba sirviendo a la clientela y, al mismo tiempo, esquivando el goteo procedente de un aparato de aire acondicionado Roca que sudaba casi tanto como los clientes. Mientras esperaba, escuché cómo una señora solicitaba toda clase de piezas para montar un sofisticado aspersor de parterre. Nunca imaginé que algo tan aparentemente sencillo como regar pudiera ser tan complejo: piezas de plástico sujetadas por abrazaderas, diferentes graduaciones de superficie, niveles de potencia... Todo inducía a pensar que existía un Universo Parterre desconocido, lo cual me llevó a preguntarme si no se estarán utilizando los aspersores como forma de combatir el aburrimiento sexual.

Aproveché la visita para dar una vuelta por el edificio. Se han modernizado. Ahora dan más servicios que antes y siguen teniendo una cantidad de objetos, piezas y materiales que volverían loco a cualquier amante de los inventarios. Viendo todo lo que hay aquí, llegas a la conclusión de que la vida es mucho más complicada de lo que parece y de que para desenvolvernos en este mundo necesitamos un ejército de herramientas, materiales e inventos. Puede que Dios creara todo lo que nos rodea, pero los fundadores del Servicio Estación hicieron bien en prever reparaciones. Al azar, pues, fui mirando algunos de los productos expuestos: cascos de plástico amarillos para las obras, un hermoso martillo Bellota (41,05 euros), naturalezas muertas en la sección de colchonería con blandengues formas presidiendo los estantes, tijeras podadoras, océanos de hule, atomizadores de agua con rótula, cintas tapaporos, grifos, motores, filtros y conceptos futuristas, por ejemplo, texolatex. Preso de una especie de vértigo bricoleur, me detuve ante un televisor que emitía un publirreportaje que elogiaba las virtudes de una llave flexible y multiusos llamada Boa Constrictor. La voz en off decía: "Muy pronto se preguntará como se las arreglaba sin su Boa Constrictor, la mano de hierro en guante de seda". Lo de la mano de hierro en guante de seda me hizo pensar en la mujer de las cadenas y tuve uno de esos momentos de melancolía introspectiva tan propios del cuarentón en crisis. Pagué mi metro de tubo de plástico (13,06 euros), salí a la calle y me quedé mirando la fachada de la Fundació Tàpies, con esas enormes banderolas de las que cuelga, empujadas por el insuficiente viento, el concepto Col.lecció Permanent. Aunque para colección permanente, la del Servicio Estación: 45.000 productos.

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