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Columna
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Bultos

El rampante anticlericalismo histórico de la izquierda española ha convertido a la religión en la bestia negra del pensamiento. Se oye "enseñanza religiosa" y la izquierda española se pone en pie de guerra contra lo que considera una manipulación, una enajenación, una inoculación de opio en la inocente cabeza del pueblo. Y, sin embargo, no pocos católicos, de los que todavía quedan, son personas que ayudan a los necesitados, forman parte de las ONG y acuden a las manifestaciones en pro de los derechos humanos o contra la guerra.

Pero puede ser, efectivamente, que siendo nuestro Estado aconfesional resaltar la Religión como asignatura plena subleve justificadamente a los progres. No obstante, eliminada la religión del colegio, desaparecidos sus argumentos, ¿no será indispensable alguna materia en torno al sufrimiento inevitable, el sentido o el sinsentido del dolor, la necesidad del sacrificio, la importancia de la ayuda mutua, la saludable elegancia de la generosidad, el afrontamiento de la adversidad, la disciplina para ser feliz, el trato digno con la enfermedad y la muerte? ¿Se considera bastante para vivir en este mundo ser un ciudadano civil, votar o ser elegido en las urnas, adquirir una titulación, viajar en Halcón Viajes, apoyar a Simancas, ver fútbol?

La poesía o la filosofía se encuentran prácticamente barridas de las aulas. La enseñanza religiosa en manos de curas antiguos da ciertamente como resultado mentalidades antiguas, pero el sentido de la vida, la reflexión sobre los avatares de la existencia, el posible tino o desatino de la civilización, ¿en qué horario se imparte?

Sin alguna idea crítica y seria del mundo la educación avanza desequilibrada, contrahecha, paupérrima y, sobre todo, inhumana. ¿El significado de nuestras biografías se agota enteramente aquí? Puede ser. Es incluso lo probable. Pero aquello precisamente que más se parecería hoy a una formación religiosa, en clave laica, sería la buena educación que se interesara por los bultos que amueblan nuestro interior o pueblan el exterior de perplejidades. Y precisamente ahora, cuando casi toda la oferta cultural tiende a simplificar los horizontes y confabula, a la vez, para allanarnos.

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