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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Como un viejo tango

Tiene algo de entrañable volver a ver juntos a Federico Luppi y Ulises Dumont, dos de los grandes nombres de la interpretación argentina; y tiene también algo de coherencia con una línea de trabajo anterior el que uno de los productores de este filme, debut en la realización del rosarino Rodrigo Grande, sea Adolfo Aristaráin. Es como si reviviéramos la épica puesta en imágenes por filmes tan imperecederos como Tiempo de revancha o Últimos días de la víctima. Tiene bastante, en fin, de reencuentro con una manera de hacer cine de la que Grande, por lo que parece, se siente deudor.

Presos del olvido habla de amistades antiguas, de hombres duramente puestos a prueba por la vida (o por su codicia; pero eso también es la vida), de reinicios que, no obstante, están condenados de antemano al fracaso. Pero el verdadero tema del filme de Grande es una amistad viril, la que establecen un cantante de tangos (Luppi) con su acompañante al bandoneón (Dumont), a lo largo de más de 30 años; o por lo menos son 30 los años de cárcel que les cayeron por un robo y alguna cosa más. Toda una vida, pues, pasa delante del espectador; un tiempo resaltado, además, por la presencia de los hijos reales de ambos actores (Gustavo Luppi y Enrique Dumont) interpretándolos de jóvenes... algo más que un guiño inteligente.

PRESOS DEL OLVIDO

Director: Rodrigo Grande. Intérpretes: Federico Luppi, Ulises Dumont, María José Demare, Francisco Puente, Gustavo Luppi, Enrique Dumont. Género: criminal. Argentina, 2001. Duración: 91 minutos.

Y como si de un viejo tango se tratase, aquí también hay percantas que amuran a sus hombres; viejas amantes que no han sabido esperar, o algo peor; amigos que no están cuando más se los necesita; y en el fondo, una historia de fidelidades entre un dominador (Luppi) y un dominado. Grande hace avanzar esta trama de reencuentros y fracasos con más empeño que acierto. Se le nota la bisoñez, la angustiosa falta de medios (¡ese regreso de Luppi cantando en un antro de mala muerte, tan mal rodado!); los hiatos que presenta la superficie de la narración terminan por ajar el resultado final: resulta evidente que, aunque la sombra de Aristaráin sea alargada, Grande no siempre sabe, o puede, cobijarse bien bajo ella.

Pero tal vez lo que más lastre el interés del filme no sea su renqueante factura, sino su apolillado mensaje: el consabido lugar común tanguero que quiere que las mujeres sean traidoras y los hombres ilusionados y valientes no se antoja de recibo; y mucho menos si en ningún momento se atisba el menor matiz crítico. Grande parece demasiado enamorado de sus personajes masculinos como para tomar distancia hacia sus comportamientos, lo que deja al filme como un producto trasnochado, herido de cultura patriarcal: demasiado de otro tiempo.

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