El ritual de los gigantes
Cuando los líderes políticos de los países más ricos del planeta se reunieron hace unas semanas en Evian, asistimos a la enésima repetición del ritual de las fotos de grupo, los gestos cordiales y las frases conciliadoras tan bien calculadas para encajar en los titulares de prensa. Al tiempo que Bush, Chirac, Blair y compañía se llenaban la boca de promesas dirigidas a aumentar sus esfuerzos en la lucha contra la pobreza, en un país como Etiopía una nueva sequía continuaba causando una grave situación alimentaria que se añadía a la alta vulnerabilidad crónica de la población. Mientras en los plácidos Alpes franceses los países ricos escenificaban el final de la crisis diplomática surgida en Irak, en el África subsahariana casi la mitad de los niños seguía sin ir a la escuela. Una vez más, la cumbre del G-8 se cerraba vacía de contenidos, de espaldas a los más de 2.000 millones de personas en el mundo que malviven en la pobreza y sin afrontar con seriedad los desequilibrios crecientes del planeta.
Los tímidos compromisos de ayuda al desarrollo que se plantearon en Evian quedan muy lejos de los entre 25.000 y 35.000 millones de dólares anuales que la ONU calcula que África necesita para reducir a la mitad la pobreza en el año 2015. Las diferencias entre ricos y pobres seguirán aumentando mientras la coalición que atacó Irak dedique a la guerra una cantidad cinco veces superior a la destinada el año pasado en ayuda a África y los países de la OCDE gasten apenas un 0,22% de su PIB en ayuda oficial al desarrollo. La esterilidad de este tipo de cumbres sobresale aún más cuando constatamos que un incremento de sólo un 1% en la participación de África en las exportaciones mundiales equivaldría a cinco veces la suma de los fondos que este continente recibe en concepto de ayuda y de condonación de la deuda.
Me contaban hace unos días en Etiopía que su desesperada situación no tiene tanto que ver con los caprichos de la naturaleza como con la alteración del régimen de lluvias por culpa del calentamiento de la Tierra. El desmarque de Estados Unidos (el principal emisor de CO2 a la atmósfera) del Protocolo de Kioto, que se suma a la deforestación que afecta a la totalidad del territorio etíope, provoca que las sequías sean cada vez más recurrentes. La principal exportación de Etiopía es el café. La caída de su precio en el mercado internacional en más de un 70% en los últimos seis años empeora aún más la crisis alimentaria en un país donde el 85% de la población se dedica a la agricultura. Al abandono más absoluto al que se ve condenado Etiopía y a la imposibilidad de participar en condiciones equitativas en el comercio internacional, se añade la negativa de los países ricos a abordar de raíz las verdaderas causas de la pobreza. Así como no es casualidad que un terremoto cause miles de muertos en Argelia y otro de similar magnitud deje apenas unos heridos leves en Japón, tampoco es el azar lo que convierte una sequía en un desastre humano terrible en zonas donde la mitad de la población subsiste con menos de un dólar al día.
África es un continente maltratado por los colosos que dominan la economía mundial. De ahí la relevancia de la reciente demanda presentada por Chad, Benin, Burkina Faso y Malí ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) contra Estados Unidos para que ponga fin a los millonarios subsidios a sus grandes plantaciones de algodón. Los precios de este producto en el mercado internacional han caído hasta la mitad desde mediados de los años noventa por culpa de unas subvenciones obscenas: una gran plantación de Arkansas, la US Tyler Farms, recibió de la Administración de Bush en el año 2001 casi seis millones de dólares en subsidios, lo que equivale al conjunto de ingresos de 25.000 granjeros de Malí. Estas prácticas comerciales causan una grave crisis social y económica en África, donde 10 millones de personas dependen de la cosecha del algodón. Las consecuencias son especialmente agudas en Benin, donde el algodón supone el 70% de sus exportaciones. La demanda de estos cuatro países subsaharianos revela los niveles de injusticia que ha alcanzado una actitud que se refiere a Estados Unidos en el caso del algodón, pero que se repite en la Unión Europea con las subvenciones a la exportación de productos como la leche o el azúcar.
La reciente cumbre del G-8 no merecerá ni una breve mención en la historia de la lucha contra la pobreza en el mundo. En septiembre los poderosos tendrán en Cancún, sede de la quinta reunión ministerial de la OMC, una nueva oportunidad para corregir la inacabable lista de oportunidades perdidas. En esta turística localidad del Caribe mexicano volverá a estar en juego la posibilidad de sentar las bases de un cambio de rumbo de un sistema del comercio internacional a todas luces injusto. Aunque la experiencia en anteriores cumbres (Seattle, Doha) no nos permite ser demasiado optimistas, los países en desarrollo y las organizaciones no gubernamentales iremos a Cancún con una larga lista de exigencias, desde la progresiva eliminación de todo tipo de subsidio a la exportación de productos agrícolas, hasta una reforma de los acuerdos sobre propiedad intelectual que asegure a Etiopía (y al resto de países del África subsahariana, tan castigados por enfermedades como el sida) el acceso a los medicamentos genéricos, mucho más baratos que los protegidos por patentes.
Es necesaria una transformación profunda de la OMC que garantice su transparencia, oriente sus políticas hacia el desarrollo y limite el poder de los lobbies empresariales. El comercio internacional podría contribuir de forma significativa a erradicar la pobreza en el mundo. Pero esto nunca será posible si no cambiamos unas reglas que benefician a unos pocos y perjudican a muchos. En Cancún los gigantes del planeta tienen dos opciones: o siguen con el ritual de las fotos y los gestos mientras ahondan en la miseria y la desolación de gran parte de la humanidad, o empiezan a tomar medidas para resolver una situación que en muchos casos ya es insostenible.
Ignasi Carreras es director general de Intermón Oxfam.
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