Corazón podrido
"No podemos dejar que la corrupción se extienda en el corazón del poder", dice un nuevo manifiesto de L'Appel de Géneve, nombre de un grupo de juristas que tuvo entre otros fundadores a Garzón, para el cual pidieron el Nobel de la Paz. Me pregunto qué van a hacer. La corrupción ha entrado a raudales, y quizá la "democracia" nuestra sea la menos tocada. La inclinación popular contra los poderes absolutos se hizo para evitar la corrupción absoluta: en España el absolutismo anterior inventó las leyes para que su corrupción fuese legal, y las convirtió en democracia orgánica para ponerse al nivel del mundo que se llamaba "libre". Le acogió con entusiasmo. Vamos a no creernos la historia escrita, la del cerco a los españoles y la exclusión de los organismos internacionales: Churchill acogió el franquismo con entusiasmo, y Truman y luego Eisenhower con ostentación; mientras sujetaban a los rojos, llamando eso a los honestos e inermes gobernantes en el exilio que ocupaban un pabellón en la Avenue Hoche de París y ganaban menos que los conserjes. Las democracias fueron franquistas, dentro de ciertas formas, y Franco las ayudó, dando terreno para bases, a contener a la Unión Soviética y el comunismo: él fue uno de sus grandes iniciadores, con la Virgen de Fátima, de lo que está pasando: acabado el comunismo y la URSS: el corazón de las democracias se lanza por todo, se lo roba todo, aupada en un capitalismo ante el cual Adam Smith se hubiera llevado las manos a la cabeza, y sólo hubiese encontrado en ella los cuernos que le ponen hoy quienes le continuaron.
No quiero decir que sea nuevo. No hace falta haber vivido otros tiempos, sino leer para saber toda la historia de las democracias, a partir de sus bellas declaraciones. Nunca como hoy: sin muro que las contenga, y con su guerra feliz como argumento para cortar el camino a los que creyeron en ella. Y con la solidaridad de los gobernados: en el principio, los fundadores de la democracia moderna eran desgraciados oprimidos por autocracias: sus reyes, los ajenos, sus napoleones. Hoy este grupito es el beneficiario, en parte naturalmente pequeña, del capitalismo: confía en las bombas de todas clases con que oponerse a la amenaza de los pobres del mundo. Mientras gritábamos "No a la guerra", muchos preparaban su voto para el hacedor de guerras. Nosotros sabíamos que no había armas ni terror (sólo hambre) en el otro lado: ellos, también.
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