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Columna
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Bodas y amigos

Aquella mañana subí a un taxi y oí en la radio cómo el locutor relacionaba el calor insoportable de Madrid con la temperatura política de la Asamblea. La ausencia de dos diputados socialistas, uno y una, había permitido al PP hacerse con la presidencia de la cámara regional. El taxista, que trabajaba desde las seis de la mañana, no comprendía que a esas horas le pudiera fallar el despertador a alguien. Así que abundamos en especulaciones y nos llegamos a preguntar si desde la Asamblea habrían llamado a los centros de urgencias de los hospitales antes de organizar el guirigay que empezaba ya a percibirse. Llegué a imaginar a los ausentes en un tanatorio, en descanso eterno, y a la FSM encargando unas preciosas coronas para el sepelio de esas dos pobres víctimas a las que habría unido el destino en sus muertes, como a dos buenos compañeros que por llegar pronto a fichar hubieran tomado, juntos, carrerilla en la moto.

Pero cuando llegué a la cola de la oficina municipal de Raimundo Fernández Villaverde, que es adonde me dirigía, ya sabía más que yo una espabilada que juraba por los suyos que a ella ya no la volverían a ver ante una urna ni muerta, y otra que con aire de menos afectada le comentaba que a ella sí, pero que no sabría a quién votar. No tuve que esperar a la hora de la merienda para oír la declaración de principios del fugado Eduardo Tamayo, en su nombre y en el de su silenciosa cómplice de boquita pintada, Teresa Sáez. El terror al social- comunismo, predicado por Aznar en campaña, había hecho mella súbita tanto en él como en ella: temían los dos al desmadre rojo de Simancas como no teme Botín a Lula. Pero lo único que me quedó claro en aquel momento fue la falta de sintaxis del tal Tamayo y su confusión léxica, como primeras muestras de sus limitaciones, aunque tuve además un barrunto inesperado, gracias a lo dicho por el botarate, de la importancia real de IU como izquierda cierta. Lo estremecía una especial emoción: la del que miente y no consigue disimularlo. Pero para meditar sobre su estrategia habían elegido estos dos ángeles el retiro monástico de un hotel: él para preservar su dignidad de presiones y diseñar su discurso ideológico y ella es de suponer que para reponerse del sofoco, muda, en su pureza. No tardaron los socialistas en echarlos del partido aquella misma tarde, ahorrándose la corona, mientras yo guardaba en mi retina la foto del sujeto delante de una estampa del Palacio Real, construcción libre de toda sospecha por ahora. Me preguntaba cómo no habría constancia en el PSOE del amor a la arquitectura y sus réditos de este su casi diputado. Pero parece que unos sí la tenían y otro no, con lo que los que no la tenían la pudieron confirmar pronto por medio del idilio amistoso entre el limpio huido y un ambicioso constructor que en virtud de la más pura amistad le reservó las estancias hoteleras para la fuga. Usted o yo llamamos para eso a una vecina del quinto que trabaja en una agencia de viajes, pero él llamó a su hombre de confianza, con carnet del PP y negocios perseguidos ahora por la fiscalía de Madrid, con el que no en vano mantenía una puntual relación telefónica en los momentos-clave de las elecciones, seguramente para preguntarle si dormía bien o qué tal sus niños.

Porque la amistad y las celebraciones familiares unen mucho: una boda primero y otra después le bastó al secretario general del PP de Madrid para hacer amistad con el mismo constructor de marras, a quien si no conocía mucho podría haberle hablado de él el ex alcalde pepero de Alcorcón, también con la justicia tras sus talones, que dice ahora que no lo reconoce ni en la firma de los cheques, y terminar departiendo los dos ampliamente en la sede de su partido en Génova sobre asuntos electorales. Las bodas son una feliz ocasión de encuentro entre próximos.

Aznar invitó por eso a su amigo Berlusconi a la boda de su hija, aunque no digo que lo hiciera para que los suyos aprendieran, en el trato con él, a eludir la acción de la justicia. Lo que sí digo es que ya sabemos quiénes le han hecho el nido a Tamayo, y que en ese nido, donde hay gaviotas, no se encuentra la silenciosa diputada. "Conmigo no está", aclaró Tamayo antes de que le preguntaran por ella, pero tampoco su marido sabía dónde estaba. No dudo, sin embargo, de que se llegue a descubrir a todos los autores del crimen, pero me sorprende que en este culebrón a nadie le inquiete por ahora dónde pueda hallarse esa mujer que, según dicen, tan sólo desertó por una apasionada y desinteresada amistad.

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