_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Z Z

Hace muy pocos meses Joan Ignasi Pla y Francisco Camps eran dos políticos no demasiado visibles, tal vez escasamente imprevisibles, y ambos enfundados en un tono menor del que parecían no saber escapar. A Pla le perjudicaba la gran aureola de los dirigentes históricos del socialismo valenciano -Lerma, Ciscar, Asunción...- y a Francisco Camps se le veía muy condicionado por la fuerte presencia de su mentor político, Eduardo Zaplana.

Estas previsiones sucesorias, sin embargo, quedaron arrumbadas a partir del debate de investidura, donde brillaron con luz propia Camps y Pla, pues uno y otro hablaron con propiedad, reivindicaron la reforma del Estatut -un objetivo ineludible-, se echaron con gran solvencia y respeto los trastos a la cabeza y ofrecieron diálogo y futuro para bien de la ciudadanía. Por todo ello, cabría decir que desde el pasado día 19 de junio los socialistas y los populares valencianos están liderados por dos personas muy titulares, en absoluto suplentes, y queda así cancelada la larga provisionalidad fáctica de Pla -revueltas alicantinas al margen- y también la presunta bisoñez de Camps, quien en menos de una semana de verbo y acción ha dejado claro que sabe muy bien lo que quiere y con qué mimbres lo quiere.

La renovación política que ya protagoniza Camps, y el evidente peso estratégico de su nuevo gobierno sitúan en otra onda a Eduardo Zaplana. Se diría que para él misión cumplida y que, sin dejar de estar al tanto de lo que aquí se cuece -por vocación y cargo orgánico-, al ministro de Trabajo le ha llegado el momento de buscar metas mayores. Eso pasa, hoy por hoy, por mejorar su posición en la carrera sucesoria de Aznar, en la que Mayor Oreja parece descolgado, y donde ya sólo quedan dos candidatos oficiosos -Rato y Rajoy-, y quién sabe si un espacio para un outsider de esos que a veces se imponen contra pronóstico: Eduardo Zaplana. Es, pues, menos imposible que hace días un duelo Zapatero-Zaplana en marzo de 2004, aunque, puestos a cavilar, tampoco es descartable del todo un no menos apasionante Rato versus Bono.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_