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Columna
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El ser y la bomba

Andrés Ortega

Hay países que se han dotado de armas nucleares para mandar más (Estados Unidos); otros para evitar verse superados por el otro (la URSS en su día, y en esa carrera, también EE UU, y, en cierto modo, China e India); algunos para ser más (Francia y Reino Unido). Y, finalmente otros, países o regímenes, para asegurar su existencia. Es el caso de Israel, pero también de Pakistán, incluso de Corea del Norte. Y ¿quizás? de Irán. En un paso más, el Pentágono intenta dotarse de microbombas atómicas para utilizar, lo que, de llevarse a la práctica, rompería un tabú y generaría más inseguridad. Contra la proliferación, lo primero es el ejemplo.

La UE acepta ya que la proliferación de armas de destrucción masiva es "en sí, la mayor amenaza a la paz y la seguridad entre las naciones", según el documento presentado por Solana en Salónica. Pero luchar contra la proliferación no implica sólo, ni principalmente, medidas militares. Al fin la UE ha desarrollado una estrategia que aborda preocupaciones similares a las de EE UU, pero con enfoques diferentes, propios, no opuesta en los fines, sino en los medios y, sobre todo, en la necesidad de ir a la raíz de los problemas. A la doctrina del ataque preventivo de Bush, opone otras medidas anticipatorias, comenzando por la política y diplomacia preventivas, sin excluir en último término el uso de la fuerza militar, aunque la UE no sea ¿aún? una organización militar. Así, propone reforzar el régimen de la OIEA y otras medidas, como los controles a la exportación de material y presiones políticas, económicas y de otro tipo.

Pero, en los principios básicos del plan de acción en este terreno adoptado unos días antes, los Quince afirman que "la mejor solución para el problema de la proliferación es que los países no sientan más que las necesitan. (...) Pues "cuanto más seguros se sientan los países, más probable será que abandonarán esos programas" en un círculo virtuoso, frente al vicioso de las carreras armamentistas. Porque su existencia no corría peligro, con el fin del apartheid, Suráfrica renunció sin problemas a su programa de armamento nuclear. Bielorrusia, Ucrania y Kazajistán siguieron ese camino (ayudados por dinero de EE UU y europeo) tras la desintegración de la Unión Soviética.

En el fondo, la doctrina de la guerra preventiva de Bush (que está por ver si no perece en Irak) puede llevar a más proliferación, por generar más inseguridad. Pues un país sabe que si consigue la bomba antes, querrán negociar con él. Bush ha alertado que el mundo "no tolerará" que Irán se dote de armas nucleares, lo que entra en el juego de poder regional tras la ocupación de Irak. La UE ha adoptado en Salónica un lenguaje parecido. Amaga con interrumpir un lucrativo acuerdo comercial con Teherán, y con medidas coercitivas. Pero es la primera vez que, compartiendo preocupaciones con Washington, la UE ha diseñado una estrategia cabal, alternativa a la de EE UU.

No sabemos a ciencia cierta (menos aún tras lo ocurrido con la inteligencia sobre Irak) si Irán tiene en curso un programa para dotarse de armas nucleares. Sería sumamente positivo que Teherán se sometiera al régimen más abierto posible de inspecciones internacionales, como le pide el OIEA. Cuando tantas miradas se centran sobre Corea del Norte (un régimen auténticamente peligroso por cultivar represión y armamentos, y no alimentos) y aún más ahora sobre Irán, Mussaraf, el presidente de un inestable Pakistán, se pasea por el mundo como un santón bien recibido en Europa y en Washington. Antes del 11-S, por hacerse con la bomba, Pakistán fue sometido a sanciones por EE UU. Ahora, se mira hacia otro lado. A algunos visitantes ilustres que pasan por Islamabad, Musharraf les ofrece como apreciable regalo de cortesía una maqueta del monte Ras Koh de Beluchistán, donde tuvo en 1998 lugar la primera prueba de lo que constituye el auténtico orgullo nacional paquistaní: su bomba. ¿Se convertirá en la temida bomba islámica en un futuro no tan lejano?

aortega@elpais.es

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