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Entrevista:FERNANDO JIMÉNEZ | POLITÓLOGO | ENTREVISTA

"La financiación de los partidos es el gran agujero de la democracia"

Fernando Jiménez, en los salones del casino de Santiago. Hablando de política. Es decir, ejerciéndola.

Pregunta. ¿Cuál es el nivel de la corrupción política en España?

Respuesta. En realidad no es fácil saberlo. Justamente mi último trabajo publicado es un análisis de la corrupción política española, hecho a medias con Miguel Caínzos, que está incluido en un volumen general sobre la corrupción política contemporánea. Es un análisis referente a los años 1995 y 1996, los del crepúsculo socialista. En aquel tiempo, España estaba clasificada como uno de los países menos corruptos dentro del grupo de los más corruptos.

P. ¿Quién mide eso?

R. Una organización no gubernamental llamada Transparencia Internacional.

"España está ahora en el grupo de los países algo corruptos. Al nivel de Japón. Más corrupto que Alemania, pero menos que Francia"
"Es evidente que el PSOE pretende extender la idea de que ha habido una conspiración para torcer el resultado. Y al PP le interesa el silencio en todos los sentidos"
"Yo creo que el éxito popular se debió a un eslogan que repitieron machaconamente y que demostró tener una gran eficacia: 'Paro, despilfarro, corrupción"
"Un escándalo tiene que tener una condición: que pueda ser aprovechado políticamente. Si no hay aprovechamiento, el escándalo, sencillamente, no se produce"
"En los años ochenta, la imagen social de los socialistas estaba vinculada con la honradez, y la de la derecha, con la corrupción. En los noventa es al revés"

P. ¿Fiable?

R. Relativamente. Registra la percepción de las élites sobre la corrupción. No deja de ser una aproximación. Una aproximación que tiene su utilidad, pero que no puede hacer olvidarnos una paradoja: al fin y al cabo, percibir es ver, y la corrupción, por definición, es algo que está oculto.

P. ¿Cuáles son los países más corruptos, según esa percepción?

R. Los índices son anuales. En 2002, Bangladesh, Nigeria y Paraguay eran los países peor colocados.

P. ¿Ha mejorado la posición española después de 1996?

R. Sí, ahora está en el grupo de los países algo corruptos. Al nivel de Japón. Más corrupto que Alemania, pero menos que Francia.

P. ¿Cómo explica usted ese cambio?

R. Bueno, hace siete u ocho años, la percepción del nivel de corrupción estaba muy influida por los grandes escándalos vinculados al final de la etapa socialista. Yo creo que esa percepción era injusta. Y de alguna manera lo justifica el hecho de que la percepción haya cambiado sin que en estos años se hayan registrado grandes reformas institucionales tendentes a limitar la corrupción.

P. ¿Tiempo y experiencia perdidos?

R. Pues, de alguna manera, sí. La única reforma importante ha sido la creación de la Fiscalía Anticorrupción, cuyo trabajo, con la excepción del caso de Jesús Gil, ha tenido una repercusión básicamente local y cuya capacidad de investigación va a quedar ahora seriamente afectada por la reforma prevista. En resumen: poco y menos. Lo que se pretende hacer con la fiscalía, cuya iniciativa de reforma, por cierto, se ha hecho a instancias de Convergència...

P. ¿Por cierto?

R. Bueno, Convergència, desde los días del caso Banca Catalana, ha estado seriamente enfrentada con el fiscal Jiménez Villarejo. Estos precedentes siempre tienen mucha importancia... Supongo que el caso de la Comunidad de Madrid debería hacer reflexionar sobre la necesidad de mantener la fiscalía y de dotarla de mayor capacidad de actuación. Pero, vaya, yendo a lo general: lo importante es que la clase política española no ha sabido aprovechar la circunstancia de los escándalos pasados para impulsar reformas profundas en el funcionamiento de las instituciones democráticas.

P. ¿Qué reformas?

R. Una, clave. El sistema de financiación de los partidos. Es el gran agujero de la democracia. Las campañas electorales cuestan muchísimo dinero. Mucho más del que se piensa y del que se declara. Mire el caso de las últimas elecciones locales. Ocho mil municipios: en cada uno de ellos, los partidos quieren tener su encuesta. Su seguimiento de campaña. Es evidente que este tipo de cosas cuestan mucho dinero. Y las limitaciones, desde luego, deberían venir por el lado de los gastos, no por el de los ingresos. Y deberían ser fruto de un acuerdo general, porque nadie va a querer quedarse en una situación de inferioridad.

P. ¿Hay alguna democracia que haya resuelto el problema?

R. Completamente, no lo creo. Pero sí se han intentado mejoras. Francia, por ejemplo, ha reformado su sistema de financiación. Y a pesar de los pesares y a la espectacularidad con que algunas veces se presentan las particularidades del sistema, yo creo que el americano es el sistema menos imperfecto. Al fin y al cabo se sabe cuánto dinero llega a cada cuál y de dónde viene. Esto es muy importante. Porque tarde o temprano la financiación de los partidos aparece al fondo de todos los casos de corrupción política, grandes o pequeños. Apostaría algo, por ejemplo, a que acabará apareciendo en el asunto de Madrid.

P. ¿Qué se lo hace pensar?

R. Los datos públicos y conocidos. Que el ex presidente madrileño Joaquín Leguina diga, por ejemplo que el tal Balbás

[José Luis, dirigente de Renovadores por la Base, ahora expulsado del PSOE] era el hombre del maletín. O los contactos y las amistades, que se conocen, del secretario general del Partido Popular en Madrid. Da la impresión como si uno y otro se dedicaran a lo mismo... y con la misma gente. Todo eso... En fin. Tiene un aire conocido.

P. Hasta ahora, la hipótesis no se ha manejado.

R. A ninguno de los dos partidos le interesa demasiado. Es evidente que el PSOE pretende, sobre todo, extender la idea de que ha habido una conspiración para torcer el resultado electoral. Y al PP le interesa el silencio en todos los sentidos. Desde luego, aún no hay datos para afirmar nada con contundencia. Pero los indicios que se han conocido hasta ahora tienden a hacer creer que la financiación partidista por parte de algunos grupos del sector inmobiliario está en el centro del asunto.

P. Usted distingue en sus trabajos entre el escándalo político y la corrupción...

R. Sí, hay escándalos, como el caso Lewinsky o el GAL, que no están vinculados directamente con la corrupción.

P. Económica.

R. Sí, claro. Porque algún otro tipo de corrupción siempre lo hay. Siempre se trata de un deterioro de los patrones de comportamiento admitidos. Una posible definición del escándalo es la reacción social de indignación que se produce ante el conocimiento de prácticas irregulares atribuidas a la actividad política.

P. ¿Cómo le parece que encaja lo ocurrido en Madrid con el modelo teórico?

R. Perfectamente. Un escándalo tiene que tener además una condición: que pueda ser aprovechado políticamente. Si no hay aprovechamiento, el escándalo, sencillamente, no se produce. Yo estudié en su momento el caso Juan Guerra. Pues bien, las informaciones publicadas sobre el caso habían aparecido en la revista Época un año antes del estallido. Lo cierto es que en aquel momento no podía haber aprovechamiento político. Por las razones que fuera: incluso por el propio crédito, más bien escaso, que tenía esa revista, donde frecuentemente se mezclaban informaciones ciertas con informaciones falsas, descubrimientos y puros montajes...

P. ¿Madrid, entonces?

R. Es de libro: indicios de corrupción y una capacidad automática de ser aprovechado políticamente. Hasta el momento, lo único claro en este asunto es que el llamado a ser presidente de la autonomía no lo ha sido, por obra y gracia de la sorprendente actitud de dos diputados. Un escandalazo.

P. ¿Quién cree que va a ser su mayor víctima política?

R. Los socialistas. No estoy seguro de que este asunto no acabe afectando al Partido Popular. Pero sea cual sea la evolución de las cosas, los socialistas habrán de encarar la pregunta fatídica: ¿Qué hacían esos dos ahí?

P. ¿Qué cree que hacían?

R. Desde luego, no parece que fueran los grandes especuladores del Madrid inmobiliario, la verdad. Seguramente formaban parte de esos lobbys, más grandes o pequeños, inexorablemente vin-culados a las áreas más oscuras de los partidos, que ya hemos descrito antes. El problema grave para los socialistas es que Zapatero y su equipo dirigente, en especial el secretario de organización, José Blanco, tenían relaciones estrechas con ellos. Y aunque no las hubiesen tenido: es impensable que una lista electoral de la importancia de la autonomía madrileña se forme sin que se examinen uno por uno sus nombres y se responda, como es lógico, de su honradez... y sobre todo de su fidelidad.

P. ¿En cuanto a las consecuencias sociales del asunto?

R. Serias también. Al final se habrá dado un paso más en la distancia entre los votantes y los políticos, con las malas consecuencias que es fácil imaginar. Se intensificará la idea de que los políticos, o al menos un cierto nivel de políticos, forman parte de un mismo clan transversal que no distingue entre ideologías. Y no digamos ya si se demuestra que ha habido un intento de alterar los resultados electorales mediante el chantaje. Desde el punto de vista exclusivo de los intereses de la izquierda también habrá consecuencias: para algunos, entre los que me cuento, es fundamental tener un partido que se opone al deterioro constante de los servicios públicos. Si ese partido elude oscuramente esa responsabilidad, la sensación de catástrofe se multiplica.

P. Decía antes que los socialistas van a ser la principal víctima. ¿Con qué consecuencias?

R. Sobre todo se va a a reforzar una imagen sorprendente de la sociología política española: y es la vinculación, en la percepción global de los españoles, del socialismo con la corrupción.

P. ¿Qué datos hay de eso?

R. Muchas encuestas y muchos estudios de opinión. Mire: uno de los efectos más trascendentales de los escándalos de la época de Felipe González fue cambiar la vinculación de los partidos políticos con la corrupción. En los años ochenta, la imagen social de los socialistas estaba vinculada con la honradez, y la de la derecha, con la corrupción. En los noventa es al revés: el Partido Popular es, en la imagen social, el partido de la honradez. No parece que esa percepción haya cambiado y, desde luego, lo ocurrido en Madrid no va a contribuir a cambiarla.

P. ¿Le parece que esa percepción responde a lo real?

R. Eso es lo de menos...

P. ¿Lo de menos, dice?

R. Entiéndame. Las percepciones sociales son las que acaban provocando las conductas con independencia de su relación con los hechos.

P. ¿Y no es un combate democrático intentar acabar con esa "independencia"?

R. Desde luego. Y en el que desempeñan un papel importante, y muy conflictivo, por cierto, los medios de comunicación. Ahora bien, tampoco puede afirmarse que la percepción de la sociedad española no esté basada en los hechos. Al fin y al cabo existió el caso Roldán y algunos otros casos. Y ahora lo de Madrid: que es un hecho aunque acabe comprometiendo también al PP.

P. Usted ha estudiado la repercusión electoral de los escándalos.

R. Sí.

P. ¿Y?

R. Es mejor hablar de casos concretos. Pero si quiere algo general, puedo decirle que no es tan alta como parece. En especial si no va asociado a algún otro factor, como el económico. Esto creo que se ve claramente en las elecciones generales de 1996, que ganó el Partido Popular.

P. ¿Ganó por la corrupción?

R. Pues, mire, no puede decirse terminantemente. Con la corrupción coincidió un empeoramiento de la situación económica y la posibilidad, justa o injusta, de achacárselo a una mala gestión del Gobierno socialista. Yo creo que el éxito popular se debió a un eslogan que repitieron machaconamente y que demostró tener una gran eficacia: "Paro, despilfarro, corrupción".

P. Sí, suena como una marcha militar.

R. Ja, ja, es verdad que tiene ritmo. Bueno: fue un eslogan magnífico. La asociación de la corrupción política a los problemas económicos particulares es de una eficacia casi imbatible. Ya no es "roban". ¡Sino que "me" roban!

P. Por tanto, en un ciclo económico desahogado la gente está dispuesta a que le roben.

R. Pues brutalmente dicho, así es. Se trata de la típica imagen del que deposita el voto con unas pinzas en la nariz. Ahora bien: que la influencia de la corrupción y del escándalo no sea la que la imaginación popular prevé, no supone que esa influencia no determine en un momento concreto el resultado electoral.

P. ¿Algún ejemplo llamativo?

R. Muy llamativo. El politólo-go norteamericano Morris Fiorina ha calculado que Al Gore en su disputa con Bush perdió un 3% de votos por el escándalo Lewinsky. Un porcentaje que le habría bastado para ganar.

P. Otras interpretaciones dicen que Gore perdió por no reivindicar suficientemente a Clinton.

R. No son incompatibles. Seguramente, una reivindicación de los éxitos económicos de Clinton no habría cambiado el voto de ese 3%, pero a lo mejor habría arrancado el asentimiento de votantes motivados por otros factores, singularmente el económico.

P. La situación económica es un factor decisivo en el voto.

R. Sí, naturalmente. Sin ninguna duda.

P. Sin embargo, es paradójico que en países como España, donde el Gobierno tiene responsabilidades secundarias en el signo de la situación económica, las gentes sigan premiándole o castigándole por ello.

R. Yo creo que ese comportamiento es el reflejo de una concepción anacrónica de la política. Pero, indiscutiblemente, todavía funciona y funcionará durante mucho tiempo. Los votantes creen con firmeza que hay una relación entre la conducta del Gobierno y la economía. Naturalmente que en ciertos términos esa relación se mantiene, pero muy diluida respecto a lo que ocurrió en el pasado.

P. Una hipótesis verosímil es que se convoquen nuevas elecciones en la Comunidad de Madrid.

R. Bastante verosímil, diría yo.

P. ¿Qué pasará?

R. Crecerá la abstención. A mí me parece que dentro de la dificultad que supone la previsión de los comportamientos del electorado, ésa es una hipótesis muy probable.

P. ¿Y a quién va a beneficiar ese nivel de abstención?

R. Creo que al PP.

P. O sea, que puede haber un cambio de mayoría.

R. Fácilmente. Todo dependerá al final de la capacidad que demuestre el PSOE en la gestión de la crisis.

P. ¿Qué quiere decir?

R. De la capacidad que demuestre para tomar decisiones radicales respecto a sus propios problemas. Decisiones que van más allá de las estrategias de desinformación, las tapaderas mediáticas que cualquier partido implicado en un escándalo pone rápidamente en funcionamiento.

P. Insisto: ¿qué quiere decir?

R. Alguna responsabilidad política, a algún nivel, deberá tomarse.

P. ¿Así se cierran los escándalos?

R. Así se amortiguan sus consecuencias. Es importante que la opinión pública perciba que las condiciones que hicieron posible el estallido de un escándalo determinado ya no se dan. Que se han tomado medidas, y que se han previsto y ejecutado reformas.

P. ¿Las medidas internas que han tomado los socialistas le parecen suficentes?

R. No, la verdad es que no me lo parecen.

El politólogo Fernando Jiménez, experto en escándalos políticos, analiza el último, protagonizado por dos diputados autonómicos madrileños.
El politólogo Fernando Jiménez, experto en escándalos políticos, analiza el último, protagonizado por dos diputados autonómicos madrileños.LALO VILLAR

Especialista en escándalos políticos

FERNANDO JIMÉNEZ nació hace 40 años en Almería y es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Santiago. Se ha especializado en el escándalo. Sobre todo a partir de la publicación del libro Detrás del escándalo político (Tusquets, 1995), basado en su tesis doctoral y que es un análisis fino y seco de algunos célebres casos de corrupción política en la España del siglo XX: el escándalo [durante la II República] Straperlo (y su continuación en el de Antonio Nombela); el escándalo Matesa [durante el franquismo], la empresa textil que creó el empresario Juan Vilá Reyes, y finalmente el escándalo Juan Guerra, asociado a los negocios del hermano del que fue vicepresidente del Gobierno socialista.

Después de ese libro, Jiménez ha continuado investigando en una línea similar, aunque ciñéndose a los efectos electorales del escándalo político. Los resultados de sus investigaciones contradicen en algunas ocasiones los lugares comunes. En especial, que el estallido del escándalo se traduzca en una hecatombe electoral para la formación política que lo protagoniza. El votante mayoritario, en España y en otros países occidentales, se conmueve con los escándalos, pero no siempre eso se traduce en cambios drásticos de decisiones electorales. Jiménez proyecta estudiar ahora el fenómeno del liderazgo y sus consecuencias electorales. Para comprobar si es cierto lo que resulta ser una creencia también muy popular: la de que el líder mueve montañas, es decir, destruye o consolida mayorías lenta y laboriosamente organizadas.

No hay duda de que la lectura del libro de Jiménez resulta en estos días de gran provecho. En muchos de sus párrafos. Como cuando comentando el distinto rasero con que las circunstancias juzgan el escándalo político y aludiendo a los tiempos tácitamente callados de la transición escribe: "Es muy significativo a este respecto que uno de los pocos casos que llegó a alcanzar la fase de publicación, como fue la denuncia del segundo teniente de alcalde del Ayuntamiento socialista de Madrid, Alonso Puerta, sobre la realización de unas contratas de limpieza, presuntamente ilegales por parte del Concejo, acabase con la expulsión del denunciante de su partido y fuese rápidamente olvidado incluso por los medios de comunicación y los partidos de la oposición".

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