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¿Qué hay de lo nuestro?

Discursos de investidura en las Cortes Valencianas, actitudes constructivas por parte de gobierno y oposición, sonrisas relajadas que sustituyen a las feroces muecas de la campaña electoral: otros cuatro años de legislatura acaban de echar a andar. Renovados los líderes y parte de los equipos de los dos principales partidos, comienza una nueva época. Imagino que los habituales del "¿qué hay de lo mío?" habrán proliferado como nunca y que el registro de entrada de las diferentes consellerías y despachos no dará abasto en las semanas que vienen. Bueno será que los ciudadanos cojamos número y nos adelantemos a la plaga de solicitantes y oportunistas: ¿qué hay de lo nuestro? Sí, eso, ¿qué hay de lo nuestro? Porque debemos decir que, tanto si votamos a unos como a otros, lo nuestro es único e indivisible y, además, sería grave que quedase sin atender.

Lo nuestro, por supuesto, es muy amplio: infraestructuras, vivienda, empleo, dotaciones escolares, prestaciones sanitarias... Pero, entre tantas cosas, hay una que es más nuestra que las demás, una que es lo nuestro en sentido estricto. Es lo que quiere decir nosotros (o nosaltres): nos + otros, esto es, "nos que somos otros", tú y tú y tú... y yo que nos diferenciamos de otros. Repetiremos, por tanto, la pregunta: ¿qué hay de la cuestión nacional valenciana? Leemos en las crónicas del acto de investidura que el nuevo president de la Generalitat se propone reformar el Estatut para convertirnos en autonomía histórica y que la oposición está básicamente de acuerdo con él. Nosotros también, pero no basta con poder, hay que querer: este tipo de proyecto exige unanimidad de la ciudadanía. El problema es si la misma existe.

Primero. La Comunidad Valenciana es un producto histórico, es una decantación de la historia, por lo que no se puede hacer como si no fuera de ningún lugar ni de ningún tiempo. La Comunidad Valenciana es la heredera de un reino medieval, el cual formaba parte de una Corona dinástica, la de la casa de Aragón, junto con el reino que le dio nombre, junto con Cataluña y junto con las Baleares. Este patrón vivencial no ha cambiado desde entonces, salvo en lo político: el llamado corredor mediterráneo es el heredero de la antigua Corona dentro de la UE. Ya sé que ésta es la manía de un conocido político del principal partido de la oposición. Pero, sobre todo, se trata de un hecho.

Segundo. La Comunidad Valenciana no se ha desarrollado, desde la derrota de Almansa, contra Madrid, sino, casi siempre, a favor de Madrid... Por eso, no se habla valenciano en regiones enteras del interior o es éste minoritario en las grandes ciudades. Por eso, sus costas se han convertido en el imaginario soñado de los habitantes del centro de la península. Por eso, una gran parte de la actividad económica valenciana se ha articulado en función de lo que se mueve en Madrid, y la disposición radial de sus redes de comunicación -desde las autovías gratuitas hasta el proyectado tren de alta velocidad- dan buena muestra de lo que digo. ¿Que no debería ser así? ¿Que ésta es la idea de un conocido ministro del gobierno? Tal vez, pero sobre todo se trata de otro hecho.

Tercero. No nos lo van a poner fácil. Precisamente porque la conversión en autonomía histórica se hace frente a los otros, es de temer que estos se resistan. He aquí lo que podría suceder: se modifica el Estatut, asumiendo, sin que se note demasiado, competencias similares a las de las cuatro autonomías de primera; naturalmente, las autonomías de segunda reclaman su parte y acaba interviniendo el gobierno central -del PP o del PSOE, no importa- para descafeinar el proyecto y volver las cosas a su sitio. No son de esperar ayudas de las comunidades históricas: por la cuenta que les trae, harán lo posible por conservar el carácter exclusivo del club, pues la admisión de nuevos miembros daría al traste con sus privilegios. Estas actitudes pueden irritarnos, pero es inevitable que se produzcan: se trata de un hecho más, el tercero, un hecho avalado por la dinámica de grupos.

Y ahora, algunas reflexiones. Hasta el momento estos propósitos tan loables no se han podido llevar adelante y creo que conviene plantearse el porqué. La división de los valencianos sobre el mundo en el que nos gustaría estar integrados es la primera razón del fracaso. Me parece que no habrá nada que hacer mientras no se comprenda que nuestros líderes políticos, los cuales adoptaron tendenciosa y unilateralmente alguna de las dos posturas mencionadas, en el pasado, se equivocaron. De momento se ha optado por desactivar las tensiones -la creación de la AVL es un buen ejemplo-. Es un primer paso, pero no llega a ser suficiente. La lengua y el sentimiento comunitario no se pueden ahogar a base de fármacos ni es posible ponerlos en cuarentena.

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Luego está la cultura, que es mucho más que el idioma, y que tampoco tenemos clara, aunque, si un territorio merece una consideración especial, desde luego será por su especificidad cultural, antes que por la económica, la política o la social. No podemos pretender que los otros nos respeten si empezamos por no respetarnos a nosotros mismos. Parece que en esta legislatura se quiere incentivar la cultura y, tal vez, hasta dedicarle una Consellería específica, aunque ello es lo de menos. Se anuncia una nueva edad de oro de la cultura valenciana. Si así fuese, tendríamos la cuestión autonómica resuelta, pues a nadie se le escapa que el sentimiento comunitario de gallegos y catalanes es un producto del Rixurdimento y de la Renaixença. O sea que se va a recoger el legado histórico y, por relación al momento presente, se van a aprovechar, imaginamos, las enormes posibilidades de los creadores valencianos. Cuando los escritores en ambas lenguas llenen los escaparates de las librerías, cuando las compañías valencianas de ópera o de danza o de teatro triunfen en los escenarios del mundo, cuando la ciencia que se hace en las universidades valencianas aparezca habitualmente en las revistas y en los foros más importantes, entonces y sólo entonces seremos una comunidad con un perfil tan definido que forzoso será que se reconozca lo nuestro.

Lo malo es que, de momento, el oro sólo lo hemos visto en la Visa -nuestra Visa- con la que se pagan los fichajes de relumbrón, un poco en plan liga de las estrellas. A ver si nos entendemos. Las edades de oro no se anuncian por los interesados, se reconocen mucho tiempo después por los otros. Además, y esto es lo más importante, una cultura destaca sobre las de su entorno y se hace merecedora de reconocimiento cuando es capaz de producir resultados superiores, no cuando los importa. Atraer a los mejores, para que nos enseñen y se fundan con nosotros, es bueno: así obraron la antigua Roma, la Italia del Renacimiento, la Francia del periodo de entreguerras o los EEUU en la actualidad. En cambio, traerse a un seudofamoso un par de meses para que monte espectáculos que se lleva el viento es tirar el dinero. De nada servirá que modifiquemos el Estatut y nos autoproclamemos autonomía diferencial, si no somos capaces de diferenciarnos por nuestras propias obras. De lo contrario, la próxima vez que nos dirijamos a nuestros responsables políticos en demanda de lo nuestro podría suceder que nos señalasen la programación televisiva o algún parque temático como referencia de la cultura y, con ella, de la autonomía valenciana. Y, señores diputados, Valencia, de verdad, no se merece esto.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia.

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