_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La buena memoria

José Luis Pardo

Ronda, en el ambiente cultural de nuestra época, una suerte de constante exhortación a la memoria, no solamente como llamada al ejercicio de una facultad desprestigiada (el "saber de memoria") sino también como invocación moral contra el olvido del daño infligido y del dolor de las víctimas. Ello es, seguramente, un síntoma más del envejecimiento de nuestra modernidad, que en sus años mozos hizo bandera del desprendimiento del pasado como un signo de renovación o redención indispensable para el progreso, y hoy se encuentra abarrotada de conmemoraciones. La cuestión involucra al mismo tiempo una dimensión que podríamos llamar cívica (¿cuál es el lugar que debe desempeñar la memoria en la constitución política de las sociedades, hasta dónde es lícito usar de ella y en qué punto este uso amenaza con convertirse en un abuso?), una dimensión de reflexión científica acerca de la metodología de la Historia como saber del pasado, y desde luego una dimensión filosófica acerca de la propia condición histórica de la existencia humana. Sin embargo, todas estas dimensiones del problema se arriesgan a permanecer en lo superficial si soslayan la pregunta previa que subyace a todas ellas: ¿cuál es el modo de ser del pasado?, ¿qué significa "recordar" o "acordarse de" algo?, ¿hasta qué punto es posible la fidelidad a lo ocurrido y en qué sentido puede lo pasado, precisamente por serlo irremediablemente, volverse a vivir o rehabilitarse?

LA MEMORIA, LA HISTORIA, EL OLVIDO

Paul Ricoeur

Traducción de Agustín Neira

Trotta. Madrid, 2003

680 páginas. 39 euros

Tras un largo camino recorrido en la meditación acerca de las relaciones entre el tiempo como experiencia originaria y la narratividad como articulación lingüística fundamental que revela tal experiencia, coronado por Tiempo y narración y por toda la colección de escritos emparentados con esa obra, el veterano Paul Ricoeur aborda este rompecabezas en La memoria, la historia, el olvido. La triple articulación esbozada en el título no es circunstancial: señala el procedimiento integrador al que Ricoeur tiene acostumbrados a sus lectores, y que incorpora en su reflexión una fenomenología (en sentido husserliano) de la memoria, una discusión con la epistemología historiográfica contemporánea, y un horizonte de fondo dominado por la recepción crítica de la hermenéutica de Heidegger.

Pero, más allá de la diversi-

dad temática y metodológica, Ricoeur sigue una estrategia unitaria en lo que podríamos llamar una "defensa crítica" de la memoria. Esta estrategia consiste en llevar hasta el final los prejuicios contra la memoria para mostrar que todas las sospechas arrojadas sobre esta facultad no pueden serlo sino desde un fondo de aceptación de su poder, es decir, desde la memoria misma. Así, el autor pasa revista minuciosamente a los argumentos que primero el racionalismo y después el positivismo de los historiadores han levantado contra las debilidades y traiciones de la memoria: al faltar la posibilidad de comparar lo recordado con lo efectivamente acaecido, pues lo propio del pasado es justamente su ausencia, lo rememorado es objeto permanente de desconfianza, por temor a su utilización ideológica en el terreno colectivo (la historia escrita por los vencedores tiende a olvidar convenientemente a los derrotados) y a la reconstrucción falseada en la biografía individual (se recuerda el pasado en función de un presente y de unas expectativas de futuro, encubriendo lo que no es congruente con esa perspectiva).

Otro orden de objeciones son las dirigidas por pensadores como Pierre Nora o Tzvetan Todorov contra la plétora de celebraciones, aniversarios y homenajes complacientes con los cuales nuestro tiempo finge rendir tributo a su pasado para disimular sus propias sombras. Está claro, sin embargo, que en todas estas críticas no hay sino una reivindicación de la "verdadera" memoria contra sus máscaras, pues nada puede sustituir a la memoria como trayecto hacia lo ya sido ni como elemento en el cual tienen sentido las nociones de "imputabilidad" de las acciones o de responsabilidad por las mismas, de las cuales ninguna de estas críticas puede prescindir. Dialogando con Bergson, con Levinas o con Derrida, Ricoeur pone de manifiesto que esta "verdadera" memoria es la que asume su vulnerabilidad, su carácter siempre parcial y revisable: la historia falsificada es la que se pretende total, la que desconoce que ella sólo es posible y necesaria porque hay cosas que faltan a las palabras y personas ausentes de sus nombres. El olvido -como aquello que limita las pretensiones "totalitarias" de la memoria- no es únicamente la fuerza destructiva que erosiona y borra las huellas externas e internas de lo ocurrido, sino también el producto del amor que permite soslayar la aflicción y que hace posible el perdón. La presunta desventaja "científica" de que no se pueda vivir sin olvidar queda compensada por el hecho moral de que tampoco puede hacerse sin perdonar. Que no haya memoria sin olvido no es sólo una imperfección lamentable, sino también lo que celebra El cantar de los cantares cuando nos recuerda que "el amor es más fuerte que la muerte".

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_