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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ciudadanía inmigrante

La inmigración no sólo se hace cada vez más presente en la realidad social española, en el paisaje humano de campos y ciudades, sino en la estadística: índices de natalidad, número de bodas mixtas o porcentajes de afiliados a la Seguridad Social. El número de inmigrantes -1.300.000 documentados y medio millón de irregulares- todavía está lejos, proporcionalmente, de la media de los países de la Unión Europea, pero su aumento en los últimos años se ha hecho sentir de inmediato en la convaleciente situación demográfica española.

Por cuarto año consecutivo la población inmigrante ha contribuido en 2002 con 43.469 nuevos bebés -uno de cada diez niños nacidos en ese año- a que la tasa de fecundidad -promedio de hijos por mujer en edad fértil- haya pasado de 1,24 a 1,26. Todavía sigue siendo de las más bajas de la UE y está lejos de la tasa de reposición: 2,1 hijos por mujer; pero sin la contribución de la población inmigrante hubiera continuado descendiendo. Para una sociedad como la nuestra, que envejece a marchas forzadas, la aportación demográfica del inmigrante viene como agua de mayo. Y no sólo porque la rejuvenece, algo especialmente beneficioso para un país con una de las mayores expectativas de vida del mundo, sino porque es vital para el desarrollo del sistema productivo y el bienestar económico y social de los españoles.

Es cierto que ningún país puede basar su equilibrio demográfico exclusivamente en la inmigración y que en el caso de España se necesitarían políticas más activas para incitar a los jóvenes a tener hijos y a no sentir la paternidad-maternidad como una carga insoportable. Pero la aportación del inmigrante al equilibrio demográfico se está revelando básica a corto plazo y, según todas las previsiones, seguirá siéndolo a medio. Lo cual debería llevar al Gobierno a mantener un discurso más equilibrado sobre la inmigración y no tan inclinado a resaltar ante la opinión pública sus posibles aspectos negativos.

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En primer lugar, dejando de lado mensajes maniqueos e inductores de xenofobia que la convierten en bloque en causa principal del aumento de la delincuencia. Luego, no endureciendo leyes de extranjería que cierran cada vez más, diga lo que diga el Gobierno, las vías legales de entrada del inmigrante, reducen al mínimo sus derechos y lo convierten en un ciudadano de segunda, por no decir un marginado, en una sociedad a la que aporta lo mejor de sí mismo: sus hijos, además de su esfuerzo personal y su trabajo.

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