¿Hay una cuarta Revolución Verde?
L os recientes avances de la investigación en biología molecular han permitido el desarrollo exponencial de la biotecnología en áreas de tanta relevancia social como la medicina y la agricultura. Sin embargo, los objetivos perseguidos con el desarrollo de la ciencia y la financiación aplicada para conseguirlos siguen hoy un rumbo que nada tiene que ver con la globalización de la que tanto se habla. El CGIAR (Consultive Group on International Agriculture Research), por ejemplo, ve como se recorta el apoyo del Banco Mundial (BM) y de los países desarrollados que sostienen su funcionamiento. A esta entidad pública pertenecen centros tan emblemáticos como el CIMMYT (Centro para la mejora del maíz y trigo), en México, punto inicial de la revolución verde, el IRRI, en Filipinas, ICARDA, en Siria, CIAT, en Colombia, etcétera, y así hasta 16, radicados todos en países en desarrollo y dirigidos a la mejora de cultivos como maíz, trigo, arroz, garbanzo, judía, patata, batata, mandioca, etcétera.
Este tipo de iniciativas resulta esencial para promover el despegue social de los países donde el primer problema de sus dirigentes es alimentar a millones de personas. Por ello resulta difícil comprender que ese Grupo Consultivo pueda tener menos recursos. Pero esa dificultad se aclara al ver que al mismo tiempo que ocurre este recorte, la obtención de plantas mejoradas se lleva a cabo por las multinacionales del sector con la limitación que suponen los correspondientes derechos de uso por los menos favorecidos. Sólo la cuarta parte de la investigación en biotecnología relacionada con la agricultura se realiza con fondos públicos. Por otro lado, a la contestación social contra los organismos transgénicos, la mayoría de las veces sin fundamento científico, se une el hecho palpable de que caracteres muy importantes, tales como la resistencia a altas temperaturas, sequía, salinidad, etcétera, circunstancias particularmente presentes en regiones sin recursos, no están controladas por un solo gen, sino por muchos. La herencia multigénica hace poco factible, o por lo menos muy complicada y larga, la aplicación de la ingeniería genética. La industria del sector se está dando cuenta de ello y, ante las pocas posibilidades de éxito fácil y rápido y la precariedad de los potenciales consumidores, puede abandonar este campo de investigación y desarrollo, si no lo ha hecho ya.
Convendría continuar dándole a la mejora clásica la importancia que siempre ha tenido, eso sí, ayudada de los correspondientes marcadores moleculares que agilicen la labor, y, por otra parte, habría que incrementar los fondos públicos destinados a apoyar este tipo de investigación, en el CGIAR o en cualquier sitio donde se realice. Sin embargo, de todos es sabido que los vientos en las agencias financiadoras de investigación soplan en otra dirección. Como dice Gary Comstock, nuestras instituciones aceptaron hace tiempo la comercialización de la vida. En la revolución verde, las variedades de trigo obtenidas por Borlaug en México para ser cultivadas en climas tropicales y subtropicales, obtenidas a partir de una enana japonesa y una buena productora de EE UU, fueron distribuidas rápida y libremente por Latinoamérica, sur y sudeste asiático. Los beneficiarios de la llamada tercera revolución, han sido, por lo menos hasta ahora, bien distintos.
¿Sería aventurado decir que podría haber una cuarta revolución verde? Consistiría, simplemente, en combinar la metodología y el espíritu de la segunda (la primera fue la domesticación de las plantas) con la tecnología de la tercera. A cada una se le pueden eliminar sus vicios: alto uso de agroquímicos y daño ambiental, por un lado, y restricción en los caracteres elegidos y especies manipuladas, por otro. La naturaleza tiene los medios para ello, pero para aprovecharlos se requiere investigación, eso sí, escasamente atractiva para el sector privado en la mayoría de los casos En este sentido, en un reciente número de Nature, el editor insiste en la necesidad de aplicar transgénicos junto con la mejora tradicional actualizada con los conocimientos sobre genómica y genética molecular.
José Olivares Pascual es Profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en la Estación Experimental del Zaidín (Granada
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