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Tribuna:LA SITUACIÓN POLÍTICA TRAS EL 25-M
Tribuna
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De elecciones y otras cosas perdidas

José Antonio Gómez Yañez

La rapidez con la que se suceden los acontecimientos parece haber relegado al desván de la historia unas elecciones que hace apenas dos semanas se antojaban decisivas. La infamia de dos diputados en la Asamblea de Madrid ha desencadenado sucesos que han puesto en solfa los procedimientos de la democracia y la organización del PSOE. Pero conviene analizar estas elecciones para extraer conclusiones sobre ellas. Se trata aquí de enlazar el funcionamiento de esta organización con los resultados de las elecciones. Aunque la organización de los partidos españoles, y la del PSOE en concreto, da para amplias reflexiones, se trata aquí limitadamente de establecer la ligazón de ésta y las políticas y estrategias del partido y cómo sus déficit frustran las expectativas de los sectores progresistas. Tal vez pueda decirse que desde hace casi una década la organización del PSOE es el principal obstáculo para que haya mayorías progresistas a escala nacional. Un sordo distanciamiento se detecta en buena parte de la opinión pública: fue estruendoso en las elecciones de 2000, lo fue hace unas semanas...

El curso de la campaña convirtió el latente deseo de cambio en recelo al cambio
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Es un lugar común decir que los resultados del 25 de mayo dejaron dos incógnitas: ¿cómo los acontecimientos vividos en el último año no influyeron al parecer en los resultados?, ¿por qué la amplia ventaja que tenía el PSOE a finales de abril (el barómetro del CIS da un 25,1% de intención de voto para el PP y un 33,5% para el PSOE, sobre censo electoral) no se concretó? ¿Qué ha pasado?

La campaña electoral fue decisiva, pero hay que situarla entre dos datos que también lo son. Primero, amplios sectores de las clases medias que ideológicamente pueden situarse en el centro-izquierda en algunos temas (guerra de Irak, por ejemplo) están viviendo un proceso de ascenso social y acumulación patrimonial apoyado en el mercado inmobiliario, el aumento del precio de la vivienda y el endeudamiento familiar que les obliga a ser muy cautelosos ante cambios políticos. Para estos sectores, que tienen que pagar hipotecas, la estabilidad económica deviene fundamental y sólo se "arriesgarían" si vieran muy clara la alternativa. Por encima o al lado de sus opiniones políticas, este interés es determinante en sus decisiones de voto. El PP, con su política y con la propuesta explícita de disminuir los impuestos, aparece como garante de la estabilidad. Al tiempo, la sociedad española está sometida a fuerte tensión, como todas, al hilo de los cambios inducidos por la "globalización". Son síntomas la precariedad en el empleo, el estrés, el aumento del descontento laboral, la sensación de riesgo generalizado, etcétera. Un sentimiento de "inseguridad" invade la vida de amplios sectores de las clases medias y bajas. Dar salida a estas dos grandes corrientes es la clave de las elecciones en estos años.

En este clima, la guerra de Irak fue percibida como un paso decisivo en la configuración de la hegemonía norteamericana, soliviantó a millones de personas en el globo y en España con virulencia por la posición del Gobierno. Que Francia y Alemania actuaran como contrapeso de la posición "de las Azores" hizo tangible la idea de una política alternativa. En esas semanas, simultáneamente a las grandes manifestaciones, el PP perdió intención de voto para las elecciones generales, y el PSOE ascendió. La rápida resolución de la guerra y el posterior repliegue de Francia y Alemania hicieron que tras la euforia de las movilizaciones sobreviniera un compás de espera.

Sobre este telón de fondo se aplicaron las estrategias de campaña. Recurramos al binomio seguridad-renovación que, según los expertos, deben combinarse en adecuadas dosis para obtener el apoyo mayoritario. El PSOE, convencido por sus encuestas (no todas permitían extraer esa conclusión) de que tenía el viento a favor, centró su campaña en su secretario general, con un discurso sobre la necesidad de cambio en la "política" (de gobierno), pero sin argumentos que dieran seguridad a la clase media "al alza" ni despejaran "incertidumbres" de los sectores que se sienten psicológica y objetivamente endebles. Justificaba la necesidad de "cambio político" en un referente ético -por momentos frontal contra Estados Unidos- de continuidad en la oposición a una guerra ya pasada. El PSOE dejó en segundo plano la vertiente municipal-autonómica de las elecciones, permitiendo que los alcaldes y presidentes autonómicos populares mantuvieran su buena imagen. En definitiva, la renovación ofrecida por el PSOE era insuficiente al agotarse en "la política" y tener algún perfil poco realista. En la vertiente seguridad, era deficitario por la vaguedad de su programa y su liderazgo: asombrosamente, el barómetro del CIS de abril muestra la más baja valoración de Zapatero desde 2000. Al margen de la campaña, los estudios de opinión mostraban que los ciudadanos percibían como ineficaz la oposición del PSOE en las ciudades gobernadas por el PP, lo que ha tenido gran influencia en estos resultados, aunque la valoración de sus alcaldes y presidentes autonómicos era positiva. La inoperancia del PSOE como partido de oposición quedaba reflejada en estos datos.

La estrategia del PP operó sobre resortes eficaces. Manejó con astucia un dato decisivo: aunque su intención de voto para las generales disminuía, la de municipales se mantenía donde tenía buenos candidatos (Madrid capital, Cádiz, Valencia, Oviedo, etcétera). Se puede afirmar que el resultado del PP debe más a sus candidatos con buena gestión (Teófila Martínez, Gabino de Lorenzo, Ruiz-Gallardón, Rita Barberá, etcétera) que a Aznar. Su estrategia fue cartesiana. Aznar se ofreció como práctico de una política de reconocimiento de la realidad a escala global. Alimentó las demandas de "seguridad" de las clases más vulnerables con el recurso a la ley y el orden (adobado ahora con mayor control sobre los inmigrantes) y presentó al PSOE como un riesgo para la estabilidad económica ante las clases medias "al alza" tentadas de dejarse llevar por imperativos éticos. Mientras, sus consolidados candidatos cosechaban votos frente a poco conocidos candidatos del PSOE. La dinámica de la campaña llevó a que, frente a la estrategia del PP, la del PSOE -distraída comentando las inconveniencias de Aznar- sólo movilizara a su voto fiel, más un electorado joven y parte de los abstencionistas de 2000, pero no alcanzó a buena parte de los votos potenciales que se perfilaban a finales de abril. O sea, el curso de la campaña convirtió el latente pero inconcreto deseo de cambio en recelo al cambio en sectores que hubieran votado PSOE semanas antes.

En apenas cinco semanas pasaron factura al PSOE sus debilidades como organización -¿qué representa el PSOE como asociación cívica?-, su ineficacia como oposición, su frágil liderazgo, su bloqueo interno -¿qué dinamismo hay en un partido que tiene congresos cada cuatro años y medio?-, un discurso exclusivamente centrado en "la política" y poco sensible a los problemas de sus bases sociales y una campaña simplista. Si el día después de las elecciones cabía decir que eran muchas las cosas a replantear para ganar unas generales, a día de hoy ha quedado claro que su organización es un pesado lastre. En un reciente artículo (8 de junio), Ignacio Sotelo subrayaba el declive del modelo de partido de la socialdemocracia alemana como uno de los elementos que explican su crisis ideológica y política. Tiene razón y es obvio que en España el PSOE debe afrontar inmediatamente el mismo problema (y además, hay que repensar muchas cosas sobre el funcionamiento de la democracia en España).

José A. Gómez Yánez es sociólogo y miembro del Comité Regional del PSOE de Madrid.

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