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LA COLUMNA
Columna
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Los ritmos de Zapatero

Josep Ramoneda

PRIMERO FUE el golpe psicológico de una victoria por debajo de sus expectativas; después vino la fuga, el golpe de los traidores que, con un solo gesto, se llevan el trofeo principal (la Comunidad de Madrid) y agrietan el edificio de la renovación zapaterista antes de ser coronado. En el PSOE, la moral está decaída. Y, a decir verdad, se lo han ganado a pulso. A medida que van apareciendo informaciones sobre los dos tránsfugas -Tamayo y Saéz- y su líder -Balbás-, resulta más incomprensible que Zapatero, pegado a la bandera de la renovación democrática, permitiera que tuvieran sitio en las listas de Madrid. No se puede alegar ignorancia. Incluso se paró un procedimiento del Comité de Ética para no perturbar las elecciones. Lo menos que se puede decir es que la operación limpieza de esta charca que ha sido tradicionalmente la Federación Socialista Madrileña sigue pendiente y que las dudas sobre la eficiencia de la secretaría de organización crecen. La entrevista de Blanco con Tamayo el día antes del golpe es comprometedora.

Zapatero ha dado demasiadas facilidades al adversario en los últimos meses. Su apuesta por Madrid le ha estallado en las manos. Arriesgó con Trinidad Jiménez, frente a las sugerencias de la vieja guardia, y ha tenido que cargar con el peso de su fracaso. La Comunidad de Madrid, que parecía compensar el mal trago, se ha convertido en una trampa. Desde diversos sectores del PSOE se asegura que no hay ningún peligro de ruptura de la unidad en torno a Zapatero. Al contrario, esta crisis, dicen, provocará el cierre de filas. Los ruidos de suegras (así llaman a los barones más reticentes con la renovación zapaterista) no irán más allá de alguna expresión de malhumor o resentimiento.

Zapatero gozó de un beneficio inesperado: el viento empezó a soplar a su favor antes de lo previsto. Zapatero es un hombre metódico que dice tener muy buen sentido de los tiempos políticos. Él había establecido un ritmo de consolidación del partido, de afirmación de una imagen, de desgaste del adversario y de lanzamiento de los programas y de los equipos, que de pronto se vio perturbado porque el PP entró en problemas mucho más graves de lo esperado. Precisamente cuando se ha complicado la situación del PP se ha notado a Zapatero con problemas para dar el salto. Conforme a su agenda, los desastres del PP habían llegado demasiado pronto.

En el momento en que las dudas se acumulaban, por una victoria que en el PSOE fue vivida con desánimo, se dispara el obús de la fuga de Madrid. El aparente control de Zapatero sobre el partido -primera etapa de su agenda- queda en entredicho. El PP tiene vía libre para explotar sus argumentos favoritos: la fragilidad del proyecto de Zapatero y la precaria unidad del PSOE.

El PP ha unificado a la derecha. Mientras tenga el poder habrá escasas fugas en su seno. Ha entendido perfectamente que el gobierno se conserva cohesionando a los suyos contra un enemigo debidamente demonizado -la coalición social-comunista- y juega a fondo esta elemental estrategia. Desde la oposición, en su camino hacia el poder, el PSOE está obligado a sumar. La izquierda es más resistente a la unidad que la derecha, en la que el reparto de intereses funciona de modo muy efectivo. La pluralidad es un valor que el PSOE debe defender. La democracia no debe guiarse por el principio de servidumbre. La pluralidad se traduce en una política de alianzas (que a veces se ha llevado demasiado lejos, como en Cantabria), pero sobre todo con una diversidad de opiniones dentro del propio partido. Zapatero ha intentado convertir en valor que en el seno del PSOE haya posiciones tan dispares como las de Rodríguez Ibarra, Bono, Maragall o Iglesias. Cuando aparece la deslealtad, los enemigos de la pluralidad están de fiesta. Dos miserables personajes de la federación de Madrid no deberían enturbiar el proyecto zapaterista de un PSOE plural y abierto. Y sin embargo siembran las dudas y dan vía libre a los argumentos del adversario y al runrún de los resabiados de la familia.

El camino hacia marzo de 2004 se le ha puesto cuesta arriba a Zapatero. Tendrá que demostrar ahora la determinación que no tuvo antes para limpiar la federación de Madrid y tendrá que salir del grupo de fieles que le rodea y demostrar mayor capacidad de integración y de utilización de los activos del partido. A partir de ahí, los socialistas necesitarán un acto de fe en el sentido de los ritmos políticos del secretario general. La fe mueve montañas.

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