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COPAS Y BASTOS
Columna
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Más que una empresa

Pocos lugares reúnen el potencial de la religión, del negocio y de la industria del espectáculo. La Botiga del Barça es uno de ellos. Reformada, modernizada y concebida como pozo sin fondo para el consumismo de club, este espacio de dos pisos (planta baja y sótano) acoge a los centenares de turistas que diariamente acuden al Museo Josep Lluís Núñez. En las paredes, pantallas por las que pueden verse gestas baloncestísticas (el peludo Dueñas levantando un trofeo). El miércoles al mediodía no detecto ningún ambiente electoral, pese a que una desproporcionada fiebre presidencialista recorre la ciudad y se expande más allá de sus murallas. La única alternativa por la que se puede votar en este lugar de peregrinación es Nike, omnipresente en casi todos los objetos expuestos con explícito afán de lucro. El nombre de la empresa que administra el cotarro no deja lugar a dudas: FCB Merchandising, SL. El único concepto indentitario que merece no ser reducido a una sigla, pues, es Merchandising, motor de las esperanzas que hoy se decidirán en las urnas, ya sea buscando el círculo virtuoso difundido por Laporta o procurando que el putrefacto círculo vicioso no se lleve a la entidad por delante, como pretenden otros candidatos.

Puede que en algún momento el Barça fuera más que un club. Ahora, en cambio, su aspecto es el de una empresa con una aureola gastada y manipulada. Así están las cosas: el negocio puede con todo, pero necesita del factor espiritual para justificarse. Ocurre algo parecido a los fabricantes de cirios y rosarios, que basan la vitalidad de su negocio en el legítimo derecho a tener fe. Aquí el santoral se reduce a unas brillantes letras dorsales: San Kluivert, patrón del talento con mala puntería; San Mendieta, patrón de la Playstation. Lo digo sin ironía, que conste, desde un punto de vista estrictamente espiritual. El único milagro que me cabe en la cabeza es ganar la Liga de Campeones (¡basta ya de llamarla Champions League!) jugando bonito y barato. El único apocalipsis que concibo es que regrese Gaspart. La prueba de que soy devoto: cuando rozo con la punta de los dedos las camisetas de mis ídolos, me estremezco. Al mirar el precio, la emoción se congela: 79,75 euros. En la sección de camisetas internacionales (clubes y selecciones), echo de menos la del Real Madrid. Supongo que debe de tratarse de una medida política, pero es un grave error: lo suyo sería vender más camisetas del Madrid que el propio Madrid y, de este modo, financiar nuestros déficit con sus galácticos beneficios. Muy cerca, un nutrido grupo de turistas napolitanos recorre el local sin disimular su alegría. Hablan de fútbol y, en su idioma, las referencias a esta extraña y universal actividad humana todavía suenan mejor. ¿Quieren una prueba de la conjunción de fútbol y retórica italiana? Giuliano Terraneo, director técnico de la candidatura de Jaume Llauradó, escribió unos cuantos poemas cuando era joven. Entonces Terraneo militaba en el Partido Radical y era un gran aficionado al teatro. Para muestra, uno de sus versos: "Voglio incominciare a ridimensionare il mondo".

La Botiga, en cambio, está más que redimensionada. Cada estante contiene una suma calculada de estímulos. Sólo se trata de ir paseando hasta que uno de ellos (pelota, calcetín, bolígrafo, cenicero, carpeta, vídeos de la final de la Recopa de 1997, biografía de Josep Seguer, rompecabezas, mechero) te seduzca. En mi caso, caigo en la tentación de comprar una antología teóricamente musical titulada Himne oficial i càntics del Barça. Contiene versiones populistas patilleras con arreglos chimpún-chimpún, de esos que sólo toleramos bajo los efectos de muchas cervezas y victorias. Vuelvo a escuchar a los italianos y recuerdo un texto de Stefano Benni: "Campo da gioco poteva essere qualsiasi spazio superiore al metro quadrato". Es cierto. El campo de fútbol más perfecto cabe en la cabeza de un hincha, incluso del más tonto. En él se producen los más espectaculares remates, las jugadas más brillantes y emocionantes. Para unos, el colmo de la felicidad es un remate en plancha en el último minuto. Para otros, un gol como los que suele marcar Roger. Los porteros sueñan con detener un remate a bocajarro, como le hizo Gordon Banks a Pelé. En la mirada de los que pagan por los productos adquiridos, en la de los que pululan por las cercanías del Camp Nou, se detecta esta otra vida interior, probablemente más rica que la exterior. Cuando cerramos los ojos, todo puede ser perfecto. Incluso el Barça puede ser un club civilizado, abierto a un país que lo soporta y ama al mismo tiempo, harto de sus circunstancias y, no obstante, dispuesto a dar sangre para salvarlo. El Barça más perfecto cabe en una neurona. Deberían abrir una sección de neuronas en La Botiga.

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