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Crónica:CRÓNICAS DEL SITIO
Crónica
Texto informativo con interpretación

El cocodrilo vasco en su salsa

Mis alumnos comentaban hoy la noticia de la tele, de que los vecinos de un pueblo cercano a El Escorial andan sobresaltados porque han visto un cocodrilo o dos en su pantano. No es para menos. Los vascos sabemos algo de eso, porque hace casi medio siglo que pusimos un pequeño cocodrilo en nuestra vida. Cuando la criatura creció, la arrojamos a un pantano. No a la marisma, que es el hogar natural de los caimanes, sino al embalse al que íbamos con la merienda los domingos.

Allí el caimán fundó su propia familia y cogieron la costumbre de comerse de vez en cuando a un funcionario; pero a quienes no éramos funcionarios no nos quitó el sueño. Más tarde empezó a comerse concejales, pero sólo a algunos. Y los que no votamos a los partidos de los concejales problemáticos seguimos yendo a bañarnos al mismo sitio. No teníamos por qué obsesionarnos con la fauna lacustre.

Nada que ver con los escoceses, que tienen su monstruo en el lago Ness y no se quejan
Las sentencias de los jueces no son para ellos, porque se las ha pedido uno de bigotes

La familia de cocodrilos tenía cada vez más apetito y empezó a comer de todo. Entonces, quienes ya no podían bañarse ni merendar tranquilos, empezaron a quejarse. Parecía que no supieran hablar de otra cosa. Siempre con el monotema de los cocodrilos. Sus lamentos crispaban los nervios de sus pacíficos vecinos.

Nada que ver con los escoceses, que también tienen su monstruo en el lago Ness y no se quejan, sino que lo han integrado en sus relaciones sociales y llegan a hablar con tranquilidad del asunto entre pinta y pinta de cerveza. No les importa que sea invisible. Al contrario, un monstruo como Dios manda ha de ser discreto. Y limitarse a comer sólo a los otros, ya me entienden.

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Esto nos pasa desde que el infierno está cerrado por reformas y el cielo se ha convertido en un Hotel Glamour. Aunque, bien pensado, no es que el infierno no exista, sino que el infierno son los otros. Y para tenerlos a raya, conviene recordarles de vez en cuando que están viviendo de prestado en las orillas de un lago que no les pertenece. Por eso, si no existiera el cocodrilo, habría que inventarlo. Pero ya que existe, ¿para qué pensar en ello? Mejor dedicarse a pensar en positivo y llegar a pactos para asfaltar los accesos al pantano y embellecer sus orillas con bonitos farolillos pintados con los colores de la enseña nacional.

Lo peor de no ver los cocodrilos es que no evitas que pongan sus huevos en tu alma. Así, un día nos hemos encontrado a nuestros próceres subidos al tejado del Parlamento, diciendo que no piensan bajarse de allí porque son dignos y soberanos. Y que las sentencias de los jueces no son para ellos, porque se las ha encargado un señor con bigotes. Un señor tan resentido como el Capitán Garfio, porque uno de los caimanes a punto estuvo de llevarle las piernas de una dentellada.

Seguro que lo de Atutxa tiene poco que ver con los cocodrilos. Pero el Capitán Garfio apuesta su pata de palo a que la conducta de los del tejado tiene que ver, y mucho, con la ingestión de salsa de cocodrilo. Que es esa gelatina espesa que se aloja en el discernimiento cuando nos creemos a pie juntillas que basta con cerrar los ojos para que el mundo se detenga o se ponga a girar alrededor de nuestras ensoñaciones.

Cuando despierten de la suya, los del tejado acabarán dándose cuenta que vivir en un Estado de derecho significa aceptar ser gobernado por leyes y no por la mera voluntad de las personas; significa que quien ejerce la autoridad asume el compromiso de cumplir y de hacer cumplir la ley, tal como la interpreten los jueces en sus sentencias. Si infringes la ley y te cogen, porque lo vas pregonando desde lo alto de un tejado, no puedes protestar porque te juzgue un juez y porque un agente de la autoridad llame a tu puerta para comunicarte la sentencia que restablezca el cumplimiento de la ley. Puedes cerrar los ojos o dictar una conferencia sobre el cultivo de berberechos en el neolítico. Hasta puedes hacer un psicoanálisis de José María Aznar. Pero nada de eso detendrá el proceso en curso.

Espero que los vecinos de Valmayor encuentren sus cocodrilos a tiempo. Y si no los encuentran, que no desistan de buscarlos. Que no acepten fácilmente su inexistencia, sobre todo si empiezan a desaparecer vecinos. No les vaya a suceder lo que a los vascos. Estos problemas hay que agarrarlos a tiempo, antes que crezcan. Y sobre todo, cuidado con las salsas, que se meten entre las neuronas de la gente y hacen estragos entre los políticos. Vean lo que le ha sucedido a Atutxa, aquél señor que parecía tan serio y se nos ha desmelenado como un hippy diciendo que no piensa cumplir un requerimiento judicial porque su partido no es partidario de la ley aplicada por los jueces. Y que antes tiene que preguntar al grupo declarado judicialmente terrorista si no le importaría disolverse.

Lo que me da tranquilidad en esta ópera bufa es confiar en que, después de todo, las leyes se harán cumplir, porque en esas leyes y en su cumplimiento está la mejor garantía de mi propia libertad.

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