Nigel Kennedy presta su violín a los ritmos eslavos, gitanos y africanos
El músico, que estudió con Menuhin, graba con The Kroke Band
Habla con su acento cockney y barriobajero, que conserva gracias a que vive pegado a los clubes humeantes y a la calle. Así se mantiene con los pies en el suelo el que fuera un niño prodigio a quien Yehudi Menuhin pagó sus estudios de violín desde que le descubrió con seis años. "Creo que le impresionó que pudiera seguir las piezas que él empezaba a apuntarme o el hecho de que fuera capaz de improvisar sobre sus pautas", recuerda Kennedy (Brighton, Inglaterra, 1956), por teléfono, desde Londres.
El apoyo del maestro le sirvió para que después le devolviera el favor a base de bien, con una carrera curtida en la que ha batido récords y aparece en el Libro Guinness como uno de los vendedores más espectaculares del repertorio clásico, con dos millones de copias de sus Cuatro
estaciones, de Vivaldi.
Menuhin fue su padrino: "Dejemos de un lado a Marlon Brando, pero sí, este hombre me pagó 10 años de escuela, me inspiró y me trató de maravilla, no tenía ni egos, ni mierdas, como pasa con mucha gente en este mundo que tienen una egolatría que asusta. Menuhin era alguien a quien se conocía con la música. Cuatro notas interpretadas por él bastaban para saber cómo era", afirma el intérprete.
Travieso e inquieto
Nigel Kennedy, con sus camisas largas, su pelo punki y su pasión por el fútbol y el Aston Villa, es travieso e inquieto, como ya ha demostrado adaptando al violín a leyendas del rock como Jimi Hendrix y The Doors. Ahora se ha dejado seducir por los sonidos del Este europeo, con una banda de músicos serios como The Kroke Band, un conjunto polaco de Cracovia, con el que Kennedy ha compartido mucha música en los bares. "La música debe ser una aventura, nunca hay que saber lo que viene después. Lo mejor para un músico es que no sepa dónde está", dice Kennedy, adoptando cierta pose zíngara.
Además, él tiene ventaja. Porque el violín, pese a ser icono de la música clásica, es un instrumento muy versátil. "Como lo llevas contigo, puedes tocarlo en cualquier sitio", dice. Y hablar cualquier lenguaje: "El country, el folk, el rock, el jazz, su sonido es ilimitado y diverso, se adapta a todo". Un instrumento que tiene un gran pasado y un enorme futuro: "Vale para la música de los últimos tres siglos, desde los barrocos y los románticos a Frank Zappa y Massive Attack, tiene un gran porvenir para emocionar y comunicar la música, porque se encuentra en un punto medio entre tu corazón y la gente", afirma Kennedy.
Él tiene sus preferencias musicales. "Me gusta lo que se hacía en los sesenta y setenta, cuando se arriesgaban de verdad. En la música de The Beatles puedes oler la época en que se vivía, igual que ocurre con Schubert".
Lo sabe bien porque apuesta fuerte por la magia y la espontaneidad que le escamotean a veces los conciertos con grandes orquestas. "Cada lugar en que tocas tiene su valor, desde un pub a una sala de conciertos, donde tienes que conseguir que la disciplina que has aplicado en los ensayos, solo, se convierta en libertad", afirma. Sí tiene claro, en cambio, cuál es el mejor día de la semana para actuar: "Ahí no hay duda: los viernes. Ese día, todo el mundo está de buen humor", dice carcajeándose.
Babelia
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