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Una Lisístrata que canta en moto a 100 kilómetros por hora

Ferran Bono

Si Carles Santos ya hizo cantar a una rotunda soprano suspendida en el aire por unos arneses en su ópera circense Sama samaruck suck suck, ¿por qué no hacer ahora cantar a 100 kilómetros por hora, montada en una moto, a la protagonista de Lisístrata? Preguntas que en el caso de este premiado pianista, compositor, director teatral y artista de perfomance de Vinaròs (1940) no se quedan en un juego. Prueba de ello es el montaje de la obra de Aristófanes que anoche se estrenó en la antigua nave de repuestos de la desmantelada siderurgia saguntina. Santos ha concebido un espacio escénico como si "fuera el circuito de Cheste", comentaba ayer mientras sonreía, para lo cual se ha asfaltado una carretera de 100 metros dentro de la enorme y herrumbrosa nave, y se ha convertido el patio de butacas en una grada.

"Si en un escenario a la italiana los protagonistas entran y salen, aquí van y vienen, mientras cantan y hablan", dice Santos, quien recibió el encargo de poner su personal, interdisciplinar, rompedor, irónico y desacralizador mundo al servicio de una comedia clásica. La idea surgió de la actriz griega Irene Papas, directora artística de la Ciudad de las Artes Escénicas de Sagunto. El resultado es una obra teatral y operística que cuenta, en consecuencia, con cantantes y actores. De hecho, Lisístrata se desdobla en dos: la cantante Leticia Rodríguez y Ángela García. También actúa el Coro de la Generalitat Valenciana, dos bailarinas, dos pilotos de moto y el grupo de percusión Amores. También hay ocho guitarras eléctricas, cuyos acordes suenan a todo gas. Y ocho violinistas. Y mujeres, muchas mujeres. De hecho, sólo hay un hombre en el reparto, el actor que interpreta a Pericles.

Pero, ante todo y ante lo que pueda parecer, fidelidad al texto clásico. "Hemos sido muy fieles", insiste Santos, a quien el texto le ha encantado. Esto no significa que el Coro no pueda cantar si es pertinente desde las enormes cabezas creadas de más de siete metros cada una. De hecho, así pasa. La escenografía es fundamental en todo el entramado de este espectáculo de ópera, teatro y carreras. Y el responsable de la misma es un viejo amigo de Santos, el artista Antoni Miralda. "Nos conocimos en el Nueva York de los años setenta, coincidimos allí en aquella época, pero es verdad que es la primera vez que trabajamos juntos", explica el director de El barbero de Sevilla o Ricard i Elena. La iluminación corre a cargo del director del Espai Moma, Carles Alfaro; la dramaturgia, del propio Santos y de Pedro Barceló, y la coreografía, de Toni Jodar.

"Es una apuesta arriesgada", añade Santos horas antes de presentarse ante el público de especialistas en arte, periodistas y artistas que forman la comitiva de invitados de la segunda Bienal de Valencia.

La música es como mínimo muy original. Se mezclan melodías más o menos tradicionales, con momentos de música contemporánea, y también con gritos y con el rugido de las motos de trial. "El texto es impresionante", afirma el músico en alusión sobre todo a la riqueza del lenguaje, con múltiples provocaciones y comentarios sexuales explícitos. "Se nota que fue escrito antes del cristianismo", apostilla Santos con humor sobre una obra de más de 2.400 años.

El montaje se puede ver desde mañana y hasta el 18 de junio en la Nave del Puerto de Sagunto. La entrada cuesta 15 euros.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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